"Elisa, vida mía" (1977). Carlos Saura
Elisa (Geraldine Chaplin) & Luis (Fernando Rey)
Película española sobre la soledad, la relación paterno-filial y la memoria. Luis es un hombre que decide retirarse a un lugar apartado a escribir sobre sus recuerdos. Sus dos hijas le visitan, y una de ellas, Elisa, decide quedarse con el padre, escapando de su matrimonio fracasado. Llevan veinte años separados, porque el padre huyó también de casa. Una superposición de tiempos en flashbacks poéticos alterna a Elisa de niña con Elisa madura.
La excelsa banda sonora (Erik Satie, Rameau, Mainerio), los paisajes castellanos de horizontes infinitos de soledad -formidable fotografía de Teo Escamilla, tanto en exteriores, como, sobre todo, en las penumbras de la casa-, la interpretación improvisada de los dos actores en estado de gracia -el mejor papel de Fernando Rey en su vida, alejado de su impostación típica- , y la mágica articulación del montaje y los encuadres de Carlos Saura, hacen de esta obra maestra uno de los films más importantes de mi vida, a pesar del resentimiento del crítico Carlos Aguilar contra el cine hermético de Saura.
Este texto mío de 1996 -años de soledad- encaja perfectamente con el tono -πάθος, pathos- sufriente de la melancolía, que en sus momentos peores es depresión.
La vida es una cierta organización de relaciones de intercambio de energía entre organismos y medio. En Biología es una forma de existencia propia de animales, plantas, hongos, protistas, arqueas y bacterias. Es organización, crecimiento, metabolismo, respuesta a estímulos externos, reproducción y muerte. Es importante tener en cuenta que los recursos internos del organismo deben adaptarse a los cambios producidos en el medio, sin que exista una correspondencia causal estricta entre uno y otro.
En Física, impropiamente se denomina "vida" a la duración -de las estrellas, por ejemplo- y evolución de las cosas.
La Filosofía enfrenta la vida con categorías múltiples y contradictorias en función de la cosmovisión o carácter del filósofo. El dualismo que separa alma y cuerpo ha puesto la vida, bien en el alma (Platón, Aristóteles), bien en el cuerpo (Descartes), pero ha insistido en que la verdadera vida humana es la del conocimiento, no la de la acción. El pensamiento "vitalista" de Nietzsche usa el concepto de "fuerza, élan vital" o "voluntad de poder" frente al "mecanicismo" que reduce la vida a procesos físicos y químicos, y exalta la acción (Pío Baroja, un nietzscheano de la novela española, que tituló "Memorias de un hombre de acción" a una colección suya)
Sea como fuere, la vida es un estar-en-el-mundo, y puede estarse en continua celebración de la comunión individuo-mundo, cuando el intercambio de acción y pensamiento "proyecta" al organismo al exterior.
¿Y ese exterior humano cómo es? ¿Es naturaleza o sociedad? Pues, curiosamente, es ambas cosas. El "expansivo" o "extrovertido" -según Carl G. Jung- se caracteriza por la concentración de su interés en un objeto externo. El interés no solo de su mirada sino de su acción. Pero, ¿existe la acción interna? La "sociabilidad" del individuo que se "proyecta" puede llegar al olvido de sí mismo. Se ha mezclado tanto con la gente que ya no es más que "masa".
Cabe -¡ay!- un continuo lamento -o desprecio- de la separación individuo-mundo, cuando el intercambio de acción y pensamiento tiende a 0, y el organismo se "introyecta" -se recoge, se "ensimisma", usando la terminología de Ortega y Gasset-. Jung define como "introvertido" a este individuo que concentra su interés en su interior -mental, no físico: sus pensamientos y sentimientos-. La tristeza, melancolía -y en casos graves, depresión- tienen este origen: la pérdida de "anclaje" al mundo, la insoportable "lejanía" de las cosas, de los "otros", de la "fuerza" desplegada en el mundo. Nuestra huella vital se borra porque estamos escribiendo en un papel que solo nosotros podemos leer.
Sentirse derrotado por la lejanía de lo que nos rodea, sentirse solo en un mundo de movimiento que se nos antoja inútil. Dos vías se ofrecen a este hombre melancólico: sublimar su dolor en una creación interior, o imprecar el mundo que le rechaza.
Los niños melancólicos tienen una baja autoestima porque, o no recibieron amor de sus padres, o el que recibieron fue asfixiante y les privó de autonomía. La psicología individualista contemporánea, al servicio del sistema económico-social, hace creer al ser humano que la tristeza es un estado antinatural. Lo que quieren decir es que este sujeto melancólico se vuelve menos productivo.
Pero, ¿por qué sufrimos este "extrañamiento"? ¿Por nuestra condición mortal? ¿Por las heridas del amor? ¿Por una cierta disposición interna al ensimismamiento?
Sentimiento de culpa y anhedonia son síntomas de esta depresión melancólica, hoy encuadrada en el trastorno depresivo mayor-.
La culpa siempre es falta de amor. Dios expulsó a Adán y Eva cuando dejó de amarles por su "pecado" -qué curioso que solo exista un pecado y un delito: ¡la desobediencia!-. El niño empieza a experimentar sentimientos de culpa cuando los que deberían darle amor le reprochan su desobediencia y le privan de apoyo -¡el amor es apoyo!-. El delincuente -moderna forma laica del pecador- debe experimentar la culpa y el arrepentimiento -hasta hay jueces, o sea, falsos padres sociales, que exigen a presos políticos que se arrepientan de sus ideas-. Si el "delincuente" es el portador de las culpas de una sociedad, el "enfermo" mental -el depresivo- es una variante más moderna de la "culpa". "Usted tiene que tener salud, alegrar, y producir". El psicólogo -ese juez de la salud- le ayudará a "obedecer" y aceptar la "normalidad".
De la pérdida del sentido del placer (anhedonia) solo podemos concluir que la búsqueda del placer o satisfacción, gratificación, es un mecanismo biológico necesario que permite al organismo "interesarse" por el medio: comida, sexo, juego.
Sigmund Freud entendió la melancolía como una especie de duelo provocado por una pérdida de la libido (deseo de placer). El melancólico se vuelve contra su propio yo.
La melancolía -ese paraguas interior ante la lluvia de los cielos embargados de dolor-es belleza. Y esto que en las canciones de amor y las películas tristes valoramos queremos eliminarlo con psicólogos. ¡Sí, sufrimos, y por eso creamos belleza!
En circunstancias adversas protegerse bajo la melancolía, la pereza dulce de los tristes, el escepticismo suave de los derrotados. Cubrirse con el paraguas silencioso de la lluvia de lágrimas de los cielos embargados de dolor.
La melancolía es un invierno en primavera, un jardín secreto poblado de laberintos y de estatuas en un atardecer violeta de párpados cansados.
Llevar todo el peso del mundo en un hato de recuerdos vadeando los charcos del deshielo.
En circunstancias adversas, vida de contraventana, postigo de esperanzas.
La aventura de las ansias inflamadas. Redimidos por una querencia le usurpamos a las avefrías sus plumas y sus pasos. Temerosos, creemos que un destino noble se abre cuando un corazón late.
Francisco Huertas Hernández
Domingo 3 de marzo de 1996