"Only Yesterday" (Recuerdos del ayer) (1991). Isao Takahata
sábado, 28 de noviembre de 2020
Nostalgia (Poema. 1987). Francisco Huertas Hernández. "おもひでぽろぽろ" (Omohide Poro Poro) (1991). 高畑 勲 - "Only Yesterday" (Recuerdos del ayer) (1991). Isao Takahata
"Only Yesterday" (Recuerdos del ayer) (1991). Isao Takahata
viernes, 27 de noviembre de 2020
Y el resto de mis noches. Alebasi (18 años)
Ante la simpatía de nuestras miradas, mi alma y la tuya volaban cada vez más alto hacia las estrellas, fluidamente, por el cielo de la noche más fría de esa estación. Aquellas escalofriantes calles de diciembre adormecían tus manos, convertían tu rostro en porcelana. El viento gélido acariciaba los esqueléticos árboles que se desprendían de la muerte en cientos de hojas caducas que volaban por aquellas calles, que hacían volar tu cabello al ritmo de las flores. Donde estabas tú contemplando las estrellas que se reflejaban en mis ojos negros al mirarte, con tu sonrisa, donde el hielo se derretía de mi corazón criogenizado, incapaz de revivir su fuego y el latido de mi alma, cuando me tocabas y liberabas mis manos de aquel frío dolor que las inmovilizaba, y comencé a sentir el fino tallo de una margarita entre mis dedos, mientras empecé a bailar al son del viento, contigo a mi lado, iluminando esas calles dando luz donde no había, proyectando tu figura en mi memoria para el tiempo infinito y el resto de mis noches
domingo, 22 de noviembre de 2020
Prosas de lo lejano: las mejores músicas provienen de las emisoras más lejanas. Revolución y Edad de Oro (Fragmento. 2002). Francisco Huertas Hernández
sábado, 21 de noviembre de 2020
Un estudio sobre "El Quijote". Metáfora y Utopía. Del topos al tópico. Francisco Huertas Hernández. UNED. 1995
jueves, 19 de noviembre de 2020
Las multitudes interiores (Texto filosófico) (2003). Francisco Huertas Hernández - "L'homme qui aimait les femmes" (1977). F. Truffaut
No sé si fue Walt
Whitman el que escribió acerca de las multitudes que alberga el interior de
cada ser humano. La complejidad de rostros, gestos, procesos, mecanismos de
defensa, atavismos, flashes, yuyus, que se agolpan y se esconden en los
pliegues del alma y hasta del cuerpo de las personas. Dicen que es el amor el
que más aguzada tiene la vista para estas multitudes interiores del ser amado.
Amando descubrimos que la mujer adorada es un caleidoscopio de perfecciones y
ternura inabarcable. Un abanico de entresijos a cuál más hermoso y delicado. Es
difícil saber si el amor nos ciega y nos impide ver los defectos de nuestra
pareja, como dice el proverbio y la tradición, o más bien, como a los poetas
gusta, que este alto sentimiento, el más elevado de cuantos pueda concebir y
sentir cualquier criatura del universo, nos hace sabios y zahoríes, intuyendo
con el corazón lo que la mente es incapaz: la poliédrica realidad escondida de
lo viviente. Idealizamos, sí; sublimamos, sí; adoramos a la mujer amada, para trascender
su apariencia y llegar a su fondo íntimo, a su esencia impalpable.
Sublimamos su figura y sus obras, sus palabras y sus miradas, porque la
elevamos a una categoría moral y estética superior, porque la admiramos y nos
arroba. Y esta sublimación es conocimiento puro, despojado de razones y
de hechos, de hipótesis y abstracciones. Conocemos a nuestra amada en su
pureza, sin circunstancias ni detalles, sin límites ni defectos. Es el amor la
ciencia exacta del corazón, como las matemáticas lo son de la mente. Quien pretende que
enamorarse ha de hacerse con la cabeza fría es que no entiende que cosa sea el
amor. Las multitudes interiores trascienden la realidad exterior y revelan
trozos de infancia, de épocas anteriores en las que éramos ángeles, plantas,
estrellas o un trozo mismo de Dios, todo escondido en lo más secreto del
corazón, y que sólo puede ser contemplado con la brillante y purísima luz del
amor. El amor nos hace buenos pues nos descubre la bondad de quien amamos, y
para llegar a ella tenemos que extraer la nuestra, nuestra luz y nuestra
ternura, que, como un foco de luz de las galaxias, ilumina y hace germinar la
bondad y la belleza. Como supo el maestro Platón, el bien y la belleza son una
misma cosa, al menos como idea, en su pureza y perfección. En el mundo material
andan a menudo separadas y sólo el amor mediante la sublimación accede a
descubrir su identidad en las multitudes interiores que habitan en el fondo de
“ella”. Donde el bien y la belleza, al fin, brillan y resplandecen en su unidad
armónica. Amemos para ser sabios
martes, 17 de noviembre de 2020
Los relojes marcan la misma hora pero nuestras vidas no están sincronizadas a la par. Francisco Huertas Hernández. 1994. Microtexto filosófico-literario
domingo, 8 de noviembre de 2020
Eritrofobia (Las palabras perdidas). Texto literario. 1994. Francisco Huertas Hernández
A veces olvido alguna palabra raramente usada pero de extraordinario poder descriptivo en un momento determinado. No suelo llevar diccionarios en la maleta, así que rastreo en vano en mi memoria. La mayor parte de las veces acabo perdiendo toda huella del término. Y me pregunto: ¿adónde van las palabras perdidas? No, no me refiero a qué lugar, quiero decir: ¿qué transformaciones experimenta el mundo?, ¿qué transformaciones experimentamos nosotros cuando se nos va una palabra?
Algunos recelan de las palabras porque sirven para mentir; otros aman las doradas palabras policromas de la alta cultura, pero todos viven pendientes de una palabra -hiriente o engalanada de fiesta, omitida o con abrigo de doble forro-
Las transformaciones del mundo son cataclismos inapreciables en los que en un periodo imposible de determinar los seres humanos han dejado de describir, denotar o percibir un aspecto de éste, porque se les ha ido una palabra.
Podréis decir que las palabras no mueren: continúan en el diccionario, pero las palabras tristes desusadas permanecen en los diccionarios como en un cementerio. A veces uno experimenta esa sensación.
Hace tiempo que se me quedó perdida una palabra en el armario del olvido y siento que con ella se fue una luz del mundo que no veré más con ese brillo, con ese fulgor.
Como es en medio de las palabras donde hacemos nuestra vida, no debemos extrañarnos de esa sensación de luto cuando las olas del lenguaje nos llevan un vocablo como si llevaran nuestro aliento.
Si sólo existen dos cosas: materia y lenguaje, éste moldea aquélla como Demiurgo, e, insuflando de vida y dinamismo a la materia, nos la hace visible e inteligible.
En el
tráfago de la existencia sólo hallamos reposo en las palabras que nombran
siempre lo idéntico, lo que es y no deja de ser, y, a veces, esa vocación de
eternidad del lenguaje nos hace sufrir cuando comprendemos que nosotros no
podemos estar a la altura de las circunstancias, que nombramos lo que nunca
podrá ser idéntico ni eterno.
Hay un océano que siempre es el mismo y nunca tiene las mismas aguas.
Fotografía (Boceto filosófico-literario). Año 2002. Francisco Huertas Hernández
Si queremos desconocer a alguien lo mejor es
mirar su fotografía. La extrañeza que el fotografiado experimenta ante su imagen en el
papel no puede ser casual. Nadie suele asombrarse ante el espejo, al menos,
ante los espejos cotidianos del baño, el ascensor y los escaparates, y, sin
embargo, el estupor nos invade ante nuestra sombra fotográfica. No es un espejo la cámara pues. El terror
incluso que muchas personas sienten cuando se ven en papel revelado tiene su
raíz en el rechazo a que los demás sólo conozcan esa abominable imagen en la
que no nos reconocemos en absoluto. La
fotografía quizá nos devuelve el conocimiento distorsionado que los otros
tienen de nosotros, y, esto, resulta insoportable.
Cuando la gente comenta lo bien que estamos en
el daguerrotipo y nosotros sentimos que allí hay otro, un desconocido,
comprendemos que nuestro reconocimiento corporal es más psicológico que físico.
Somos conciencia que actúa a través de
un cuerpo, y la fotografía muestra sólo ese cuerpo, que no es nuestro yo, sino
una vivienda del alma o un cartero de los deseos.
El rechazo ante nuestra imagen fotográfica confirma entonces el dualismo cuerpo-mente, y nos corrobora como sujetos que se autoreconocen solamente en el plano psíquico…
"Topaz" (1969). Alfred Hitchcock. La secuencia de la tortura (Pietà). Dani Crespo Abarca
Veamos. La secuencia comienza con un plano general de los dos espías, muy diferentes a como los vimos por última vez, dado que están siendo torturados y ya moribundos. Lo vemos claramente en los rasgos faciales, sobre todo de ella y en él en la camiseta medio rota. Está muy bien trabajado el espacio con sus paredes feas y sucias. Inconscientemente todo espectador capta ya esa idea. A su vez en la pared está reflejada la sombra muy grande de ella. Esto simboliza que la espía es ya un pálido reflejo de lo que era, moribunda, y confiese o no quien trabaja para ella morirá.
Ya desde este Gran Plano General, se establece una diagonal de cuadrantes entre Enrique Parra y los dos espías, cortando desde la cabeza de Enrique el cuello de ambos espías, primer ejemplo de la idea visual amenazante.