Rosa Chacel (1898-1994): "Desde el amanecer" (1972). Casa, calle, salud y fantasías de una niña de Valladolid.
Tercera Parte. Francisco Huertas Hernández
Edificio de la Calle Núñez de Arce, 33. Valladolid
Según la descripción de Rosa Chacel en su autobiografía "Desde el amanecer", aquí debía estar su casa. Pero no hay ninguna placa ni indicativo
Rosa Chacel murió en Madrid, aunque está enterrada en el panteón de personajes ilustres del Cementerio del Carmen de su ciudad natal, de la que marchó en 1908. La mayor parte de sus años de infancia en Valladolid transcurrieron en la casa de la calle Núñez de Arce, que la autora localiza en su autobiografía "Desde el amanecer": "Necesito, ante todo, describir mi casa de la calle Núñez de Arce. Viniendo de la glorieta del Museo, quedaba en la acera de la derecha y era el segundo portal. Un portal grande, con una puerta al fondo que daba al patio: puerta cochera, tal vez, porque en el patio amplio y no enlosado, sino enarenado y herboso, había una pequeña cuadra como para dos caballos. Los dos entresuelos quedaban un poco levantados sobre el nivel de la calle: uno tenía un balcón y el otro dos. El nuestro, el de la izquierda, era el más pequeño. Se daba acceso a él por cuatro o cinco escalones, empotrados en la pared del portal; la antesala era muy pequeña, un cuadrilátero del ancho de la puerta, anejo al pasillo que iba de un lado a otro de la casa. Delante tenía solamente una gran sala con alcoba; al fondo el comedor que daba al patio y que tenía otro cuarto contiguo, interior. Ante la puerta del comedor el pasillo se doblaba hacia la izquierda; en el lado que daba hacia el fondo estaba la cocina y en el otro una alcoba de servicio muy espaciosa. La cocina era grande y tenía una puerta de cristales al patio. Junto a la puerta había un pequeño rellano enlosado, casi una terracita, levantada como medio metro del suelo arenoso por un par de escalones y, allí, en el rincón, había un cuartito que era el WC. Así, exactamente, porque mis padres a su llegada instalaron ese adelanto y la luz eléctrica... la gran transformación de nuestra casa fue en 1905, y en ese tiempo yo ya tenía una historia tan larga, había vivido tanto que me abruma la idea de relatar punto por punto las etapas de mi camino".
La calle Núñez de Arce, hoy llena de bares, fue llamada "calle de la Careaba, por los hoyos y excavaciones que existirían en ella, pues fué muy irregular la superficie del terreno en esa zona, por la proximidad a la hoy plaza de la Universidad, antes de Santa María, punto culminante de la ciudad. Venía a ser la línea inferior del vallecillo que formaban dicha plaza y la calle de Fray Luis de León" (Juan Agapito Revilla: "Las calles de Valladolid"). A finales del siglo XVIII se denominaba calle de la Cárcaba, y terminando el siglo XIX, cuando nació nuestra autora, tomó el nombre del escritor y político vallisoletano Gaspar Núñez de Arce (1832-1903) nacido en esta misma vía.
Intentando reconstruir el emplazamiento de la vivienda hay dos opciones según el testimonio de la autora: a) es el inmueble número 33 de la calle; b) es el edificio moderno de la cafetería chocolatería Toledo, en la esquina de Núñez de Arce con la Plaza de Santa Cruz (antigua glorieta del Museo). Una razón para inclinarnos por la opción b es la ausencia de placa en el otro edificio, y, sin embargo, el segundo portal en la acera de la derecha viniendo desde la Plaza de Santa Cruz es el número 33, cuyo entresuelo es prácticamente un nivel calle: "los dos entresuelos quedaban un poco levantados sobre el nivel de la calle: uno tenía un balcón y el otro dos". No hay balcones, y no parece que los hubiera, aunque viendo la foto hay concordancia en este detalle de la entrada al entresuelo: "se daba acceso a él por cuatro o cinco escalones, empotrados en la pared del portal".
El motivo por el cual el Ayuntamiento de Valladolid no ha señalado este lugar es un misterio, pero los datos nos llevan a pensar que ésta fue la casa de la escritora, en su cortísimo periplo pucelano. Tenemos el testimonio de la visita de Rosa Chacel a la casa, aún existente, en 1971.
La novelista exiliada fue invitada a visitar su localidad natal en 1971. El Norte de Castilla («Rosa Chacel, en su Valladolid natal», titulaba este periódico el 16 de junio de 1971) dio cuenta de ello: "Miguel Delibes el artífice de dicho homenaje íntimo, el que consiguió reunir a escritores, periodistas, catedráticos, amigos y admiradores en torno a la novelista exiliada y al decano de la prensa. Llegó a Valladolid el 15 de junio de 1971 y lo primero que hizo fue visitar su casa natal, en la calle Núñez de Arce, acompañada de Delibes y su esposa, Ángeles de Castro.
«Tuvimos la suerte de que el piso estaba desocupado», anota el propio Delibes; «con visible emoción la escritora fue recorriendo las dependencias: Aquí dormían mis padres; en esta alcoba dormía yo; todavía está el clavo del que colgaba el espejo ovalado; este cuartito de baño lo mandó poner mi padre. Paso a paso iba recuperando su pasado»"
Las calles sin luz -como cantaba la banda de rock barcelonesa Lone Star en "Mi calle" en 1968 (Pedro Gené, Enrique Lópz García): "Vivo en un lugar / donde no llega la luz. / Niños se ven / que van descalzos sin salud. / Por la estrecha calle / algún carro viene y va, / y cuando llueve / nadie puede caminar"- son insalubres, a lo que se añadía el entonces clima extremado de la capital del Pisuerga, por lo que la niña de los Chacel Arimón enfermaba frecuentemente y producía cambios bruscos de comportamiento: "también obedecían las alternativas de mi carácter a la irregularidad de mi salud. En aquel invierno se repitieron cada vez con más frecuencia mis alteraciones catarrales, gástricas, febriles. Una tarde empecé a sentirme mal en casa de mi abuela, cenamos temprano y nos fuimos enseguida a nuestra casa. Había bastante nieve en la calle y mi padre me cogió en brazos, yo llevaba la cabeza en su hombro y al entrar en la calle Núñez de Arce, en la esquina de nuestra misma acera, donde la casa de la farmacia hacía un pequeño chaflán, allí mismo, a poca altura vi de pronto una cabeza de león. No fue alucinación, estaba allí. Sobre un fondo negro, con la melena dorada y la boca abierta: era el cartel del Ferroquina, que habían puesto aquella tarde. La fiebre no cedió en una noche, como otras veces, y mis padres empezaron a pensar que, aunque a don Pablo Lacort le quisiéramos mucho, convenía llevarme a un médico menos familiar. Me llevaron a casa de don Luis Moreno, un médico de mucha fama entonces".
La mentalidad mágica de la pequeña Rosa, al entregarse con total confianza al prestigioso médico, inició su curación mucho antes de cualquier atisbo de mejoría: "la curación se efectuó nada mas pasar la puerta: una curación mágica, precedida de una crisis violenta. Fue como un exorcismo de esos en los que el poseído se revuelve en una agonía que parece ir a arrancarle el alma, obedeciendo a un conjuro que le ordena, "Muérete o sálvate"". Los consejos del doctor fueron seguidos escrupulosamente por la familia y se instaló a la chica en mitad de una enorme sala ventilada, donde a solas dio rienda suelta a su imaginación, entre fiebres y sueños. La bombilla azul sobre su cabeza tenía algo misterioso. La fototerapia con luz azul puede ayudar a reducir la inflamación, matar bacterias y mejorar la curación de heridas, es usada para lesiones cerebrales leves. Hubo que hacer venir la lámpara desde fuera de la ciudad: "llegó a los pocos días y la instalaron sobre mi cama, a un metro de mi cabeza. Dormir bajo aquella luz que dibujaba círculos suavísimos, que casi no brillaba, sino más bien envolvía en una penumbra violácea, era como estar custodiada, velada desde arriba por una mirada benigna. Tal vez la luz irradiada por la bombilla hiciese su efecto en mi resentida salud, pero el efecto de su compañía, la seguridad que dio a mis noches fue como una bonanza permanente".
Rodilana era un pueblo de la comarca de Tierra de Medina, anexado a Medina del Campo en 1976, donde pasó un largo verano por prescripción médica la niña de salud delicada y carácter férreo. Una familia de labradores, conocidos de la abuela, alquilaría una casa para los Chacel. En Rodilana no había nada. Un pueblo árido, de viñedos y campos de trigo, aunque con un pinar cerca. ¡Oh, pinares de Valladolid, siempre frescos y cercanos! El Pipaire era el lugar de Rodilana donde pasaría esos meses de restablecimiento junto a varios miembros de su familia, todas mujeres.
En noches de insomnio la pequeña dio rienda suelta a sus fantasías. Muchos de esos pasajes son confusos y claramente impropios de una mente infantil. Corresponden a lo que la autora denomina "fantasías eroticoestéticas", aunque ignoraba "la relación del amor con el sexo" hasta los diez años. Bueno, fue precoz comparada conmigo, que la intuí con dificultad a partir de un dibujo de un compañero de escuela y ciertas canciones procaces cuando yo tendría unos once o doce años, en la puerta del colegio en alguna mañana indeterminada del otoño, con el general Franco aún vivo. Me pasaba lo mismo que a Rosa Chacel: mi aislamiento de otros niños me mantenía en la inopia. Yo no tenía esa "cultura amorosa... extensísima, pero sacada de la literatura, del teatro, de las canciones". Por la biografía de Anna Caballé sabemos que la escritora vivió la callada herida del erotismo reprimido y la larga infidelidad de su marido, del que nunca quiso separarse, siendo, paradójicamente, una autora pionera en el tratamiento erótico de sus personajes.
Un grabado de "Las mil y una noches" adquirió naturaleza fantasiosa, morbosa: "no recuerdo en qué cuento hay un hada que toca con su varita a los peces que se están friendo en una sartén y los peces levantan la cabeza y hablan con ella. Algo tan atroz, tan cruel y tan sobrenatural como aquellos peces que hablaban mientras estaban friéndolos, me sugería la idea de los vencidos, de los cautivos en sus suplicios, porque el hada decía que aquellos peces eran sus súbditos, protestaba porque se los habían arrebatado y se los estaban friendo. El hada, aunque era poderosa, no lo impedía".
"Estas fantasías no valdrían la pena de ser relatadas si hubieran quedado en eso: su originalidad es poco detonante. El único valor que tienen es que todavía no han terminado... Toda mi vida personal y la vida de mi trabajo están infundidas de sus leyes, como si mi ley fuese, "La esencia misma de la eternidad es continuidad"... Aquello no ha terminado, ni terminará mientras yo subsista".
Llegamos a un recuerdo magistralmente obsesivo, que todos los supersticiosos del lenguaje albergamos, un recuerdo que parte de las fantasías, y las destruye, con el error lingüístico, esos errores o barbarismos o vulgarismos que yo vigilaba cuando estaba en La Unión, siguiendo el dictum de mi abuela, de Mami ("hijo, nosotros no somos de aquí"), una leonesa, orgullosa, maestra nacional, en guardia frente al hablar precipitado e ignorante del pueblo. "Estas fantasías, personificadas por la diosa -hada, Virgen, reina- se destacaban de la zona erótica, sin desprenderse de ella: arrastraban su calor en torno, pero tendían a intelectualizarse, a ser elaboradas. La fantasía del hada constaba, como todas, de tres elementos, una imagen, un movimiento, un tono... Puedo, sí, señalar la palabra conflictiva, la palabra que brotó en la voz conmovida del hada ante la lamentable comprobación de que los peces eran sus súbditos.
La palabra, hoy, en esta fecha del año sesentaitantos, un invencible rubor me impide todavía pronunciarla...
En fin, puesto que es preciso, la palabra es esta que el hada decía: "Tropiezo un boquerón y al punto salta". Esto es lo que exclamaba el hada cuando al saltar el pez lo reconocía. El error, el horror para mí consistía en que el hada empleaba ese provincialismo, que me habían corregido tantas veces, tropezar por tocar. En Valladolid se decía esto o, más bien, Valladolid decía esto; lo decía dentro de mí, en mí estaba la probabilidad de decirlo en cualquier momento.
¿Es trivial o superfluo este comentario? Tal vez lo parezca, pero no quiero excluirlo porque para mí sólo tienen algún valor estas memorias por poder constatar en ellas la continuidad y consecuencia de mi vida, y este hecho lejanísimo -hecho, sí: acontecido sólo en mi pensamiento, pero hecho incontestable-se ha reproducido, brotando de su latencia a través de años y años. Tantos que sobrepasan en mucho al alcance de los recuerdos. Estas páginas no pasarán del año 1908, décimo de mi vida, pero el hecho, el hecho imponiéndose, no igual o semejante, sino el hecho mismo, él, inconfundible, despertándose como el grifo guardián de una intimidad sagrada fue mucho más allá...
La historia del hada tendía a intelectualizarse porque me esforzaba en corregir el torpe provincialismo, pero era inútil".
Esta agónica lucha con las palabras inadecuadas, no las de lo procaz o sicalíptico, sino las del error gramatical, tiene lugar en la soledad de la cavilación, entre el calor de los páramos castellanos, la presencia cercana de los adultos descuidados y los relatos de la literatura mal asimilados por los hablantes atados a sus vicios lingüísticos.
Una casa, una calle, un estado del cuerpo (salud) y un estado del alma (fantasía) son todos palabras. ¿Cómo puede recordar la escritora sesenta años después las estancias y disposición de la vivienda? ¿Cómo puede haber quedado traumatizada por vulgarimos y barbarismos que destruían la inocencia infantil del misterio, que sin las palabras precisas deja de ser misterio y se transforma en patochada? Los hablantes de la vieja Castilla tenemos nuestros laísmos y leísmos. Rosa Chacel reivindica en su estilo con ahinco el leísmo, no así el laísmo. Cervantes abunda en leísmos. Laísmo y leísmo son solecismos, errores en la construcción de la oración que se refieren al uso incorrecto de pronombres átonos. Chacel diferencia bien: los modos propios del habla castellana y sus fatales tergiversaciones semánticas. Las palabras matan, por lo mismo que curan. "Te quiero" infunde vida. "Me gustas como amigo", te destruye en lo más íntimo. Descubrir que nuestros padres mentían o hablaban mal socava nuestra seguridad. Nuestra vida depende de las palabras justas. Los bocazas y bocones se pierden no por lo que hacen (normalmente, nada) sino por lo que pronuncian indebidamente. Confieso que uno de los vicios más terribles que en mi vida he tenido ha sido el hablar sin pensar, ser un bocazas. Desde que me abrí y dejé de ser una persona que no contaba nada, caí en el otro extremo: regalar mis secretos a cualquiera, desnudarme sin pudor ante la primera verdulera, mercachifle o amigo fingido. Y peca el hombre por omisión y pensamiento dice el catecismo en una atroz castración psíquica. El verdadero pecado es contra la gramática, esto supo Rosa Chacel. Hablar, y, no se diga, escribir, es la confesión de lo que somos y queremos ser, nuestra capacidad de estar en el mundo, es decir, en el lenguaje. Así, el pecado mortal es el pecado contra la gramática.
Francisco Huertas Hernández
21 de abril de 2025
9 comentarios:
Usted pregunta en Facebook si alguien lee sus escritos. Yo lo hago señor y estoy muy agradecido por su obra. Wilson
Gracias Wilson. Pero hay una triste realidad, mis publicaciones cada vez tienen menos visitas, comentarios, interacciones, likes. Y las editoriales las rechazan con desprecio
Yo también leo tus posts. Se aprende tanto con ellos gracias a ti...
Muchas gracias
Gracias lectores
Te contesto a través del móbil. No soy anónima, soy Laura Antonino. Mi ordenador falla mucho, hay veces que ni puedo entrar. Urge otro nuevo. Saludos.
Disculpitas por la falta de ortografía en móvil. En català és mòbil... y se me ha colado...
Gracias Laura
No te preocupes. Las máquinas se rebelan y nos imponen sus palabras, por eso hay que regresar a los escritores clásicos como Rosa Chacel, dueños de las palabras
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