miércoles, 10 de agosto de 2022

Los posmodernos, eso es lo que hay (Ensayo). Segundo Sagarribay Solana

Los posmodernos, eso es lo que hay
Segundo Sagarribay Solana

"Pulp Fiction" (1994). Quentin Tarantino
Vincent Vega (John Travolta) & Mia Wallace (Uma Thurman)

El baile de "Pulp Fiction" representa la posmodernidad en todos sus aspectos estéticos e ideológicos: individualismo, subjetivismo, hedonismo, rechazo a las normas universales racionales morales, relativismo o posverdad, falta de proyectos de futuro, "realidad" como "construcción" artificial.
La canción de Chuck Berry, fuera de contexto -el rock and roll de los años 50-, pero con uno de los protagonistas de "Grease" -homenaje adolescente a los tiempos del rock and roll, sin rock and roll-, bailando una extraña coreografía carente de estilo y de normas, es un instante privilegiado del espíritu "posmoderno" que ha convertido a Tarantino es uno de los más grandes maestros del cine para todos aquellos que no han visto una sola película de los maestros del cine "moderno"

Por Francisco Huertas Hernández

 Hubo un tiempo premoderno en esta parte del mundo.  Hace mil años la humanidad estaba sometida a la creencia de un Dios omnímodo y hacedor nuestro; sin él no éramos nada, en eso creíamos.  Él creó al hombre para sí y porque sí, por y para su inapelable  designio, y encargaba a unos doctos sacerdotes la trasmisión de sus crípticos mensajes a los fieles.  Estos sacerdotes, en rituales generalmente solemnes, nos daban a conocer los mandamientos así como algunas otras muchas indicaciones igualmente del gusto de Nuestro Señor, porque la vida cotidiana estaba muy reglada por la religión.

 Hay constancia de que en París, un sacerdote concreto (más de uno probablemente en diferentes sitios) predicaba a sus fieles que el Anticristo vendría a la Tierra al cumplirse el primer milenio del nacimiento de Cristo, y con Él, el fin de los tiempos, y así tendría lugar el Juicio Final, tal como estaba previsto en la Biblia.  Nos han llegado testimonios posteriores de que esta creencia y otras similares se expandieron por amplias zonas de la cristiandad.  No piensen que ese miedo se concretó en un día preciso, similar al “efecto 2000”, porque había mucha gente que no sabía contar el tiempo con precisión y además, no en todas las regiones se contaba el tiempo con el mismo calendario.  Lo del año 2000 fue banal, lo del año mil no.  Es posible que los terroríficos vaticinios fueran tomados con reservas por los más sabios e instruidos pero, por el contrario, fueron creídos por los espíritus más simples, por temor, porque el alma de los ignorantes estaba educada en el miedo.  Lo del miedo, lo del “santo temor de Dios”, eso sí que era una verdad, quiero decir, una realidad en el corazón de las personas comunes.

 

 Pasó de largo el milenio y no llegó el fin del mundo, y las sociedades humanas siguieron cociéndose en el caldo gordo de la existencia. Lentamente, Europa fue saliendo de aquellos “años obscuros”, según calificativo empleado por las generaciones posteriores a los tiempos que antecedieron a otra época bautizada como “renacentista”.  Así nos lo han dejado escrito los historiadores. 

 El sustantivo Renacimiento hace referencia al renacer de la antigua sabiduría rescatándola del olvido de la inmediata Edad Media.   En esta nueva etapa, los hombres (las mujeres no se nombran) fueron perdiendo el miedo, se empoderaron, diríamos hoy, se crecieron y se creyeron los reyes de la creación; eso sí, por la gracia de Dios. 

 

 En lo económico llamamos mercantilismo al tiempo histórico (entre el XV y el XVIII, más o menos)[1] y también a las nuevas formas que vinieron de la mano del aquel auge del comercio, de los comerciantes y de los gobernantes que permitieron y/o auspiciaron nuevas formas de producción y distribución de bienes y servicios en el renacer de la vida urbana medieval, alrededor de los burgos y monasterios primero y después en ciudades más grandes, en donde prosperaron nuevas élites culturales. 

 

 Alrededor del siglo XV, se van consolidando estructuras de poder en la forma que llamamos el Estado Moderno.  El XV es el siglo en el que los navegantes europeos “descubren” otros mundos, para desparramarse por ellos con su fuerza militar y comercial en los siglos posteriores.  También por entonces se inicia en Alemania y Países Bajos, originalmente, una importante contestación que culmina con la Reforma protestante en el XVI; aparentemente es un movimiento religioso pero irá mucho más allá, porque entraña nuevas formas de entender al individuo con autonomía efectiva para pensar, para interpretar críticamente su entorno vital con argumentos de razón y no de religión.  Digamos que el humanismo renacentista cobra nuevos bríos con pensadores como M. Lutero, J. Calvino, etc.  La invención de la imprenta contribuyó decisivamente a la rápida difusión de estos movimientos religioso-culturales.

 

 La Edad Moderna, como saben, es una forma convencional de englobar toda la Historia entre el XV y el XVIII.  Dentro de ese saco está lo anteriormente citado.   Unos dicen que se debe considerar que esta etapa histórica empieza con la “caída” de Constantinopla en 1453 y otros con el “descubrimiento” de América en 1492.   Y el final, para unos es la fecha de la Revolución francesa, 1789[2]  o bien,  1776, la independencia de los Estados Unidos.  A partir de estas últimas estaríamos en la Edad Contemporánea.

 

 En la segunda mitad del siglo XVIII, tiene lugar el auge de otra novedosa explosión cultural, focalizada en Francia con precedentes en Inglaterra en el siglo anterior.  Ese movimiento que denominamos La Ilustración se expandió después a Alemania, países colindantes y sus áreas de influencia.  Por este fenómeno cultural, el XVIII, es conocido como “El siglo de las luces”.   Los ilustrados defienden un proyecto vital inspirado en la voluntad humana alumbrada por la ciencia y sus leyes universales, las que el hombre va desentrañando a través del progreso.  La ciencia de Newton, y otros, mostraba que era posible acceder al conocimiento del mundo. Grandes pensadores como Locke, Hume, Descartes, Voltaire, Montesquieu…etc. inciden en la idea de que podemos hacerlo posible.  Las voces más ilustradas nos dicen entonces que el mundo puede ser controlado y ordenado por la acción racional de los hombres (las mujeres siguen sin nombrarse) si fuéramos capaces de progresar en el conocimiento científico.  El hombre, por fin, era el artífice y el responsable de sus obras.

 El cambio de mentalidad es enorme: De estar sometidos a Dios en un mundo construido por él, a pensar que podríamos llegar a cambiar el mundo al desentrañar sus leyes.  Esta forma de entender la vida se abrirá paso y se consolidará en los dos siglos posteriores, desplazando el pensamiento religioso a la exclusividad de las iglesias, desplazando las supersticiones y el pensamiento mágico a los submundos de la ignorancia, elevando el conocimiento científico, racional y empírico a la suprema categoría social.

 

 La revolución tecnológica aplicada a la producción y a la organización del trabajo se conoce como revolución industrial y ésta, allá donde se produce, va cambiando el paisaje así como las relaciones sociales, los usos y las costumbres; todo ello reforzará la idea de progreso.

 En el siglo XIX la población mundial se dispara; la burguesía emergente en el periodo mercantilista se ha convertido en clase dominante por encima y a costa del proletariado industrial.  Estamos en un nuevo ordenamiento socio-económico que llamamos capitalismo.  Naturalmente tales cambios sociales se hacen en pugna más o menos violenta con movimientos de trabajadores proletarios que surgen de la mano de sindicatos y partidos obreros.

 

 El progreso social es la idea de que las sociedades pueden evolucionar hacia formas “superiores” construyendo sus propias estructuras sociales, políticas, y económicas.  En el siglo XIX, va calando con fuerza la idea del evolucionismo social.  Se entiende que la humanidad “avanza” desde un estadio de primitivo a un estado “civilizado” y que todas las razas y pueblos del planeta circulan por esas vías unos más anticipados y otros retrasados.  Ese es el camino de la modernidad.

 Otro suceso fundamental que marca el siglo XX es la revolución soviética, que pretende convertir en realidad la utopía social-comunista.  Desde el seno de los partidos burgueses surge la contestación reaccionaria del fascismo.  Ambos movimientos políticos se propagan en distintos países con múltiples variantes. 

 Lo más significativo son las dos grandes guerras mundiales, tan grandes y extensas como nunca se habían visto, como nunca pudo sospechar la Humanidad.  Si la primera tuvo un coste de 20 millones de vidas, en la segunda fueron 80.  El mundo se duele y se conmueve.  Las bombas atómicas dejan en el aire la pregunta: ¿sobreviviríamos a una tercera?  El cuestionamiento de los tremendos hechos históricos está cargado de amargura y decepción: ¿Es esto el progreso?

 Desde entonces se quiebra el optimismo en el progreso y eso redunda en el pensamiento, en la filosofía, en todas las humanidades.  A esta quiebra general del tono vital y de la cultura le llaman posmodernismo, que no se puede catalogar exactamente como una ideología sino como un marco general que afecta transversalmente a toda la producción cultural.

 

 El POSMODERNISMO es un gran descosido en la Historia.

 Como en todos los movimientos hay intentos de ponerle fechas.  Situados en los EEUU pudiéramos pensar que empezó con la gran depresión, pero no.  Visto con más amplitud parece que fue en los años 50, tras el horror de la guerra, visto lo visto. Bien es verdad que entre 1945 y 1971 hay un cierto resurgimiento del optimismo vital, en unos países más en otros menos, no obstante, esto durará poco; la frustración y la decepción habían calado profundamente.  Seguro que también influyeron otros sucesos: podríamos destacar la crisis en el 71, 73 y 79, al menos en esa década y a partir de la siguiente se percibe nítidamente un quiebro.  Las noticias sobre el deterioro ambiental empiezan a ocupar primeras portadas, esa es otra negrura. 

 El hundimiento soviético, con el desencanto paulatino, dentro y fuera de la URSS, también contribuyó.   Es posible, a juzgar por el auge financiero y bursátil, que la implosión de la URSS tuviera alguna connotación positiva para algunos; pero si eso fue así, se evaporó en el 2000 con las primeras crisis monetarias y financieras.   Y después del crash del 2008, el mundo volvió decididamente a la senda de la desconfianza en el progreso.  Y por si fuera poco, hace ahora casi tres años, el mundo entró en pandemia, la economía se puso a cámara lenta, y las relaciones humanas se congelaron.

 

 Todos estos sucesos contribuyen a dejar de creer en las promesas de la modernidad como antes, ahora ya no se idealiza el desarrollo científico-tecnológico; se duda de que los cambios del progreso sean siempre para bien, y que conduzcan indefectiblemente al bienestar.  La duda se extiende a todos los modelos políticos, económicos y sociales que surgieron con la modernidad.  Las razones que hace un siglo se exponían categóricamente ahora se revisan, son subjetivables y relativas.  Las grandes utopías, las ideologías socializantes, las teorías universales… producen recelos, se descalifican y desechan con un simple: no son pragmáticas.

 Frente al rigor académico surge un descreimiento iconoclasta que es la base de un populismo cultural que corroe las humanidades y todas las ciencias sociales.  El pensamiento mágico recupera espacios sociales.  En el mercado de bienes culturales se consumen relatos y creencias irracionalistas pseudoreligiosas que hace un siglo serían risibles.   Los creacionistas en los EEUU son más del 40% de la sociedad (2010).  En EEUU creen en el fenómeno OVNI un 32% de la población; cerca de un 30% cree en la astrología, pero otro porcentaje mayor todavía los consume, aunque con reservas, porque proporcionan a sus vidas un cierto sentido de orden, según dicen algunos psico-sociólogos.   Recientes estudios sobre las creencias en astrología en España indican que hay un superior enganche al horóscopo entre los universitarios y millenials. ¿Ansiedad por el futuro?  El sector de “servicios místicos” no deja de crecer en todo el mundo desarrollado.

 

 La gente ahora es mucho más individualista y desconfía de las normas y de los controles sociales que no atiendan o no respeten la pluralidad.  En tiempos de posguerra, durante algunos años, primaba el consumo masivo y poco diferenciador.   Ahora, por el contrario, triunfa la diversidad, la exclusividad, la singularidad en el consumo; esto es un indicador de que las personas buscan diferenciarse y singularizarse en todos los aspectos y en todas sus relaciones.

 En el libro de Daniel Bernabé, “La trampa de la diversidad”, el autor nos alerta del posmodernismo como una deriva peligrosa o una grieta por donde se va colando la ideología de la desideologización[3],  o como él dice parafraseando a otros, “una gran deconstrucción” de todo, y no solo de ideologías, deconstrucción incluso del lenguaje, de los significados de los significantes.  Pondré un pequeño ejemplo: la imagen del guerrillero Che Guevara, con la estrella roja plantada en su boina, es un significante que va perdiendo su significado hasta llegar a ser perfectamente asimilable en los mercadillos de los EEUU y Europa.  Otro ejemplo: en estos días hemos visto manifestaciones de ultraderechistas que al grito de “libertad” se oponen a las decisiones de los gobiernos europeos sobre el covid.  Es evidente que, hoy por hoy, la palabra libertad está en otras bocas o  tiene connotaciones distintas según quien la pronuncie. 

 El concepto y el adjetivo liberal en los EEUU, en el mundo anglófilo/anglófono, tiene un significado semejante al que aquí damos al término progresista.  Hoy, sin embargo, es un concepto muy manoseado por los llamados neoliberales y otros nuevos liberales ultra, emergentes desde los sectores más conservadores de la sociedad.

 Los liberales de antaño, los modernos, acuñaron todo un programa en un lema contundente y conciso: Libertad, igualdad y fraternidad. Pues bien la libertad ahora, en boca de muchos de los autoproclamados liberales, los posmodernos, es el imperio de la voluntad individual sobre el colectivo social; reclaman algunos que ni siquiera el bien colectivo debe ser argumento para restringir las libertades individuales, en un claro desafío a la moralidad kantiana[4].   La igualdad y fraternidad no se contemplan, cada cual aguante su vela.  Propugnan un nuevo modelo de sociedad al margen del Estado o reducido al mínimo; se llaman a sí mismo anarcocapitalistas o anarquistas de derechas.  La ideología individualista radical que propugnan es un tipo de sociedad que defiende que todos los bienes y servicios deben estar sujetos a precio y adquiridos según mercado.  Aborrecen la provisión estatal de esos bienes porque los costeamos todos con impuestos, pero sus razones son más profundas: entienden que esa “intromisión” entraña un cierto grado de socialización del esfuerzo común de todos y del reparto de los resultados obtenidos y, este es el quid de la cuestión: Según su visión de la vida, cada uno debe (o debiéramos) obtener individualmente el premio y el castigo que merece por su conducta y, sin embargo, la intervención del Estado, con sus ayudas y paliativos, difuminan esas responsabilidades, dicen, y además la intervención pública puede actuar provocando desincentivos que entorpecen la deseable actitud de las buenas y laboriosas personas, mientras que, al mismo tiempo, se incentiva el mal comportamiento de sujetos perezosos o indeseables.  Sostienen que una sociedad, como la que ellos propugnan, que desasistiera o castigara a los ineficaces sin piedad  y favoreciera con justicia, no a los necesitados sino a los más capaces, provocaría, argumentan, una suerte de evolución darwiniana positiva[5] que nos haría a todos, al conjunto social, más potentes y felices. Para ellos el camino del interés y la codicia individual conduce a una sociedad más próspera.   Proponen educar a los ciudadanos, desde niños, en la competición. Piensan que la selección de los mejores desde la infancia es el ambiente que propicia el triunfo individual y social, y frente a otras naciones.  

 Los que propugnan este modelo de sociedad “prometen a los fuertes la libertad absoluta en el uso de su fuerza y a los débiles la esperanza de ser fuertes algún día[6]

 El caso es que los nuevos ultra liberales tienen el viento en popa en la actualidad posmoderna porque no exigen a los ciudadanos ningún compromiso sino que se abandonen a lo que hay, el mercado les conducirá.  Entiéndase que el mercado es el que hay de facto, lo que se anuncia todos los días a  todas horas en todos los medios, que no es el mercado teórico, porque este nunca existió, salvo en los libros de Teoría, y nunca existirá.  

 Ahora la libertad se traduce a voluntad, se interpreta como libertad de hacer lo que me da la gana; estupendo.  Por ejemplo: La liberalidad se fundamenta en no pagar impuestos, estupendo.  La libertad es desligarse de compromisos, estupendo… Con ingredientes así es fácil construir un mensaje populista contra los gobiernos que todavía están en la senda del Estado del Bienestar que va declinando desde los ochenta pasados.  Esos programas necesitan  recaudar para redistribuir los bienes y servicios constitutivos del Estado del Bienestar, y se apagan con “los liberales”. 

 

 En las líneas que siguen abundaré en otras cuestiones relacionadas.

 Del “El fin de las ideologías” (Daniel Bell 1960) al “El fin de la Historia” (Fukuyama 1989/92).  Lo que viene a decir este último es que las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía, es decir por el mercado. Se instala en el inconsciente de gran parte de la sociedad el llamado pensamiento único[7] que viene a ser justo lo que hay o determinado por lo que hay.  No es de esperar ya grandes conflictos, ni grandes cambios, aseguraba Fukuyama; eso es el paraíso, digo yo, el paraíso[8] de los que, pretendiendo ser realistas, dicen: esto es lo que hay.  Esta visión de un mundo ordenado y sin conflictos la defendió coincidiendo con el derribo del muro de Berlín y el desmantelamiento soviético, sin imaginarse, digo yo, lo que vendría después: En los 90, guerra en los Balcanes y la guerra del Golfo y otras muchas menores.  Después en el siglo XXI: La  segunda guerra del Golfo, Irak y Siria,  y  Libia, …  Detrás de tantas tensiones subyace entre otras cuestiones el fin de la era de los combustibles fósiles y las tensiones que provoca la in-sostenibilidad medioambiental del modelo energético. 

 En el mercado del mi barrio hay quien pide merluza, otros se conforman con sardinas y otros piden “deme argo señorito”.  En el escenario mundial los mercados engendran grandes tensiones; las grandes potencias dirimen su hegemonía en el Monopoly causando estragos y guerras periféricas.  En la actualidad, en suelo europeo, los EEUU  y Rusia se baten por el mercado del gas, porque eso es lo que subyace a corto, entre otras cosas, en el conflicto de Ucrania.  En la geopolítica no hay tanta ideología como intereses descarnados.  No es un paraíso, es lo que hay.  Y en ese lo que hay, el neoliberalismo se afianzó y, por el contrario, el Estado se diluye, es decir, la política se evapora.   Todo se diluye en el mundo líquido, con una sociedad escurridiza y maleable, así nos lo hizo ver Z. Bauman.   Todo se diluye excepto los derechos de propiedad que se petrifican como rascacielos. 

 Pero este capitalismo de la era de la informática es un sistema económico de trompicones aunque algunos prefieren calificarlo como global y financiero, con acusadas tendencias monopolistas y rentistas.  Lo de trompicones es una forma coloquial de advertir de su inestabilidad. 

 Eso es lo que hay, dicen muchas voces conformistas, porque en realidad, a diferencia de la época moderna, ahora no hay alternativas de cambio social que defiendan con entusiasmo amplios sectores. Esto es así. entre otras cosas, porque no hay amplios sectores sociales con identificadores comunes; la división y subdivisión  del trabajo ha estratificado y deshilachado la clase obrera.  Es difícil establecer objetivos alternativos comunes a grandes sectores.  Los partidos políticos lo buscan, hacen marketing buscando la transversalidad que es lo que da muchos votos.  Tampoco hay grandes bloques culturales, la sociedad es un flujo de diversidad liquida que se desparrama.   Como mucho, se produce cierta fusión ciudadana en torno a eventos festivos locales; pero en las grandes ciudades eso es más difícil, la gran ciudad está más desvertebrada.   En el ensayo de Jorge Dioni López, “La España de las piscinas”, se nos advierte de como el modelo de urbanización en PAU’s, en los extrarradios de las grandes ciudades expansivas, van generando urbanizaciones en la “España de las rotondas”, frecuentemente sin servicios públicos, que son islas de renta segregadas, inconexas entre sí y débilmente vinculadas culturalmente a la ciudad consolidada.  Esta situación urbanística es el último capítulo de una calculada falta de actuación pública en materia de planificación urbana; aquí primero se plantan los pisos y después se trazan las calles.   Este modelo peculiar español viene de lejos, desde 1958 al menos, con Arrese[9] como ministro; desde entonces se deja este campo de actuación a la iniciativa de los propietarios del suelo, para favorecer a una clase rentista agradecida al régimen.  Y así ha continuado porque el PSOE, en alternancia con el PP, se sumó al modelo construcción/turismo. Las iniciativas públicas en materia de vivienda han tratado de impulsar, de una u otra manera, el mercado inmobiliario, haciendo dejación de la función social y promoción del acceso a la vivienda, en cumplimiento  del objetivo que consagra la Constitución en su art. 47.  En España la política de vivienda se ha centrado en subvencionar directa o indirectamente a los propietarios; el dinero público se emplea para generar mercado[10].   Cito esta peculiaridad española[11] porque nuestro sistema propietarista de suelo y vivienda genera individualismo cultural y segregación social.   El urbanismo de los PAU’s de extrarradios coadyuva a generar una sociedad de individuos disociados del conjunto urbano.

 Pero no nos desviemos demasiado del tema que nos ocupa.

 Como amplios factores u objetivos cohesionadores solo funciona el fútbol en el área privada y el nacionalismo en el área pública.  Bueno, esto sí, ya lo creo que funciona, el nacionalismo aglutina; todos los vacíos se llenan con el populismo nacionalista.   El nacionalismo triunfa fácilmente cuando solo exige colores, porque los individuos, cuando más aislados, atomizados y disociados están, más necesidad sienten de adscribirse y resolver su instinto tribal de pertenencia; si es a bajo coste mucho mejor.  La religión sigue aglutinando pero solo en aquellos casos que representa bandera nacional (nacionalista) contra el vecino, todavía es muy potente en Oriente Medio, en Europa declina.  En toda América y en especial en EEUU se diversifica en mil creencias, todas aceptables y respetadas excepto los discursos racionalistas, laicos, ateos y agnósticos, que suelen ser peor vistos. Se puede depositar la esperanza en los extraterrestres de Ganímedes u otras creencias exóticas, ahora con los cánones posmodernos todo lo rarito puede ser cool.   La humanidad parece ser tan crédula como mucho antes, solo que hoy cada uno lleva ese traje a su medida.  

 

 Todo es opinable en materia humana cuando se trata de cualidades difícilmente cuantificables; frecuentemente, produce más respeto la opinión versada que la verdad contrastada.   Con frecuencia no interesan tanto los hechos como el impacto emocional.  Todo objeto puede subjetivarse y todo se puede redefinir a la medida del sujeto.

 La posverdad es la distorsión deliberada de una realidad en función de los sujetos involucrados en los hechos objetivos, todo parece depender de quien lo diga y quien lo oiga. 

 La posverdad se ha instalado también en los medios de comunicación y en el discurso político. El fin de la noticia espuria es crear y remodelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales.  Quienes controlan los medios de comunicación eligen el  marco de la discusión[12] y el cuándo.  Las verdades se disuelven en ríos de tinta; los bulos contaminan los espacios de las verdades.  Las calidades son difíciles de distinguir entre una malintencionada marea de cantidades.

 

 Hay un considerable movimiento social que siguiendo las teorías queer[13] pretende redefinir el sexo legal, mantienen que no son dos sino muchos más.  Defienden que el sexo admitido legalmente no sea el correspondiente a nuestra composición orgánica y la dotación cromosómica, la que la naturaleza nos otorga por nacencia; pretenden que el sexo legal sea el “sentido” por cada cual en su particular cabeza.  De forma tal que un hombre, biológicamente hombre, puede ser admitido socialmente como mujer o a la inversa, si así lo prefiere el sujeto y cumple los requisitos registrales creados al efecto.  Mientras que las feministas están por la dilución del género que tan rígidamente existe en las sociedades patriarcales, “les posmodernes”, sin embargo, tienen interés en resaltarlo.

 Si se aceptara que ser mujer es algo diverso, indefinido y fluido, como pretenden algunos, el movimiento feminista correría el riesgo de subdividirse también, y puede perder así su característica de bloque unitario que tantos éxitos (avances) ha conseguido en tiempos recientes.  La trampa de la diversidad es un disolvente que funciona en todos los ámbitos sociales.

 

 En el campo de las ideologías políticas hay mucha más desgana que interés.   Es más, la política en determinados ambientes es un tabú, no es de buen gusto; en contextos de banalización las cosas serias molestan, la gente simpática habla poco de política.  En general, la gente es reacia, más que antes, a las propuestas que impliquen cambios bruscos en sus posicionamientos personales, digamos que está acomodada en su pequeña parcela de propiedad individual.  La política se vive de forma parecida al pensamiento mágico, mucha gente piensa que basta desear algo para que llegue a suceder.

 De la política puede llegar a interesar la táctica nunca la estrategia, porque eso es el largo plazo y el futuro no se contempla.  Los tecnócratas tienen mejor prensa y aceptación social, porque son gestores de lo que hay, no lo cuestionan; son pragmáticos, se dice.  Muchos observadores nos dicen que el eje derecha/izquierda, aunque sigue siendo determinante, se ha hibridado con otro eje, lo nuevo/lo viejo.

 La ausencia de alternativas nos ha llevado al descrédito de la política y de los políticos  ¿O es a la inversa?   No surgen alternativas convincentes porque no se pueden buscar en el pasado, porque estamos de vuelta de todo; no hay referencias atractivas, las conocidas son minoritarias y desechadas porque no alcanzan mayorías operativas.   Y por no valer el pasado se desecha la Historia,  porque la sospecha también alcanza a los historiadores.  La Historia se reinterpreta a gusto del consumidor de relatos, porque nada es verdad ni es mentira.  En estos  tiempos son numerosas las personas que no distinguen o, más bien, no quieren distinguir la realidad de la ficción, de tal forma que se vinculan al relato político como un personaje más, e igual que ocurre en las series de la tele, apagan el trasto cuando dejan de sentirse cómodos.

 Y si no hay pasado referencial tampoco hay horizonte de futuro, todo el panorama es el día a día, un presente continuo de trompicones.



[1] Eso de datar solo es una precisión rigurosa cuando se refiere a sucesos puntuales determinables físicamente.  El mercantilismo es un concepto abstracto en la mente de los analistas que pretenden enjuiciar el devenir humano; por eso las fechas relativas a movimientos culturales deben entenderse con cautela, porque el mundo es redondo, es decir interrelacionado, pero no funciona todo al unísono.  La canción de la humanidad no suena igual en todas partes, ni al mismo tiempo.  Bueno, ni la canción, ni el ruido.

[2]  ¿A qué hora exactamente fue eso?  Preguntó uno

[3] Esta no es una expresión de ese autor, sino una conclusión mía personal al respecto.

[4] La libertad de un individuo limita con la libertad de los demás.  La libertad es la independencia de la voluntad  solo en aquellos  ámbitos fuera de la ley moral.  Su imperativo moral es: obra de tal modo que tus deseos y sus realizaciones puedan ser leyes universales.

[5] Es una estrecha interpretación de Darwin, porque en la naturaleza hay muchos ejemplos que podrían argumentarse como que la cooperación es la clave del éxito y no tanto la competición.

[6] El entrecomillado se debe a Tawney.  “La religión y el ascenso del capitalismo” (1926) fue la obra  que le ha valido su reputación como historiador.  En ella trata la relación entre la religión protestante y el desarrollo económico en el  XVI y XVII. La Reforma protestante provocó la disociación entre el comercio y la moralidad social, así como la subordinación de otros valores a la consecución de la riqueza material.

[7] En el sentido que le da al término Ignacio Ramonet, socialmente dominante y excluyente.

[8] El lenguaje común dominante, contagiado de posmodernismo, se encarga de blanquear  significados: Los lugares donde se localizan de forma opaca los capitales financieros  se llaman  “paraísos fiscales” en vez de “refugios de evasores”.

[9] J.L. Arrese fue un falangista peculiar.  Ahora toda la ultraderecha se declara económicamente ultraliberal pero, por aquel entonces, los de Franco eran muy estatalistas.

[10] El modelo de subvención pública al inquilino para que termine en el bolsillo del propietario lo empezó el ministro Boyer.  Ahora que ya no existe esa desgravación fiscal, la presidenta Ayuso y otros pretenden implantar algo similar con el bono joven.

[11] Tras la primera y la segunda guerra mundial, sobre todo, los gobiernos europeos, a excepción de España, se lanzaron a la construcción de vivienda pública para alquilar.

[12] “No pienses en un elefante” (Lakoff), y así se consigue que pensemos en trompas y colmillos en vez de pensar en otra cosa.

 Los republicanos estadounidenses han ensayado nuevas técnicas de comunicación, consiguiendo activar, en no pocas  personas, los marcos mentales que más les convienen.  Las palabras no son inocentes, sobre todo cuando las manejan oligopolios de la comunicación.

[13] La Teoría Queer es una elaboración teórica que promueve la disidencia sexual y la de-construcción de las identidades  sexuales, considerando la opción personal como un derecho humano.   Sucede que confunden deseos con derechos, opino yo

Segundo Sagarribay Solana
Alicante. 2022-01-09

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante y bien argumentado. Entresaco una frase clave, que me ha encantado: "La trampa de la diversidad es un disolvente que funciona en todos los ámbitos sociales." Muy bueno👌

Francisco dijo...

Gracias Isabel. A mi me parece que Segundo aborda un tema clave. El cambio de paradigma social. O quizás el fin de la era de la razón

Anónimo dijo...

Estupenda reflexión

Unknown dijo...

Muy interesante todo lo que se dice. Para mí que España sea un país donde hay más perros que niños, muestra un poco la decadencia de occidente. Ante el sentimiento de soledad que provoca esta sociedad individualista, no hay mejor compañía que una mascota. Parece incluso de broma pero cada vez veo a más gente paseando a su perrito en cochecitos de niño. La necesidad intrínseca del ser humano de buscar respuestas a las preguntas universales, en esta sociedad descreída de todo, se busca en el esoterismo, en la espiritualidad mal entendida, en los populismos, en el nacionalismo..
La Primera vez que leí a Bauman en su "Amor Líquido" comprendí que no hay vuelta atrás. Yo solo espero lo peor. Veremos este invierno de racionamiento que viene, como lo superamos, cuando se han destruido todas las redes de apoyo social y ayuda mutua. El neoliberalismo ha hecho estragos. Y en esta guerra en Europa por la energía quien va a salir perdiendo somos los ciudadanos de a pie. Las oligarquías solo están acumulando beneficios. Muy interesante también la reflexión sobre Pulp fiction y Tarantino.
Y totalmente de acuerdo, el modelo urbanístico Español, genera adolescentes que tienen totalmente distorsionada la realidad del país en el que viven, viven en una realidad paralela de bienestar. Son jóvenes abandonados por los padres en esas urbanizaciones ajardinadas, con piscinas, jardines, pistas de tenis, de fútbol..¿qué más necesita un adolescente para ser feliz? pero no les prepara para el mundo real y los tiempos que vienen.