Hubo un tiempo
premoderno en esta parte del mundo. Hace
mil años la humanidad estaba sometida a la creencia de un Dios omnímodo y
hacedor nuestro; sin él no éramos nada, en eso creíamos. Él creó al hombre para sí y porque sí, por y para
su inapelable designio, y encargaba a
unos doctos sacerdotes la trasmisión de sus crípticos mensajes a los fieles. Estos sacerdotes, en rituales generalmente solemnes,
nos daban a conocer los mandamientos así como algunas otras muchas indicaciones
igualmente del gusto de Nuestro Señor, porque la vida cotidiana estaba muy
reglada por la religión.
Hay constancia de
que en París, un sacerdote concreto (más de uno probablemente en diferentes
sitios) predicaba a sus fieles que el Anticristo vendría a la Tierra al
cumplirse el primer milenio del nacimiento de Cristo, y con Él, el fin de los
tiempos, y así tendría lugar el Juicio
Final, tal como estaba previsto en la Biblia. Nos han llegado testimonios posteriores de
que esta creencia y otras similares se expandieron por amplias zonas de la
cristiandad. No piensen que ese miedo se
concretó en un día preciso, similar al “efecto 2000”, porque había mucha gente
que no sabía contar el tiempo con precisión y además, no en todas las regiones se
contaba el tiempo con el mismo calendario. Lo del año 2000 fue banal, lo del año mil
no. Es posible que los terroríficos
vaticinios fueran tomados con reservas por los más sabios e instruidos pero, por
el contrario, fueron creídos por los espíritus más simples, por temor, porque
el alma de los ignorantes estaba educada en el miedo. Lo del miedo, lo del “santo temor de Dios”,
eso sí que era una verdad, quiero decir, una realidad en el corazón de las personas
comunes.
Pasó de largo el
milenio y no llegó el fin del mundo, y las sociedades humanas siguieron
cociéndose en el caldo gordo de la existencia. Lentamente, Europa fue saliendo
de aquellos “años obscuros”, según calificativo
empleado por las generaciones posteriores a los tiempos que antecedieron a otra
época bautizada como “renacentista”. Así
nos lo han dejado escrito los historiadores.
El sustantivo
Renacimiento hace referencia al renacer de la antigua sabiduría rescatándola
del olvido de la inmediata Edad Media. En esta nueva etapa, los hombres (las
mujeres no se nombran) fueron perdiendo el miedo, se empoderaron, diríamos hoy,
se crecieron y se creyeron los reyes de la creación; eso sí, por la gracia de
Dios.
En lo económico
llamamos mercantilismo al tiempo
histórico (entre el XV y el XVIII, más o menos)[1] y
también a las nuevas formas que vinieron de la mano del aquel auge del
comercio, de los comerciantes y de los gobernantes que permitieron y/o
auspiciaron nuevas formas de producción y distribución de bienes y servicios en
el renacer de la vida urbana medieval, alrededor de los burgos y monasterios
primero y después en ciudades más grandes, en donde prosperaron nuevas élites culturales.
Alrededor del
siglo XV, se van consolidando estructuras de poder en la forma que llamamos el Estado Moderno. El XV es el siglo en el que los navegantes
europeos “descubren” otros mundos, para desparramarse por ellos con su fuerza
militar y comercial en los siglos posteriores.
También por entonces se inicia en Alemania y Países Bajos, originalmente,
una importante contestación que culmina con la Reforma protestante en el XVI; aparentemente
es un movimiento religioso pero irá mucho más allá, porque entraña nuevas
formas de entender al individuo con autonomía efectiva para pensar, para
interpretar críticamente su entorno vital con argumentos de razón y no de
religión. Digamos que el humanismo
renacentista cobra nuevos bríos con pensadores como M. Lutero, J. Calvino, etc. La invención de la imprenta contribuyó
decisivamente a la rápida difusión de estos movimientos religioso-culturales.
La Edad Moderna, como saben, es una forma
convencional de englobar toda la Historia entre el XV y el XVIII. Dentro de ese saco está lo anteriormente
citado. Unos dicen que se debe
considerar que esta etapa histórica empieza con la “caída” de Constantinopla en
1453 y otros con el “descubrimiento” de América en 1492. Y el final, para unos es la fecha de la
Revolución francesa, 1789[2] o bien,
1776, la independencia de los Estados Unidos. A partir de estas últimas estaríamos en la Edad Contemporánea.
En la segunda
mitad del siglo XVIII, tiene lugar el auge de otra novedosa explosión cultural,
focalizada en Francia con precedentes en Inglaterra en el siglo anterior. Ese movimiento que denominamos La Ilustración se expandió después a Alemania,
países colindantes y sus áreas de influencia.
Por este fenómeno cultural, el XVIII, es conocido como “El siglo de las
luces”. Los ilustrados
defienden un proyecto vital inspirado en la voluntad humana alumbrada por la
ciencia y sus leyes universales, las que el hombre va desentrañando a través
del progreso. La ciencia de Newton, y
otros, mostraba que era posible acceder al conocimiento del mundo. Grandes
pensadores como Locke, Hume, Descartes, Voltaire, Montesquieu…etc. inciden en
la idea de que podemos hacerlo posible. Las
voces más ilustradas nos dicen entonces que el mundo puede ser controlado y
ordenado por la acción racional de los hombres (las mujeres siguen sin
nombrarse) si fuéramos capaces de progresar en el conocimiento científico. El hombre, por fin, era el artífice y el
responsable de sus obras.
El cambio de
mentalidad es enorme: De estar sometidos a Dios en un mundo construido por él,
a pensar que podríamos llegar a cambiar el mundo al desentrañar sus leyes. Esta forma de entender la vida se abrirá paso
y se consolidará en los dos siglos posteriores, desplazando el pensamiento
religioso a la exclusividad de las iglesias, desplazando las supersticiones y
el pensamiento mágico a los submundos de la ignorancia, elevando el
conocimiento científico, racional y empírico a la suprema categoría social.
La revolución
tecnológica aplicada a la producción y a la organización del trabajo se conoce
como revolución industrial y ésta,
allá donde se produce, va cambiando el paisaje así como las relaciones
sociales, los usos y las costumbres; todo ello reforzará la idea de progreso.
En el siglo XIX
la población mundial se dispara; la burguesía emergente en el periodo
mercantilista se ha convertido en clase dominante por encima y a costa del
proletariado industrial. Estamos en un
nuevo ordenamiento socio-económico que llamamos capitalismo. Naturalmente
tales cambios sociales se hacen en pugna más o menos violenta con movimientos de
trabajadores proletarios que surgen de la mano de sindicatos y partidos
obreros.
El progreso
social es la idea de que las sociedades pueden evolucionar hacia formas “superiores”
construyendo sus propias estructuras sociales, políticas, y económicas. En el siglo XIX, va calando con fuerza la
idea del evolucionismo social. Se
entiende que la humanidad “avanza” desde un estadio de primitivo a un estado
“civilizado” y que todas las razas y pueblos del planeta circulan por esas vías
unos más anticipados y otros retrasados.
Ese es el camino de la modernidad.
Otro suceso
fundamental que marca el siglo XX es la revolución soviética, que pretende convertir
en realidad la utopía social-comunista.
Desde el seno de los partidos burgueses surge la contestación
reaccionaria del fascismo. Ambos
movimientos políticos se propagan en distintos países con múltiples variantes.
Lo más
significativo son las dos grandes guerras mundiales, tan grandes y extensas
como nunca se habían visto, como nunca pudo sospechar la Humanidad. Si la primera tuvo un coste de 20 millones de
vidas, en la segunda fueron 80. El mundo
se duele y se conmueve. Las bombas
atómicas dejan en el aire la pregunta: ¿sobreviviríamos a una tercera? El cuestionamiento de los tremendos hechos
históricos está cargado de amargura y decepción: ¿Es esto el progreso?
Desde entonces se
quiebra el optimismo en el progreso y eso redunda en el pensamiento, en la
filosofía, en todas las humanidades. A
esta quiebra general del tono vital y de la cultura le llaman posmodernismo, que no se puede catalogar
exactamente como una ideología sino como un marco general que afecta
transversalmente a toda la producción cultural.
El POSMODERNISMO es un gran descosido en la
Historia.
Como en todos los
movimientos hay intentos de ponerle fechas.
Situados en los EEUU pudiéramos pensar que empezó con la gran depresión,
pero no. Visto con más amplitud parece
que fue en los años 50, tras el horror de la guerra, visto lo visto. Bien es
verdad que entre 1945 y 1971 hay un cierto resurgimiento del optimismo vital,
en unos países más en otros menos, no obstante, esto durará poco; la
frustración y la decepción habían calado profundamente. Seguro que también influyeron otros sucesos: podríamos
destacar la crisis en el 71, 73 y 79, al menos en esa década y a partir de la
siguiente se percibe nítidamente un quiebro. Las noticias sobre el deterioro ambiental
empiezan a ocupar primeras portadas, esa es otra negrura.
El hundimiento
soviético, con el desencanto paulatino, dentro y fuera de la URSS, también contribuyó. Es
posible, a juzgar por el auge financiero y bursátil, que la implosión de la
URSS tuviera alguna connotación positiva para algunos; pero si eso fue así, se
evaporó en el 2000 con las primeras crisis monetarias y financieras. Y después del crash del 2008, el mundo volvió
decididamente a la senda de la desconfianza en el progreso. Y por si fuera poco, hace ahora casi tres
años, el mundo entró en pandemia, la economía se puso a cámara lenta, y las
relaciones humanas se congelaron.
Todos estos
sucesos contribuyen a dejar de creer en las promesas de la modernidad como
antes, ahora ya no se idealiza el desarrollo científico-tecnológico; se duda de
que los cambios del progreso sean siempre para bien, y que conduzcan indefectiblemente
al bienestar. La duda se extiende a
todos los modelos políticos, económicos y sociales que surgieron con la
modernidad. Las razones que hace un
siglo se exponían categóricamente ahora se revisan, son subjetivables y
relativas. Las grandes utopías, las
ideologías socializantes, las teorías universales… producen recelos, se descalifican
y desechan con un simple: no son pragmáticas.
Frente al rigor
académico surge un descreimiento iconoclasta que es la base de un populismo
cultural que corroe las humanidades y todas las ciencias sociales. El pensamiento mágico recupera espacios
sociales. En el mercado de bienes
culturales se consumen relatos y creencias irracionalistas pseudoreligiosas que
hace un siglo serían risibles. Los
creacionistas en los EEUU son más del 40% de la sociedad (2010). En EEUU creen en el fenómeno OVNI un 32% de
la población; cerca de un 30% cree en la astrología, pero otro porcentaje mayor
todavía los consume, aunque con reservas, porque proporcionan a sus vidas un
cierto sentido de orden, según dicen algunos psico-sociólogos. Recientes
estudios sobre las creencias en astrología en España indican que hay un
superior enganche al horóscopo entre los universitarios y millenials. ¿Ansiedad
por el futuro? El sector de “servicios
místicos” no deja de crecer en todo el mundo desarrollado.
La gente ahora es
mucho más individualista y desconfía de las normas y de los controles sociales
que no atiendan o no respeten la pluralidad.
En tiempos de posguerra, durante algunos años, primaba el consumo masivo
y poco diferenciador. Ahora, por el
contrario, triunfa la diversidad, la exclusividad, la singularidad en el
consumo; esto es un indicador de que las personas buscan diferenciarse y singularizarse
en todos los aspectos y en todas sus relaciones.
En el libro de
Daniel Bernabé, “La trampa de la diversidad”, el autor nos alerta del
posmodernismo como una deriva peligrosa o una grieta por donde se va colando la
ideología de la desideologización[3], o como él dice parafraseando a otros, “una
gran deconstrucción” de todo, y no solo de ideologías, deconstrucción incluso del
lenguaje, de los significados de los significantes. Pondré un pequeño ejemplo: la imagen del
guerrillero Che Guevara, con la estrella roja plantada en su boina, es un
significante que va perdiendo su significado hasta llegar a ser perfectamente
asimilable en los mercadillos de los EEUU y Europa. Otro ejemplo: en estos días hemos visto
manifestaciones de ultraderechistas que al grito de “libertad” se oponen a las
decisiones de los gobiernos europeos sobre el covid. Es evidente que, hoy por hoy, la palabra
libertad está en otras bocas o tiene
connotaciones distintas según quien la pronuncie.
El concepto y el adjetivo
liberal en los EEUU, en el mundo anglófilo/anglófono, tiene un significado
semejante al que aquí damos al término progresista. Hoy, sin embargo, es un concepto muy
manoseado por los llamados neoliberales y otros nuevos liberales ultra,
emergentes desde los sectores más conservadores de la sociedad.
Los liberales de
antaño, los modernos, acuñaron todo un programa en un lema contundente y
conciso: Libertad, igualdad y fraternidad. Pues bien la libertad ahora, en boca
de muchos de los autoproclamados liberales, los posmodernos, es el imperio de
la voluntad individual sobre el colectivo social; reclaman algunos que ni
siquiera el bien colectivo debe ser argumento para restringir las libertades
individuales, en un claro desafío a la moralidad kantiana[4]. La igualdad y fraternidad no se contemplan,
cada cual aguante su vela. Propugnan un
nuevo modelo de sociedad al margen del Estado o reducido al mínimo; se llaman a
sí mismo anarcocapitalistas o anarquistas de derechas. La ideología individualista radical que
propugnan es un tipo de sociedad que defiende que todos los bienes y servicios
deben estar sujetos a precio y adquiridos según mercado. Aborrecen la provisión estatal de esos bienes
porque los costeamos todos con impuestos, pero sus razones son más profundas:
entienden que esa “intromisión” entraña un cierto grado de socialización del
esfuerzo común de todos y del reparto de los resultados obtenidos y, este es el
quid de la cuestión: Según su visión de la vida, cada uno debe (o debiéramos)
obtener individualmente el premio y el castigo que merece por su conducta y,
sin embargo, la intervención del Estado, con sus ayudas y paliativos, difuminan
esas responsabilidades, dicen, y además la intervención pública puede actuar
provocando desincentivos que entorpecen la deseable actitud de las buenas y
laboriosas personas, mientras que, al mismo tiempo, se incentiva el mal
comportamiento de sujetos perezosos o indeseables. Sostienen que una sociedad, como la que ellos
propugnan, que desasistiera o castigara a los ineficaces sin piedad y favoreciera con justicia, no a los
necesitados sino a los más capaces, provocaría, argumentan, una suerte de evolución
darwiniana positiva[5]
que nos haría a todos, al conjunto social, más potentes y felices. Para ellos
el camino del interés y la codicia individual conduce a una sociedad más
próspera. Proponen educar a los
ciudadanos, desde niños, en la competición. Piensan que la selección de los
mejores desde la infancia es el ambiente que propicia el triunfo individual y social,
y frente a otras naciones.
Los que propugnan
este modelo de sociedad “prometen a los fuertes la libertad absoluta en el uso
de su fuerza y a los débiles la esperanza de ser fuertes algún día”[6]
El caso es que
los nuevos ultra liberales tienen el viento en popa en la actualidad posmoderna
porque no exigen a los ciudadanos ningún compromiso sino que se abandonen a lo que hay, el mercado les conducirá. Entiéndase que el mercado es el que hay de
facto, lo que se anuncia todos los días a
todas horas en todos los medios, que no es el mercado teórico, porque este
nunca existió, salvo en los libros de Teoría, y nunca existirá.
Ahora la libertad
se traduce a voluntad, se interpreta como libertad de hacer lo que me da la
gana; estupendo. Por ejemplo: La
liberalidad se fundamenta en no pagar impuestos, estupendo. La libertad es desligarse de compromisos,
estupendo… Con ingredientes así es fácil construir un mensaje populista contra los
gobiernos que todavía están en la senda del Estado del Bienestar que va
declinando desde los ochenta pasados.
Esos programas necesitan recaudar
para redistribuir los bienes y servicios constitutivos del Estado del Bienestar,
y se apagan con “los liberales”.
En las líneas que
siguen abundaré en otras cuestiones relacionadas.
Del “El fin de
las ideologías” (Daniel Bell 1960) al “El fin de la Historia” (Fukuyama 1989/92). Lo que viene a decir este último es que las
ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía, es
decir por el mercado. Se instala en el inconsciente de gran parte de la
sociedad el llamado pensamiento único[7]
que viene a ser justo lo que hay o determinado
por lo que hay. No es de esperar ya grandes
conflictos, ni grandes cambios, aseguraba Fukuyama; eso es el paraíso, digo yo,
el paraíso[8] de los
que, pretendiendo ser realistas, dicen: esto
es lo que hay. Esta visión de un
mundo ordenado y sin conflictos la defendió coincidiendo con el derribo del
muro de Berlín y el desmantelamiento soviético, sin imaginarse, digo yo, lo que
vendría después: En los 90, guerra en los Balcanes y la guerra del Golfo y
otras muchas menores. Después en el
siglo XXI: La segunda guerra del Golfo,
Irak y Siria, y Libia, …
Detrás de tantas tensiones subyace entre otras cuestiones el fin de la
era de los combustibles fósiles y las tensiones que provoca la in-sostenibilidad
medioambiental del modelo energético.
En el mercado del
mi barrio hay quien pide merluza, otros se conforman con sardinas y otros piden
“deme argo señorito”. En el escenario mundial
los mercados engendran grandes tensiones; las grandes potencias dirimen su
hegemonía en el Monopoly causando estragos y guerras periféricas. En la actualidad, en suelo europeo, los
EEUU y Rusia se baten por el mercado del
gas, porque eso es lo que subyace a corto, entre otras cosas, en el conflicto
de Ucrania. En la geopolítica no hay tanta
ideología como intereses descarnados. No
es un paraíso, es lo que hay. Y en ese lo
que hay, el neoliberalismo se afianzó y, por el contrario, el Estado se
diluye, es decir, la política se evapora.
Todo se diluye en el mundo líquido, con una sociedad escurridiza y
maleable, así nos lo hizo ver Z. Bauman.
Todo se diluye excepto los derechos de propiedad que se petrifican como
rascacielos.
Pero este
capitalismo de la era de la informática es un sistema económico de trompicones aunque
algunos prefieren calificarlo como global y financiero, con acusadas tendencias
monopolistas y rentistas. Lo de
trompicones es una forma coloquial de advertir de su inestabilidad.
Eso es lo que hay, dicen muchas voces
conformistas, porque en realidad, a diferencia de la época moderna, ahora no
hay alternativas de cambio social que defiendan con entusiasmo amplios sectores.
Esto es así. entre otras cosas, porque no hay amplios sectores sociales con identificadores
comunes; la división y subdivisión del
trabajo ha estratificado y deshilachado la clase obrera. Es difícil establecer objetivos alternativos
comunes a grandes sectores. Los partidos
políticos lo buscan, hacen marketing buscando la transversalidad que es lo que
da muchos votos. Tampoco hay grandes bloques
culturales, la sociedad es un flujo de diversidad liquida que se desparrama. Como mucho, se produce cierta fusión
ciudadana en torno a eventos festivos locales; pero en las grandes ciudades eso
es más difícil, la gran ciudad está más desvertebrada. En el ensayo de Jorge Dioni López, “La
España de las piscinas”, se nos advierte de como el modelo de urbanización en
PAU’s, en los extrarradios de las grandes ciudades expansivas, van generando urbanizaciones
en la “España de las rotondas”, frecuentemente sin servicios públicos, que son islas
de renta segregadas, inconexas entre sí y débilmente vinculadas culturalmente a
la ciudad consolidada. Esta situación
urbanística es el último capítulo de una calculada falta de actuación pública en
materia de planificación urbana; aquí primero se plantan los pisos y después se
trazan las calles. Este modelo peculiar español viene de lejos,
desde 1958 al menos, con Arrese[9] como
ministro; desde entonces se deja este campo de actuación a la iniciativa de los
propietarios del suelo, para favorecer a una clase rentista agradecida al
régimen. Y así ha continuado porque el
PSOE, en alternancia con el PP, se sumó al modelo construcción/turismo. Las
iniciativas públicas en materia de vivienda han tratado de impulsar, de una u
otra manera, el mercado inmobiliario, haciendo dejación de la función social y
promoción del acceso a la vivienda, en cumplimiento del objetivo que consagra la Constitución en
su art. 47. En España la política de
vivienda se ha centrado en subvencionar directa o indirectamente a los
propietarios; el dinero público se emplea para generar mercado[10]. Cito
esta peculiaridad española[11] porque
nuestro sistema propietarista de suelo y vivienda genera individualismo
cultural y segregación social. El
urbanismo de los PAU’s de extrarradios coadyuva a generar una sociedad de
individuos disociados del conjunto urbano.
Pero no nos
desviemos demasiado del tema que nos ocupa.
Como amplios
factores u objetivos cohesionadores solo funciona el fútbol en el área privada
y el nacionalismo en el área pública.
Bueno, esto sí, ya lo creo que funciona, el nacionalismo aglutina; todos
los vacíos se llenan con el populismo nacionalista. El nacionalismo triunfa fácilmente cuando
solo exige colores, porque los individuos, cuando más aislados, atomizados y
disociados están, más necesidad sienten de adscribirse y resolver su instinto
tribal de pertenencia; si es a bajo coste mucho mejor. La religión sigue aglutinando pero solo en
aquellos casos que representa bandera nacional (nacionalista) contra el vecino,
todavía es muy potente en Oriente Medio, en Europa declina. En toda América y en especial en EEUU se
diversifica en mil creencias, todas aceptables y respetadas excepto los
discursos racionalistas, laicos, ateos y agnósticos, que suelen ser peor vistos.
Se puede depositar la esperanza en los extraterrestres de Ganímedes u otras
creencias exóticas, ahora con los cánones posmodernos todo lo rarito puede ser cool.
La humanidad parece ser tan crédula como mucho antes, solo que hoy cada
uno lleva ese traje a su medida.
Todo es opinable
en materia humana cuando se trata de cualidades difícilmente cuantificables; frecuentemente,
produce más respeto la opinión versada que la verdad contrastada. Con frecuencia no interesan tanto los hechos
como el impacto emocional. Todo objeto
puede subjetivarse y todo se puede redefinir a la medida del sujeto.
La posverdad es la distorsión deliberada de
una realidad en función de los sujetos involucrados en los hechos objetivos,
todo parece depender de quien lo diga y quien lo oiga.
La posverdad se ha instalado también en los
medios de comunicación y en el discurso político. El fin de la noticia espuria es
crear y remodelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Quienes controlan los medios de comunicación
eligen el marco de la discusión[12] y el
cuándo. Las verdades se disuelven en
ríos de tinta; los bulos contaminan los espacios de las verdades. Las calidades son difíciles de distinguir
entre una malintencionada marea de cantidades.
Hay un
considerable movimiento social que siguiendo las teorías queer[13]
pretende redefinir el sexo legal, mantienen que no son dos sino muchos más. Defienden que el sexo admitido legalmente no
sea el correspondiente a nuestra composición orgánica y la dotación cromosómica,
la que la naturaleza nos otorga por nacencia; pretenden que el sexo legal sea
el “sentido” por cada cual en su particular cabeza. De forma tal que un hombre, biológicamente
hombre, puede ser admitido socialmente como mujer o a la inversa, si así lo
prefiere el sujeto y cumple los requisitos registrales creados al efecto. Mientras que las feministas están por la
dilución del género que tan rígidamente existe en las sociedades patriarcales,
“les posmodernes”, sin embargo, tienen interés en resaltarlo.
Si se aceptara
que ser mujer es algo diverso, indefinido y fluido, como pretenden algunos, el
movimiento feminista correría el riesgo de subdividirse también, y puede perder
así su característica de bloque unitario que tantos éxitos (avances) ha
conseguido en tiempos recientes. La
trampa de la diversidad es un disolvente que funciona en todos los ámbitos
sociales.
En el campo de
las ideologías políticas hay mucha más desgana que interés. Es más, la política en determinados
ambientes es un tabú, no es de buen gusto; en contextos de banalización las
cosas serias molestan, la gente simpática habla poco de política. En general, la gente es reacia, más que
antes, a las propuestas que impliquen cambios bruscos en sus posicionamientos personales,
digamos que está acomodada en su pequeña parcela de propiedad individual. La política se vive de forma parecida al
pensamiento mágico, mucha gente piensa que basta desear algo para que llegue a
suceder.
De la política puede
llegar a interesar la táctica nunca la estrategia, porque eso es el largo plazo
y el futuro no se contempla. Los
tecnócratas tienen mejor prensa y aceptación social, porque son gestores de lo que hay, no lo cuestionan; son
pragmáticos, se dice. Muchos
observadores nos dicen que el eje derecha/izquierda, aunque sigue siendo
determinante, se ha hibridado con otro eje, lo nuevo/lo viejo.
La ausencia de
alternativas nos ha llevado al descrédito de la política y de los políticos ¿O es a la inversa? No surgen alternativas convincentes porque
no se pueden buscar en el pasado, porque estamos de vuelta de todo; no hay
referencias atractivas, las conocidas son minoritarias y desechadas porque no
alcanzan mayorías operativas. Y por no
valer el pasado se desecha la Historia, porque
la sospecha también alcanza a los historiadores. La Historia se reinterpreta a gusto del
consumidor de relatos, porque nada es verdad ni es mentira. En estos
tiempos son numerosas las personas que no distinguen o, más bien, no
quieren distinguir la realidad de la ficción, de tal forma que se vinculan al
relato político como un personaje más, e igual que ocurre en las series de la
tele, apagan el trasto cuando dejan de sentirse cómodos.
Y si no hay
pasado referencial tampoco hay horizonte de futuro, todo el panorama es el día
a día, un presente continuo de trompicones.
[1] Eso de datar solo es una precisión rigurosa cuando se refiere a sucesos puntuales determinables físicamente. El mercantilismo es un concepto abstracto en la mente de los analistas que pretenden enjuiciar el devenir humano; por eso las fechas relativas a movimientos culturales deben entenderse con cautela, porque el mundo es redondo, es decir interrelacionado, pero no funciona todo al unísono. La canción de la humanidad no suena igual en todas partes, ni al mismo tiempo. Bueno, ni la canción, ni el ruido.
[2] ¿A qué hora
exactamente fue eso? Preguntó uno
[3] Esta no es una expresión de ese autor, sino una conclusión mía personal al respecto.
[4] La libertad de un individuo limita con la libertad de los demás. La libertad es la independencia de la voluntad solo en aquellos ámbitos fuera de la ley moral. Su imperativo moral es: obra de tal modo que tus deseos y sus realizaciones puedan ser leyes universales.
[5] Es una estrecha interpretación de Darwin, porque en la naturaleza hay muchos ejemplos que podrían argumentarse como que la cooperación es la clave del éxito y no tanto la competición.
[6] El entrecomillado se debe a Tawney. “La religión y el ascenso del capitalismo” (1926) fue la obra que le ha valido su reputación como historiador. En ella trata la relación entre la religión protestante y el desarrollo económico en el XVI y XVII. La Reforma protestante provocó la disociación entre el comercio y la moralidad social, así como la subordinación de otros valores a la consecución de la riqueza material.
[7] En el sentido que le da al término Ignacio Ramonet, socialmente dominante y excluyente.
[8] El lenguaje común dominante, contagiado de posmodernismo, se encarga de blanquear significados: Los lugares donde se localizan de forma opaca los capitales financieros se llaman “paraísos fiscales” en vez de “refugios de evasores”.
[9] J.L. Arrese fue un falangista peculiar. Ahora toda la ultraderecha se declara económicamente ultraliberal pero, por aquel entonces, los de Franco eran muy estatalistas.
[10] El modelo de subvención pública al inquilino para que termine en el bolsillo del propietario lo empezó el ministro Boyer. Ahora que ya no existe esa desgravación fiscal, la presidenta Ayuso y otros pretenden implantar algo similar con el bono joven.
[11] Tras la primera y la segunda guerra mundial, sobre todo, los gobiernos europeos, a excepción de España, se lanzaron a la construcción de vivienda pública para alquilar.
[12] “No pienses en un elefante” (Lakoff), y así se
consigue que pensemos en trompas y colmillos en vez de pensar en otra cosa.
Los republicanos estadounidenses han ensayado nuevas técnicas de comunicación, consiguiendo activar, en no pocas personas, los marcos mentales que más les convienen. Las palabras no son inocentes, sobre todo cuando las manejan oligopolios de la comunicación.
[13] La Teoría Queer es una elaboración teórica que promueve
la disidencia sexual y la de-construcción de las identidades sexuales, considerando la opción personal como
un derecho humano. Sucede que confunden
deseos con derechos, opino yo
4 comentarios:
Muy interesante y bien argumentado. Entresaco una frase clave, que me ha encantado: "La trampa de la diversidad es un disolvente que funciona en todos los ámbitos sociales." Muy bueno👌
Gracias Isabel. A mi me parece que Segundo aborda un tema clave. El cambio de paradigma social. O quizás el fin de la era de la razón
Estupenda reflexión
Muy interesante todo lo que se dice. Para mí que España sea un país donde hay más perros que niños, muestra un poco la decadencia de occidente. Ante el sentimiento de soledad que provoca esta sociedad individualista, no hay mejor compañía que una mascota. Parece incluso de broma pero cada vez veo a más gente paseando a su perrito en cochecitos de niño. La necesidad intrínseca del ser humano de buscar respuestas a las preguntas universales, en esta sociedad descreída de todo, se busca en el esoterismo, en la espiritualidad mal entendida, en los populismos, en el nacionalismo..
La Primera vez que leí a Bauman en su "Amor Líquido" comprendí que no hay vuelta atrás. Yo solo espero lo peor. Veremos este invierno de racionamiento que viene, como lo superamos, cuando se han destruido todas las redes de apoyo social y ayuda mutua. El neoliberalismo ha hecho estragos. Y en esta guerra en Europa por la energía quien va a salir perdiendo somos los ciudadanos de a pie. Las oligarquías solo están acumulando beneficios. Muy interesante también la reflexión sobre Pulp fiction y Tarantino.
Y totalmente de acuerdo, el modelo urbanístico Español, genera adolescentes que tienen totalmente distorsionada la realidad del país en el que viven, viven en una realidad paralela de bienestar. Son jóvenes abandonados por los padres en esas urbanizaciones ajardinadas, con piscinas, jardines, pistas de tenis, de fútbol..¿qué más necesita un adolescente para ser feliz? pero no les prepara para el mundo real y los tiempos que vienen.
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