viernes, 25 de abril de 2025

Rosa Chacel (1898-1994): "Desde el amanecer" (1972). Meditaciones y vivencias de una niña de Valladolid. Cuarta Parte. Francisco Huertas Hernández. Religión, moral, naturaleza, cine, teatro y personas pintorescas

Rosa Chacel (1898-1994): "Desde el amanecer" (1972). Meditaciones y vivencias de una niña de Valladolid. Religión, moral, naturaleza, cine, teatro y personas pintorescas.
 Cuarta Parte. Francisco Huertas Hernández





Teatro Cine Salón Pradera
Plaza Zorrilla. Campo Grande. Valladolid


 Rosa Chacel (1898-1994) fue una escritora española que cultivó desde su autodidactismo una novela introspectiva, cuyas tramas quedaban reducidas a ser complemento de las meditaciones de una conciencia ensimismada. La capacidad de observación de la autora tendía, por un lado, a una visión poética de lo real, en la que el misterio se forjaba en las mismas palabras, mimadas por la novelista. Por otra parte, esa prosa limpia y precisa se hacía confusa en la expresión de ideas, como si el ideal de clarté et distinction de René Descartes estuviera vedado a la narradora filósofa. La fascinación contradictoria de su escritura, esa tensión agónica entre belleza y claridad narrativa junto a una oscuridad y confusión autoreflexiva, está muy presente en la extraordinaria autobiografía "Desde el amanecer", publicada por Revista de Occidente en España en 1972, pero acabada de escribir en Rio de Janeiro en 1968, rememorando acontecimientos de su infancia desde antes de su nacimiento el 3 de junio de 1898 hasta su llegada a Madrid en 1908. 

 En la biografía de la creadora recién aparecida, "Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel", Anna Caballé ha conseguido clarificar algunos recuerdos inexactos o literaturizados de estas memorias. ¿Puede un novelista ser veraz al escribir sobre su propia vida? 

 "Por mucho que tratasen en mi casa de evitar mi acercamiento a los puntos oscuros de la religión, no podían impedir que mi mente los escogiese con esmero y se los reservase para su matización solitaria", leemos en "Desde el amanecer", y lo más interesante es el choque de esa mente solitaria, pero incansable observadora de los que la rodeaban, con una monja en su breve estancia en el colegio: "-¿Qué hiciste ayer, domingo? Como llovió tanto ¿no irías de paseo?. Yo contesté: -No, Hermana Pura, estuve en casa toda la tarde, haciendo títeres con mi papá. - ¡Títeres! ¡Qué ocurrencia!, no debes hacer eso. La Virgen María no hacía títeres. Yo no sé lo que contesté, me escabullí para que la monja no viese el desprecio de mi mirada. Mi escándalo no tenía medida. Para mí, decir "la Virgen María no hacía títeres" era igual que decir "la Virgen María hacía títeres". Decirlo, largar esas palabras necias era blasfemia. Aquella monja quedó desde ese momento excomulgada de todo lo que fuese comunicable, reprobada de todo lo que yo venerase. Ella, y, en realidad, todo el colegio; allí, la religión era azul y rosa; lo que no era según mi madre me la enseñaba..." Un pasaje admirable, recreado con toda la experiencia posterior sin duda, pero, que ya contenía la desconfianza de la pequeña Rosa ante los lugares comunes y la mentecatez de la gente. Es difícil de creer que una niña de unos siete años se considerase por encima de una monja maestra, y, sin embargo, es coherente con la personalidad que se forjó desde casi su nacimiento.

 "Son ya muchas líneas las que voy invirtiendo en describir mis meditaciones que, claro está, eran esbozadas en mi cabeza de un modo elemental, pero que en sustancia eran así, tal como van descritas". La presencia del demonio era otra de esas dudas religiosas de Rosa Chacel chiquilla. Veamos esto: "Si yo fuese uno de los escritores que alguien lee -cosa que, evidentemente, no soy- esperaría que mis lectores hubieran encontrado en mi obra esta idea de la duda como castigo: la duda convertida en corroboración de la existencia de Dios porque tal tormento sólo es concebible infligido directamente al que lo merece. Esto, que está dilucidado en un libro de plena madurez, brotó en mi mente en el año de 1905, en los comienzos del año en que iba a alcanzar el uso de razón". Ese diálogo con los yoes de antaño que son el yo de hogaño,esa continuidad de la personalidad, es una característica de Chacel, muy en consonancia con la narrativa contemporánea indagadora del recuerdo: Proust, Joyce.

 "Sin la menor duda, la ley moral más imperiosa que mi madre me había inculcado era la piedad y el respeto por los miserables. Por ejemplo, yo creía que la asistenta que venía a casa de mi abuela se llamaba realmente Perejila y un día la llamé por ese nombre. Mi madre me miró con una severidad desusada, me llevó a un rincón y me sermoneó largo rato sobre el cuidado extremo que hay que poner en no ofender jamás a un pobre o a un inferior". Curiosamente la familia de Rosa Chacel era más pobre que rica, aún así pertenecían a una clase educada. El hecho de que la escritora no fuese a la escuela y llegase a ser una de las novelistas más importantes del siglo XX en la literatura española atestigua esa formación recibida en casa por los padres, unida al talento natural, sin el que nada es posible.

 La conciencia de esa valía, o la intuición de esa fuerza creadora, estaba presente en esos primeros tiempos: "La realidad era yo en mi pequeñez, sin más arma que mi inteligencia, sin más capital... que mi voluntad y mi perspicacia, mi capacidad de juicio para buscar mi propio camino. Mi propio camino, con respecto a mis padres, no representaba independización, sino rectificación. Yo quería ser igual que mi madre, pero tal como yo creía que mi madre debía ser y podía ser. No frágil y femenina y llorosa, sino majestuosa, fuerte, intrépida. Y ella no había sido así nunca más que en las comedias de mi padre... Esto no era cazar leones en el Alto de San Isidro: era concebir algo que no es, sobre lo que es; es decir, llevar lo que es hasta ser más". Una reafirmación del carácter que expresa las lecturas de Friedrich Nietzsche, en su formulación de la "voluntad de poder": "Yo soy lo que debe superarse a sí mismo", dijo la vida a Zarathustra. "La vida no es un querer-subsistir sino un querer-crecer", escribió Nietzsche en un fragmento póstumo. 

 En esta corriente secreta de los sueños de la escritora, donde "el bien rezumaba o rebosaba de las fantasías eróticas porque todas ellas eran adoración. Siempre surgían de un rasgo que delataba lo óptimo, lo excelso" constituía el mundo ensimismado de la pequeña castellana en su cuarto en horas fecundas de la noche. "Ésta fue durante unos meses la vida secreta de mis sueños, de mis ensueños... y precisamente por entonces la realidad nos dio una sorpresa: llegaron forasteros... Venían de la Argentina y estaban en muy buena posición: él era un hombre de negocios. Tomaron en seguida un piso en nuestra calle, con un mirador en rotonda, desde donde se veía toda la Glorieta del Museo...
 De sus baúles salían cosas sorprendentes: la que más lo fue para mí, el mate". Juan Pinós y sus tres chicos, con su mujer, Tomasita, una sobrina de su abuela, no pararon mucho tiempo en una ciudad pequeña como Valladolid. El padre de la novelista les veía como un "ornitorrinco": "¡Qué tipo curioso! ¡Es un chiflado! Estos catalanes tienen la manía de trabajar". Rosa jugaba con sus lejanos primos, incluso surgieron amores infantiles. 

 Llegó el verano y la marcha a Rodilana, baño de materialidad, de naturaleza, que se imponía a los ensueños urbanos de una pieza oscura, "porque allí no hubo sueños ni meditaciones nocturnas. Rodilana no era más que mediodía, el Pipaire la playa de un mar de sol. Enfrente, las eras donde se trillaba y se aventaba el trigo. Allí era posible chapuzar en la paja y en los montones de grano; se podía hundir las manos en el trigo y comerlo a puñados, cosa que me encantaba. Me echaba un puñado a la boca y poco a poco iba triturándolo, grano por grano... El sabor, mezclado al olor de las mulas, a su transpiración, a sus deyecciones que andaban por allí... al polvillo de la paja triturada, que tenía también algo de tierra como si los tres reinos de la naturaleza se fundiesen o se ordeñasen formando una crema deliciosa...
 Lo que tenía de milagroso -de mágico- aquella realidad era que toda fantasía quedaba abolida". Esos tres meses de junio a agosto "culminaron en una merienda a orillas del Adaja", y el aceite, la hogaza de pan, "el bravío del chorizo, el aroma del pimentón picante, mezclado al del humo que pasó tiempo envolviéndolo. ¡Y el vino de La Seca, en la bota!, ligero y ardiente, ramificándose como un furor de alegría; cristalino entre el regusto oscuro de la pez, claro como el agua, pero el agua quita la sed y el vino la suscita...
 Puedo ahora ver, el cuadro no, la composición levemente inestable como cuando se ve una forma a través del vapor reverberante. Mi madre y mis tías encorsetadas, sentadas en el suelo sobre las mantas dobladas... Mi padre sin corbata, con el botón del cuello desabrochado y el sombrero de paja echado hacia las cejas por resguardarse de los lunares de sol que cascabeleaban entre las hojas de los álamos..." ¡Qué clara descripción de la merienda estival! ¡Qué pinceladas de color y qué pujanza de olores!

 Las canciones de moda cantadas por la madre, como "La Caravana", comprada en el recién inaugurado Café Royalty en la calle de Santiago, y el restablecimiento de la salud de la protagonista, tras su estancia en el campo, el día de Santa Rosa, el treinta de agosto, ya en Valladolid, celebrando a un tiempo el santo de la pequeña de la casa, y preparando lentes para observar un eclipse, los tiroteos en las huelgas obreras, un mundo en transformación, ante la conciencia atenta de la futura escritora. Aunque era la biblioteca de casa, con sus libros prohibidos para la niña, con sus ilustraciones y grabados, los que constituían su mundo más íntimo y verdadero: "Los grabados llenaban mi mundo con su significación porque eran signos del mundo que iba a venir y porque su seducción era un designio inesquivable".

 La evocación del Cine Pradera (salón de madera situado en la Plaza de Zorrilla, a la entrada de Campo Grande inaugurado como sala de cine el 15 de septiembre de 1904. La deficiente construcción primigena dio paso a un nuevo edificio abierto en septiembre de 1910, y que Rosa Chacel ya no conoció, porque vivía en Madrid) viene a partir de un elemento irrelevante: la figura femenina de los grabados. "el órgano de tallas policromadas a la entrada del Cine Pradera. El cine, antes de inaugurarse ya era esperado por nosotros con ansiedad. Ya me habían explicado en qué consistía, cómo había surgido en Francia y se había extendido por otros países, y todo lo que se podía esperar de él cuando adquiriese mayor perfección. De antemano sabía que lo que iba a ver era poca cosa, tal vez sólo un hombre corriendo detrás de otro, o tal vez un caballo, pero eso era ya maravilloso porque no era, como en el zotropo, un dibujo más o menos torpe, sino una fotografía de la realidad; los que corriesen eran hombres o caballos verdaderos. Y al fin se inauguró el Cine Pradera y fuimos los tres. Las luces se veían desde la calle de Santiago y se oía la música. Llegamos frente al órgano; los focos, los arcos voltaicos zumbando como insectos derramaban luz. Pero su derramar no era catarata, sino quietud resplandeciente que envolvía las figuras del órgano exaltando, sublimando los rosas, los azules, los oros de las tallas...
  Había que esperar a que se encendiesen las luces para tomar buen sitio, y al fin entramos. Dentro de todo era simple y pobre, bancos de madera, techo de lona como una tienda de campaña, y en seguida la oscuridad envolvente, cobijadora, encauzadora de la atención con fuerza magnética; ordenando con un índice de luz -de espíritu-... Y allí surgía el caballo al galope y el hombre perseguido y el perseguidor. Y todo ello era tan deslumbrante como los colores celestiales, pero en blanco y negro furiosos. Las figuras tenían un aire de familia con las de los grabados, pero en éstas no se veía la retícula formada por el buril: eran de luz y sombra, la sombra de los cuerpos perseguidos por el foco, que va buscándolos".

 La infancia de antes era la imaginada en las películas. Rosa Chacel nació en el momento exacto del invento del cinematógrafo. La potencia imaginativa del niño se amplificaba o alimentaba con los cuentos de hadas, y, luego, con el cine. Sólo un mundo inventado era más fecundo que la contemplación de la naturaleza, simplemente encontrada. Rosa Chacel describe con asombro infantil y precisión artificiosa de mujer mayor ya marisabidilla esa llegada del cine en humildes casetas de feria.

 Recordar es vivir dos veces, pero no hay tales recuerdos, todos son invenciones de la mente fabuladora. Por deficiencia de la memoria, por abundancia de imaginación, el ser humano modela, sin saber, una vida pasada que no tuvo. Los escritores fingen tener un recuerdo pleno de los acontecimientos, pero su don no es la memoria, sino la creación de mentiras bellas. "Desde el amanecer" es una crónica interior de una infancia de hija única que fue descubriendo el extraño mundo de los adultos en sus espacios y costumbres. Ese paisaje, ese amor y esa mujer, como dijo Miguel Delibes, con los que se construía una novela, son creíbles porque el lector los toma por reales, los hace suyos. El pasado nos sobrepasa porque carecemos de esas palabras que los escritores han forjado...

CONTINUARÁ...

Francisco Huertas Hernández
25 de abril de 2025

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica reseña

Francisco dijo...

Gracias lectores

Christian Franco dijo...

El pasado nos sobrepasa porque carecemos de esas palabras que los escritores han forjado...

ACORAZADO CINÉFILO dijo...

Gracias Christian