miércoles, 2 de septiembre de 2020

"The Reader" (2008). S. Daldry. Hermenéutica y Vida. Francisco Huertas Hernández


Hermenéutica y Vida. "The Reader" (2008). Stephen Daldry 
Francisco Huertas Hernández


"The Reader" (Der Vorleser) (2008). Stephen Daldry
Hanna Schmitz (Kate Winslet) & Michael Berg (David Kross)
Un filme germano-norteamericano basado en la novela "Der Vorleser" de Bernhard Schlink. Una historia de amor, culpa y expiación. Hanna vive una historia de un amor con un adolescente Michael, que, más tarde, descubre que está acusada de haber pertenecido a las SS y causar la muerte de 300 prisioneras judías en un campo de concentración. Pero Hanna es analfabeta y solo quiere que Michael le lea libros en la cama. 
La presencia de la culpa alemana por el holocausto es el tema central de la novela y la película, aunque, desde el punto de vista hermenéutico, lo más significativo sea el acto de la lectura de una persona alfabetizada y culturizada dirigido a otra persona analfabeta pero curiosa. Todo acto de lectura es una interpretación de un texto. Una recreación de la obra en la voz, en la conciencia, del lector. La dualidad vida-lectura está presente en la película a través de la culpa por los actos dañinos. El sentimiento de culpa es también una interpretacíón moral de la existencia, una interpretación angustiada. Una lectura retroactiva de nuestros actos desde un alfabeto moral, de valores morales
Para mí el acto de la lectura de textos clásicos, es decir, significativos a través de los tiempos para personas de diferentes espacios, es una celebración de la existencia compartida en tanto que se revela como algo bello y doloroso, misterioso y exultante. Leer sobre la vida, vivir, volver a leer, y vivir, de nuevo, comprobando lo leído.
La lista de lecturas escolares de Michael Berg -que lee a Hanna- es variopinta: "Emilia Galotti" de Gotthold Ephraim Lessing, la "Odisea" de Homero, "La dama del perrito" de Anton Chéjov, "Las aventuras de Huckleberry Finn" de Mark Twain, y el cómic de Tintín "Las siete bolas de cristal" de Hergé. No hay poesía, curiosamente, en la selección de teatro alemán, épica griega, cuento ruso, novela norteamericana y cómic belga. Y, creo, que es la poesía -como condensación depurada del lenguaje humano- la interpretación (acto hermenéutico) más profunda de la existencia (vida) que el lector puede realizar

 Hay personas que interpretan cuanto desconocen y otras que viven cuanto son capaces sin necesidad de interpretar. Es cierto que la oposición entre vida y conocimiento es aciaga para ambos, porque como quizá apuntaba Gadamer, en la experiencia, en la vida, hay un conocimiento más profundo del que la teoría sospecha. El famoso libro de la vida está escrito con vivencias, no con teorías y razonamientos.

 Para el que tiene vocación hermenéutica la vida es objeto de análisis, y cuando algo es objeto es porque hay una distancia. El sujeto de la vida no puede interpretar ésta porque está dentro de ella, dejándose arrastrar por la vivencia. En el hecho de hacer de la vida, propia o ajena, objeto de análisis, hay un intento de reducir o elevar a símbolo toda vivencia transformando su significado, desligándolo de toda referencia emocional, práctica y concreta a la vida individual.

 Se descomponen los instantes de la vivencia y luego se ordenan en una secuencia de conceptos que persigue la clarificación racional de la totalidad del destino, del ser, de la historia, del mundo. Esta clarificación de la totalidad se realiza a partir de instantes vivenciales que el intérprete desgaja, arranca, mutila, de la unidad vital del sujeto. Y la mutilación es el primer paso de la consideración simbólica del instante vivencial. En “La Náusea” de Jean Paul Sartre todo se desencadena cuando el protagonista intenta levantar un trozo de papel del suelo y no puede. Lo que no es más que un instante de la vida se eleva a hecho excepcional que “tiene” que significar “algo” distinto del fluir de la vida, es decir, se transforma en símbolo, y, por tanto, se aísla del momento y la experiencia, y se convierte en “materia” de análisis e interpretación.

 Pero es falso pensar que ésta es la única manera racional de vivir. En primer lugar, porque esto no es una forma de vida sino una forma de interpretación racional que requiere romper la unidad del fluir vital del sujeto. Por tanto es antivital. En segundo lugar, porque la propia vivencia es conciencia y por lo tanto conocimiento. La llamada inteligencia emocional es un reconocimiento de que la propia existencia implica en su transcurrir un conocimiento. Entre los filósofos que comprendieron esto puede recordarse a Nietzsche y a Bergson.

 El mayor problema para articular la vida y el conocimiento objetivo (no imbricado en la vivencia) es el tiempo. La hermenéutica, al operar conceptualmente y buscar la significación de la totalidad, se sitúa fuera del tiempo, o más exactamente, del fluir temporal, que es la esencia de la vivencia, de la vida. Es absurdo pretender que esto pueda comprenderse fuera de la experiencia vital del sujeto.

 Para la comprensión vital sólo queda la vivencia propia, es decir, el autoreconocimiento sensible dentro del tiempo. Los momentos de alegría, aburrimiento, desdicha, dolor, anhelo, placer, de nuestra propia vida, que se hace en el encuentro o armonía o conflicto con las otras vidas, nos proporcionan autoreconocimiento de lo que somos como vivientes sensibles –dándole a este término todos sus significados filosóficos y populares, pues todos confluyen y se necesitan.

 Pero no es necesario aislar el momento sensible de la desdicha vivencial particular y convertirla en símbolo del destino de la totalidad humana y del ser. En realidad esto es una interpretación hiperracionalizadora, que damos a la tragedia griega o a ciertas manifestaciones del arte, pero que en sí mismas no tienen.

 Vivir entre símbolos es tan nocivo como desconocer que la emoción es conocimiento pleno. La esclerotización de la vida se produce al descomponer ésta en instantes que son objeto de frío análisis hermenéutico como símbolos que revelan totalidades abstractas más allá de la vida, y que, sólo la razón conoce.

 Quizá esta misma idea desde otro ángulo está en la crítica nietzscheana del platonismo, de cómo el mundo verdadero se convirtió en una fábula.

 No hay que comprender, hay que vivir. La vida no debe comprenderse, debe vivirse. A los que leen la vida en los libros, les sorprenderá la muerte fuera de ellos.


Francisco Huertas Hernández 
7 de julio de 2002

3 comentarios:

  1. Sí. Leer, vivir, volver a leer. Vivir y comprobar lo leído

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  2. Estupendo artículo, como vivimos a través de un mundo de ilusión para no entender lo que nos rodea, la culpa del personaje la mujer en este caso (brillantemente interpretada) que depura su alma oscura por la pasada guerra con las vos de un joven que le lee historias de libros que le llenan el alma de un brillo momentáneo. Que estupendo el razonamiento “Vivir entre símbolos es tan nocivo como desconocer que la emoción es conocimiento pleno” claro ella siempre vivió a través de símbolos, antes eran los símbolos nazis y en el presente el símbolo es la literatura que la desenchufa del acto de pensarse como un oscuro ángel.

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  3. Estupendo texto de hace unos años. La carga emocional es vital para el aprendizaje y conocimiento. Eso se va implantando cada vez más en la docencia, aunque queda mucho por hacer, hay mucha inercia a una forma de aprender muy desfasada.
    Me encanta tu último párrafo. Buenísimo. Me alegra que vayas haciendo ya aportes nuevos al grupo.
    "No hay que comprender, hay que vivir. La vida no debe comprenderse, debe vivirse. A los que leen la vida en los libros, les sorprenderá la muerte fuera de ellos".
    Buen comienzo de curso escolar con esta incertidumbre que tenemos.

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