sábado, 5 de septiembre de 2020

"Les Choses de la vie" (1970). C. Sautet. Indagación Primera (Cuento filosófico). Francisco Huertas Hernández


Indagación Primera (Cuento filosófico)
"Les Choses de la vie" (1970). Claude Sautet
Francisco Huertas Hernández


"Les Choses de la vie" (1970). Claude Sautet
Pierre (Michel Piccoli) & Hélène (Romy Schneider)
Película francesa basada en la novela homónima de Paul Guimard (1967), en la que la muerte, el sueño y el juicio sobre la existencia juegan un papel clave. Pierre (Michel Piccoli) es un arquitecto de unos cuarenta y tantos años que sufre un accidente automovilístico. Arrojado a una cuneta (frontera entre vida y muerte), y en coma (reflexividad puramente interior), recuerda su vida (hechos y deseos insatisfechos). Dos mujeres ocupan su existencia: Catherine (Lea Massari), su esposa, con la que tiene un hijo, y Hélène (Romy Schneider), con la que mantiene una relación, en crisis en ese momento. 
Esa conciencia de la muerte, de la que el filósofo existencialista Martin Heidegger escribió. "Das sein zum Tode" (ser-para-la-muerte), la estructura del "ser-en-el-mundo" (In-der-Welt-sein), que toma conciencia de la finitud como condición y posibilidad de una "existencia auténtica, propia" (eigentlichkeit), que acepte la vida y "les choses de la vie" (vivencias del mundo de la vida) constitutivas de la "libertad" de ese ser arrojado a la existencia. No somos lo que hacemos, sino lo que elegimos. Lo que proyectamos ser haciéndonos cargo del tiempo que es nuestra única esencia, el tiempo limitado de nuestros actos. La conciencia abre, precariamente, el margen que separa lo que nos imponen los hechos externos constituidos como sociedad y el horizonte de libertad de saberse mortal, finito en el tiempo, y, por tanto, dueño de la propia vida. Ese "Dasein" (ser-ahí) que somos, arrojados entre las cosas y los demás, ese habitar en el mundo. Un "habitar en el mundo", es decir, tener "vivencias", es decir, nuestro "acaecer", transcurrir, estar existiendo y realizando "posibilidades" de vida.
Dejando a Heidegger, ese pensador metafísico que creyó no serlo, sabré decir lo que ignoro: que no sé quién soy, y, acaso sí quién quise ser. Que el yo (ideal), es decir, patológico, que proyecté, se realizó solo en mi interpretación reflexiva (e imaginaria), a duras penas, y sin apenas testigos. Gané batallas que nadie presenció. Y fui derrotado en las lides de lo efímero y mundano. Si alguien leyera estas líneas sabría lo que yo supe desde los siete años: que habría de desaparecer en la nada. E inútil era la mecánica de la oración en las noches de invierno junto a mi abuela. Un horizonte de "aniquilación" me subió por la garganta y me nubló la esperanza desde entonces. Todo lo que después quise hacer fue dejar semilla antes de la aniquilación: el placer, la amistad, la justicia, la libertad, el amor, el viaje, el saber. Crear, crear, escribir sin parar, aquí, allá, dejar en otras almas bondad y amor, generosidad e ideas, relámpagos del yo ardiente condenado a apagarse...

 Dijo Dios al hombre:Ve y mira a tus hermanos. Observa en silencio sus acciones y escucha atento sus palabras. Luego, vuelve y dime lo que has visto y oído”.

 Así hizo el hombre designado. Descendió de su sueño e hizo escala en el mapa de los avatares humanos. Caminó entre las gentes y observó uno a uno sus gestos, sus pasos, sus miradas. Anotó paciente en un cuaderno su indagación y siguió andando entre sus semejantes sin más proyecto ni razón que ser testigo de todo aquello.

 Entre los que se movían presurosos descubrió dos clases de personas: las que iban deprisa y reían, y los que permanecían tirados en el suelo o caminaban con dificultad y tenían los ojos sin brillo. Éstos hurgaban las basuras o caminaban por aceras oscuras y solitarias.

 El hombre designado anotó en su libreta que la velocidad del paso tenía alguna relación matemática con la riqueza y la alegría. Caviló noches enteras para encontrar esa ecuación sin conseguirlo.

 Especuló luego el hombre designado con la velocidad del pecado y encontró estas dos posibilidades: o bien los que van deprisa huyen del pecado, o bien huyen de Dios. Y entonces quienes permanecen tirados en los suelos no huyen del pecado, o quizá se acogen resignados a la misericordia divina.

 El hombre que indagaba se cercioró de que las extremidades de sus hermanos eran mensajeras de vicios y virtudes. Así, observó brazos torneados cubiertos de metales y sedas que sujetaban cigarros, tazas de café y bolsos, que se movían con afectación y altivez; brazos extendidos e inmóviles con la palma de la mano abierta; brazos de pesada carga; de cielo, de mar, de tierra.

 Cansado de los brazos y las piernas que le parecieron condenables, buscó las palabras y conversaciones. Éstas le desagradaron en extremo. Las conversaciones de las piernas rápidas y los brazos afectados y enjoyados eran vacuas y falsas. Las palabras de los brazos inmóviles y piernas cansadas eran escasas, ininteligibles, precarias.

 Anotó en su cuaderno que también parecía haber una relación matemática entre la velocidad de las palabras y su inutilidad. Buscó un logaritmo para calcular con exactitud la medida de los discursos, mas no pudo.

 El hombre designado observó y apuntó los movimientos de la cabeza, el corte del pelo, el grosor de las cejas, la pintura de los labios, las formas de sentarse y levantarse, de mirar, de saludar y abrazarse, de besar, de gritar, de masticar, beber, escupir, rascarse, sonarse, los movimientos de hombros y caderas, los bailes, los chasquidos de los dedos y los guiños, mil posturas y ademanes que registró sin descanso.

 Anotó también trozos de diálogos escuchados al azar, expresiones, insultos, imprecaciones, interjecciones, invitaciones, despedidas, declaraciones, confesiones, toda clase de palabras con su tono y su acento.

 Cuando hubo llenado todas las hojas, descansó y durmió tres días y tres noches, al cabo de las cuales despertó y ordenó sus indagaciones.

 Siguió primero el criterio de la velocidad de los cuerpos y las palabras, luego el de la fuerza de los cuerpos y las palabras, más tarde el de la claridad, y por fin, el de la sinceridad y la armonía.

 No contento rehizo sus conclusiones siguiendo el patrón de la belleza de los cuerpos y las palabras, pero lo desestimó más tarde. Acudió entonces a la verdad de las palabras y los movimientos, pero, en ese momento, ya no supo qué es lo que estaba buscando.

 Desesperado, volvió a dormir para ascender al sueño de Dios y contarle el fracaso de su indagación, pero no pudo soñar más que con las palabras que había escuchado y los movimientos de los cuerpos que había visto, que habían quedado grabadas en su mente y habían destruido su entendimiento.

 Voces, ecos, pasos, brazos, risas, tumultos de hombres y mujeres cuyo nombre ignoraba y que había observado con paciencia y reprobación, eran ahora toda su alma.

 En su sueño ya no se le aparecía Dios sino aquella algarabía incesante.

 Quiso despertar mas no pudo. Las palabras necias de los brazos enjoyados se clavaban en sus sienes y las manos temblorosas con las palmas abiertas y los gritos y las imprecaciones.

 El hombre designado murió sin despertar. Cuando le encontraron en su habitación su cuerpo estaba reventado, aplastado, sus ojos desencajados.


Francisco Huertas Hernández
Noviembre de 2001

6 comentarios:

Unknown dijo...

Desgarrador testimonio

Wildberry continua dijo...

Sautet entre el existencialismo y el thriller onírico... Pura Nouvelle Vague. La propia existencia desde la atalaya del coma, un viaje astral que da otra perspectiva de nuestra propia vida. Conozco esa sensación, por suerte o por desgracia, y está magníficamente narrada en flashbacks continuos.
La consciencia absoluta del ser.

Wildberry continua dijo...

Sautet entre el existencialismo y el thriller onírico... Pura Nouvelle Vague. La propia existencia desde la atalaya del coma, un viaje astral que da otra perspectiva de nuestra propia vida. Conozco esa sensación, por suerte o por desgracia, y está magníficamente narrada en flashbacks continuos.
La consciencia absoluta del ser.

Unknown dijo...

Gracias. Muy bello texto

MaryHall dijo...

Un texto hermoso e intenso.Heidegger continua siendo un misterio para mi.Pero creo poder reconocer sensaciones, que de una manera u otra, todos hemos sentido...Como no he visto la pelim no puedo opinar...

Estrella dijo...

Excelente texto y pie de foto. Yo creo que es muy difícil parecerse al proyecto de vida que teníamos en mente en la juventud, sobretodo si era muy ambicioso o con muchas expectativas. Mejor hacerse un proyecto de nobleza y honestidad.
Está claro que no somos eternos y que lo mejor para perpetuarse es dejar semillas, nuestro poso en el trabajo, nosotros que somos profesores. O nuestra actitud en los hijos, quien los tenga. Que nuestro entorno se mezcle con nosotros. Hay gente que saca lo mejor de uno mismo, que tiene esa capacidad. Es una forma de permanecer vivos en otros. El paso del tiempo no sé si es nuestro enemigo, pero sí la brújula que nos guía y nos avisa de lo que es importante o no. Discernir entre uno y otro es lo inteligente. Enhorabuena por este texto tan literario, Francisco Huertas Hernández.