No sé si fue Walt
Whitman el que escribió acerca de las multitudes que alberga el interior de
cada ser humano. La complejidad de rostros, gestos, procesos, mecanismos de
defensa, atavismos, flashes, yuyus, que se agolpan y se esconden en los
pliegues del alma y hasta del cuerpo de las personas. Dicen que es el amor el
que más aguzada tiene la vista para estas multitudes interiores del ser amado.
Amando descubrimos que la mujer adorada es un caleidoscopio de perfecciones y
ternura inabarcable. Un abanico de entresijos a cuál más hermoso y delicado. Es
difícil saber si el amor nos ciega y nos impide ver los defectos de nuestra
pareja, como dice el proverbio y la tradición, o más bien, como a los poetas
gusta, que este alto sentimiento, el más elevado de cuantos pueda concebir y
sentir cualquier criatura del universo, nos hace sabios y zahoríes, intuyendo
con el corazón lo que la mente es incapaz: la poliédrica realidad escondida de
lo viviente. Idealizamos, sí; sublimamos, sí; adoramos a la mujer amada, para trascender
su apariencia y llegar a su fondo íntimo, a su esencia impalpable.
Sublimamos su figura y sus obras, sus palabras y sus miradas, porque la
elevamos a una categoría moral y estética superior, porque la admiramos y nos
arroba. Y esta sublimación es conocimiento puro, despojado de razones y
de hechos, de hipótesis y abstracciones. Conocemos a nuestra amada en su
pureza, sin circunstancias ni detalles, sin límites ni defectos. Es el amor la
ciencia exacta del corazón, como las matemáticas lo son de la mente. Quien pretende que
enamorarse ha de hacerse con la cabeza fría es que no entiende que cosa sea el
amor. Las multitudes interiores trascienden la realidad exterior y revelan
trozos de infancia, de épocas anteriores en las que éramos ángeles, plantas,
estrellas o un trozo mismo de Dios, todo escondido en lo más secreto del
corazón, y que sólo puede ser contemplado con la brillante y purísima luz del
amor. El amor nos hace buenos pues nos descubre la bondad de quien amamos, y
para llegar a ella tenemos que extraer la nuestra, nuestra luz y nuestra
ternura, que, como un foco de luz de las galaxias, ilumina y hace germinar la
bondad y la belleza. Como supo el maestro Platón, el bien y la belleza son una
misma cosa, al menos como idea, en su pureza y perfección. En el mundo material
andan a menudo separadas y sólo el amor mediante la sublimación accede a
descubrir su identidad en las multitudes interiores que habitan en el fondo de
“ella”. Donde el bien y la belleza, al fin, brillan y resplandecen en su unidad
armónica. Amemos para ser sabios
jueves, 19 de noviembre de 2020
Las multitudes interiores (Texto filosófico) (2003). Francisco Huertas Hernández - "L'homme qui aimait les femmes" (1977). F. Truffaut
Las multitudes interiores (Texto filosófico) (2003)
Francisco Huertas Hernández
"L'homme qui aimait les femmes" (1977). François Truffaut
Un muerto evoca sus conquistas a través del recuerdo de sus amantes congregadas, sin conocerse, en su entierro. Un soltero que amaba las mujeres. Esta película francesa se construye con la delicadeza del director y el encanto del "eterno femenino" (das Ewig-Weibliche), ese arquetipo de la mujer ideal que se describe en el texto que escribí en 2003. Goethe simbolizó en ese arquetipo la contemplación frente a la acción masculina. Puede parecer discriminatorio, pero solo ilustra la visión erótico-mística del hombre sobre la Mujer-Naturaleza-Madre-Principio. Simone de Beauvoir desmontó ese mito patriarcal de la mujer pasiva, erótica y objeto. El individuo se hace actuando, se hace sujeto, y la mujer ha sido excluida por la mirada masculina durante toda la historia de ese papel de sujeto. Sea como fuere el amor objetiva al otro en tanto lo hace lejano y misterioso: sagrado. Lo sagrado jamás es sujeto. Es venerado, temido. Lo anhelado no es sujeto, no es para-sí (pour-soi), es decir, no es existencia libre "arrojada" al mundo, quien mira, sino "esencia" trascendente "iluminadora" del mundo, lo mirado. No existe, es. Pero el amante no sabe lo que es. Por eso decide soñarlo. Soñando a la mujer amada más allá de los límites de la mortalidad el hombre construye su deidad
Francisco Huertas Hernández
Jueves, 24 de abril de 2003
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7 comentarios:
Hermoso texto
Pero la mujer es también un delirio telúrico del hombre
"L'homme qui aimait les femmes" (1977). F. Truffaut
I
Walt Whitman hablo de las multitudes que albergan el interior de cada ser humano en especial hablo de él y de amar incondicionalmente a hombres y mujeres de cualquier sitio del mundo sin importar el color, la lengua o la forma de los ojos. Solo dejarse arrastrar como por una tormenta hasta elevarnos por encima de cualquier ideal. La naturaleza al fin esta dentro nuestro y fuera de nosotros y claro el bien persigue a la belleza, el ideal Platónico es atrapante y permanece vigente después de tantos siglos.
La película de Francois Truffaut me parece tan poética, en su melodía de amores un hombre persigue lo que a la fuerza no se consigue, cae en un vacío existencial que el azar de la vida puede darte en un momento dado. Es como tirar a los dados, puedes tirar mil veces esperando una cifra, pero si un día solo se te caen los dados sin apostar a nada talvez aparezca el numero soñado sin que uno lo haya buscado…
II
Un texto que anima a recrear un estado de filosofía ideal, buen análisis Francisco me hizo un gran bien leerlo.
Marcelo López
Como nos trasforma el amor, qué es el amor,lo expresa también de forma sublime y certera, la canciòn de Violeta Parra: Volver a los 17,«el valor del sentimiento por encima de la razón» (Millares Selena) «los efectos depuradores, ardientes, del amor logrado» (Dölz BlackburnInés; Agosín Marjorie)
Volver a los diecisiete
Violeta Parra
Volver a los diecisiete
Después de vivir un siglo
Es como descifrar signos
Sin ser sabio competente
Volver a ser de repente
Tan frágil como un segundo
Volver a sentir profundo
Como un niño frente a Dios
Eso es lo que siento yo
En este instante fecundo
Se va enredando, enredando
Como en el muro la hiedra
Y va brotando, brotando
Como el musguito en la piedra
Ay sí sí sí
Mi paso retrocedido
Cuando el de ustedes avanza
El arco de las alianzas
Ha penetrado en mi nido
Con todo su colorido
Se ha paseado por mis venas
Y hasta las duras cadenas
Con que nos ata el destino
Es como un diamante fino
Que alumbra mi alma serena
Lo que puede el sentimiento
No lo ha podido el saber
Ni el más claro proceder
Ni el más ancho pensamiento
Todo lo cambia el momento
Cual mago condescendiente…
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