Los días pasaban y el dolor permanecía, creciendo ante las situaciones diarias que hacían notar su ausencia.
¡Cuántas noches llorando y pidiendo que su madre volviera para darle ese abrazo que siempre esperaba y que nunca llegó!
Cuando pienso en esa niña, veo que fue muy fuerte, quizás porque su padre le decía: “pensá en tu hermana que es más chica y te necesita”; quizás porque comenzó a esconder lágrimas, para abrazar a su hermana, inventando respuestas a cosas que ni ella misma entendía.
No tardaría en comprender que en cada oscuridad, hay un rayo de luz que llega para ayudar. Ella lo encontró en una amiga; esa amiga que transmitía sus dudas a su madre, para poder ayudarla a entender y saber qué responderle a su hermana menor.
Las recuerdo jugando, riendo, escapando juntas a la hora de la siesta para colgarse de un parral y así llegar a los racimos más altos, construyendo casas de cañas, que pelaban y comenzaban a clavar en el suelo, atándolas muy cerca, conversando y cantando, durmiendo afuera, bajo las estrellas para estar juntas el día en que cumplió 15 años.
Las ocasiones en que volvía a ver a su madre eran cuando las venía a buscar para llevarlas a Tacuarembó, se sentía impaciente por llegar a abrazar a su abuela, en cambio su madre conversaba con todo aquel que estuviera dispuesto a escuchar: que no abandonaba a sus hijas, que las iba a buscar para llevarlas con ella. Esas personas dispuestas a escuchar sabían intimidar a la niña de 6 años, que observaba con ojos tristes y siempre inevitablemente escuchaba decir: “que niña tan linda y simpática” siempre refiriéndose a su hermana menor, escuchando luego a su madre culparla porque no hablaba.
Su madre tenía ese poder de culparla por cosas que ella no hacía, después de todo, ¿qué puede hacer una niña súper sensible y tímida que espera un abrazo que no llega, para ser aceptada por esas personas?
Tenía la habilidad para separar, para entender que eran situaciones provocadas por esas personas, que en realidad no eran nadie, esas situaciones no hacían cambiar la forma de tratar a su hermana, ella tampoco podía evitar ser simpática, linda y que esa gente no supiera dominar su lengua.
En esa oscuridad, existía otra luz, su abuela, ella sabía ver sus ojos, sabía de tristezas, de preguntas sin respuestas. Cuánto apreciaba los momentos que pasaban juntas, casi puede verla cuando cocinaban juntas, durmiendo en pisos de tierra, levantándose temprano en silencio cuando todos dormían, la abuela aprontaba el mate que tomaban sentadas afuera. Solía dar esos abrazos sanadores cuando los ojos lo pedían. ¡Era tan genial! Comprendía tantas cosas, sabía mirar, hacerla reír, cantar, escuchar, tenía la facilidad de hacerla hablar, de que le contara su dolor. Tenía tan poco y era feliz!
Sabía transmitir alegría, era solidaria, sensible, divertida, sincera, sensual. ¡Como la hacía reír!
Mi abuela tenía el poder de hacerme sentir bien, con ella no existía timidez, ella no me juzgaba, no me calificaba con ningún título, para ella yo era alguien especial: SU NIETA.-
Qué lindos recuerdos
ResponderEliminarSin palabras 😢
ResponderEliminarImpresionante.
ResponderEliminarHermoso!!
ResponderEliminarUna realidad triste... pero que bueno que existiera esa abuela...
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