Los
árboles mueren de pie (1951)
Dirección:
Carlos Schlieper
Guión:
Alejandro
Casona
(Según la
obra teatral homónima de Alejandro Casona)
La
entrañable conexión con un escritor
Alejandro Rodríguez
Buenos Aires (Argentina)
ELENCO:
Arturo García Buhr
Amalia Sánchez Ariño
Zoe Ducós
Francisco López Silva
José Cibrián
Carlos Enríquez
Federico Mansilla
Elda Dessel
Francisco Pablo Donadío
Hilda Rey
Aurelia Ferrer
Ángel Walk
Susana Campos
EQUIPO:
Dirección: Carlos
Schlieper
Guión: Alejandro
Casona
Fotografía: Enrique
Walfisch
Música: Julián
Bautista, con canciones de Isidro Maiztegui (Temas Musicales)
Montaje: José
Cañizares
Dirección de arte:
Gori Muñoz (Escenografía)
Duración: 86 min -
Blanco y Negro
Estreno: 9 de julio de
1951
Estudios San Miguel
Ésta es
una de esas películas argentinas que debo haber visto no menos de 5
veces. A ciencia cierta, no logro descifrar por qué razón cada vez
que la miro (desde mis épocas de adolescente hasta el presente), le
encuentro tan dulce fascinación y vuelvo a emocionarme con la
historia toda, sus personajes y la representación de sus adorables
actores. Inolvidables Arturo García Burh, Amalia Sánchez Ariño y
Pepe Cibrián fundamentalmente. Los tres, íconos de un pasado
teatral y cinematográfico argentino que causa inmensa emoción.
La
abuela (Amalia Sánchez Ariño) y el nieto descarriado (José
Cibrián) durante la fuerte escena del reencuentro. “¡Cobarde,
cobarde!”, terminará gritándole.
Pero
además, en absoluto se puede aquí soslayar la presencia viva de un
delicioso escritor español, que vino a la Argentina con todo su
talento y extrema sencillez y la dulzura de sus magníficas obras,
sobre todo las teatrales, que fueron todas tremendos éxitos de
taquilla y que, aún hoy, aunque fuera ya del círculo comercial
porteño, se continúan representando en el teatro vocacional o
amateur.
Arturo
García Buhr
Zoe Ducós
Inolvidable
el asturiano Alejandro Rodríguez Álvarez, conocido como Alejandro
Casona, inolvidables “La dama del alba”, “La tercera palabra”,
“Prohibido suicidarse en primavera”, “Siete gritos en el mar”,
“La barca sin pescador” y muchas más.
Alejandro
Rodríguez Álvarez, conocido como Alejandro Casona, o también "El
Solitario" (Besullo - Cangas del Narcea, Asturias, 23 de marzo
de 1903 - Madrid, 17 de septiembre de 1965) fue un dramaturgo y
maestro español de la Generación del 27. Autor personal, con una
lectura mágica del "teatro poético" surgido del
modernismo de Rubén Darío. Su producción dramática guarda cierto
paralelismo con la de Federico García Lorca, si bien su poética
tiene el regusto amargo de la supervivencia. En sus propias palabras:
“Tenía que escribir el teatro del
amor, del odio, de la venganza (...) Se me puede acusar, con razón,
de estar desligado del dato contingente, pero no del hombre”
Casona
nos lleva por su origen español y su obra llena de toques referentes
a su tierra natal a las imágenes de un lugar y sus costumbres, la
España de los ancestros, a elaborar desde muchas de sus obras de
teatro, una extraña conexión autor-lector o espectador, con esas
costumbres relatadas. Es una comunión que aflora desde la
apreciación, gusto y emociones y que quizás estará guardada en
algún tipo de memoria genética propia, porque no fue mucho lo que,
por ejemplo, mi abuelo asturiano, venido a los 16 años a ésta que
terminó siendo su tierra, su gente y su país, me contó de su
Asturias, su familia, su casa, su niñez y jamás se interesó en
querer demostrarme algún desarraigo (que intuyo debió existir, y
muy, muy profundo) Sin embargo algo
debió haber, tantos años, hasta que en 1966 y 1967 pudo regresar a
su tierra natal de visita, después de, al parecer, alguna amnistía
franquista (según creo escapó de la guerra de África que se veía
venir y convertido en desertor, terminó tiempo antes del hecho
traído a Buenos Aires por su tía, la esposa de Rosendo Martínez,
socio en las famosas galerías Witcomb de Buenos Aires) Así fue que
pudo volver, al poder tramitar su pasaporte español. Jamás se
nacionalizó argentino, lo que hubiese sido meramente un trámite.
Toda una historia, como las que existirán particulares, en tantos
miles de españoles que vinieron a mi América y sembraron semilla.
“Los
árboles mueren de pie” de Alejandro Casona. Edición de 1950, un año después de su estreno en el Teatro Ateneo de Buenos Aires
¿Por qué
todo este relato? Simple: pretende ser introductorio al cúmulo de
sensaciones que se generan a partir de la recepción de esta película
que va más allá de ella misma, y se conexionan en forma profunda
con el autor, los recuerdos, los orígenes, la familia, los afectos.
Es que el estilo “Casona” está marcado en ella, es imposible no
reconocerlo, tiene mucho más que su sello, y desde ahí ¡surge todo
lo demás! deliciosamente enmarañado con el amor, en definitiva.
Alejandro
Casona la adaptó genialmente para el cine. Creo que como guionista
fue tan maestro como dramaturgo y poeta. Y ver por primera vez esta
película hace ya muchos años, me motivó a comprar muchos libros de
su prolífera obra y seguirlo en cuanta representación teatral
hubiese disponible en el teatro vocacional argentino.
No es
posible dejar de mencionar a un grande del cine argentino en su labor
escenográfica en este film, por su extensa y reconocida labor como
escenógrafo: Gori Muñoz.
Gori
Muñoz (Gregorio Muñoz Montoro) fue escenógrafo y pintor y nació
en Benicalap, Valencia, España, el 26 de julio
de 1906 y falleció en Buenos Aires, Argentina, el 23 de agosto de
1978 luego de una extensa carrera artística durante la cual
participó en numerosas películas.
El
escenógrafo Gori Muñoz (izquierda) con Salvador Valverde.
(Entre su
inmensa producción realizó decorados y vestuarios de algunas de las
comedias de Valverde)
Pero el
film tiene además esa ternura de una historia que comienza alocada,
con todos esos actores-simuladores pertenecientes a una
organización que pretende sembrar felicidad inspirada en el
recurrente Doctor Ariel de Casona, y empiezan a desfilar
mostrando sus acciones en pos de ello.
Hay una
historia de amor que se anticipa, en principio un matrimonio falso y
un nieto adorable, actores contratados para mentirle la realidad a
una abuela convencida durante años por su esposo de la proba vida de
su único nieto en Canadá, una mala persona que echaron de la casa
en un pasado y que le mienten terminó encarrilado y vive en aquel
país.
La
historia comienza delirante, propio de Casona, pero se concluye muy
real entre tanto juego con imposibles y tanta bella fantasía.
De pronto
el regreso del verdadero nieto parece va a acabar con todo ese juego,
y la abuela engañada termina engañando a los “engañadores”.
Muerta, pero, como un árbol, termina diciéndole a su esposo, pero de
pie.
El final…
¡Qué final!, imposible no derramar algunas lágrimas, aún aquí
reviviéndolo con una espectacular Amalia Sánchez Ariño, cuando
pasando una receta de familia a la falsa esposa de su falso nieto,
dice:
“¡Me
gustaría ver los grandes bosques y los trineos...!
Dos
claras batidas a punto de nieve.
Y el
día de mañana... cuando tengáis un hijo... ¿Un hijo...?
(Queda
como ausente en la promesa lejana. Isabel suelta el lápiz y oculta
el rostro contra el brazo. Mauricio le aprieta los hombros en
silencio y le devuelve el lápiz.)
Cáscara
de naranja amarga, bien macerada... Una corteza de canela en rama
para perfumar... Dos gotas de esencia de romero...” (FIN)
¡Por
favor, Don Alejandro…,
estás ahí
con toda tu maestría y ternura!
Alejandro
Rodríguez (Buenos Aires)
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