domingo, 15 de junio de 2014

"LOS INCREÍBLES" (2012) de DAVID VALERO. Análisis


"LOS INCREÍBLES" (2012). David Valero
Análisis

Francisco Huertas Hernández
Inmaculada Arriero Doblado




"Los increíbles" (2012). David Valero


"Los increíbles" (2012). David Valero

 “Los Increíbles" (2012) es el primer largometraje del director alicantino David Valero, que estos días se repone en los cines Panoramis de Alicante.


 Esta película documental nos conmocionó por su profunda humanidad y por su belleza. Relata tres historias paralelas de tres personas en la “frontera/límite” de la vida: “Ala Rota” Juan, minusválido, con un brazo paralizado tras un accidente, que lucha por encontrar el amor a través de citas del chat; “Dama de hierro” María, una anciana de 94 años llena de vitalidad, que se resiste a morir, entregada a sus quehaceres y rituales católicos, dotada de una espontaneidad y una gracia naturales; y “Mujer radiactiva” Joana, una chica de 30 años enferma de cáncer, que recorre unidades de radiación, quimioterapia y consultas oncológicas, y a la que vemos rodeada de sus dos niñas y su marido.


 La grandeza de esta película reside en que no nos cuenta una historia de personajes, sino de personas. Aquí no hallamos interpretaciones, sino vidas reales. Y estas vidas alcanzan a transmitir la lucha del ser humano por superar sus límites, entre los que se alza inasible la muerte.

 Cuentan que el rico príncipe indio Gautama salió de su hacienda donde había vivido enclaustrado en su juventud y se dio de bruces con la realidad humana, con su misterio y su horror, el “límite” de lo humano: un hombre viejo, un enfermo, un muerto y un asceta. En ese momento recibió la revelación, abandonando a su familia, y haciéndose monje. Así nació Buda.

 En este film asistimos a una revelación semejante: el espectador es enfrentado, desde la realidad, a una enferma (que acaba muriendo), una anciana, un tullido. Los tres en el “límite” de la vida.

 El gran filósofo español Eugenio Trías (1942-2013) desarrolló su filosofía del “límite”: el ser se manifiesta en esa frontera entre lo que aparece y lo que se resiste a manifestarse como fenómeno, entre la razón y sus sombras: y es la muerte esa sombra que nos arrebata, pero al mismo tiempo nos configura. De eso trata este film.

 El título de la cinta remite a una película de animación de Pixar, “The Incredibles” (2004) de Brad Bird, en la que tres superhéroes luchan contra el crimen. La referencia es clara: Joana, Juan y María son los superhéroes cotidianos que luchan contra el mal, el límite, la sombra: la muerte y sus diversas manifestaciones: la soledad (elegida en María; impuesta en Juan; condenada en Joana), la tristeza, el tiempo.

 Por eso, en el epílogo del largometraje, las personas reales que hemos visto durante 90 minutos se transforman en personajes de animación, y sólo en ese momento pueden vencer a sus enemigos, capitaneados por la Muerte, que como Hidra se reduplica incesantemente. Éste es el ἀγών (agón: contienda, desafío, lucha) entre la vida y la muerte.

 “Los Increíbles” es, desde luego, un canto a la vida, realizado sin solemnidad, sentimentalismo ni efectismo.



 Una de las virtudes milagrosas de esta película es la fusión entre su forma y su historia.

 Destacamos la presencia de los objetos en primerísimos planos, de las hormigas, del paisaje desolado, de las estancias hospitalarias. Los movimientos de cámara que oscilan entre lo íntimo y lo ausente. Y, ante todo, un montaje prodigioso en el que se mantiene un ritmo pausado pero firme.

El director David Valero posa ante el cartel de "Los increíbles"

 Desde los primeros planos sabemos que estamos ante un film mayor: una cámara instalada en un trineo nos muestra a Juan arrastrándolo por la arena de un paraje solitario. Los shaky shots reaparecerán en alguna otra secuencia memorable, como la de la perra que corre en torno a su amo. La cámara encuentra en Juan “Ala Rota” alguno de sus momentos más bellos: las escenas en el interior del agua de la piscina y del mar, que recuerdan por su belleza la obra maestra de Jean Vigo, “Taris” (1931); las dunas; el árbol en el que ha tendido su camisa mientras descansa; los masajes mutuos con su hija y su amigo; el trineo azul, que acabará dominando (¿Homenaje a Rosebud, en “Citizen Kane”?). En un espacio narrativo y emocional, las confesiones (mínimas) a su cámara de vídeo y sus citas con mujeres, nos dan la dimensión de este ser humano.


 María llena la pantalla con su salero. La vemos desenvolverse en casa, en el cementerio, en la fiesta de cumpleaños. Siendo el “personaje” que debería estar más cerca del “límite” de la muerte, sin embargo, es el que más vida rebosa, el que representa la alegría. Es la más integrada: la vemos rodeada de una gran familia, aunque vive sola. El humorístico diálogo con su yerno, que le recuerda que hay personas de 20 y 30 años que mueren, mientras ella ya ha vivido 20 años más que la mayoría, adquiere una dimensión trágica al contrastarlo con Joana.


 Joana, de 30 años, lucha contra un cáncer. Vemos sus sesiones de quimioterapia, una operación, exploraciones radiológicas, y también cómo su marido se hace cargo de sus dos hijas pequeñas. Su enfermedad tiene altibajos. En los cuatro años en que se rodó la película, Joana experimentó un empeoramiento constante. En ese límite de lo humano y en su paradoja hallamos el agón de la escena de la preparación para la operación de Joana en contraste con el baño de sus hijas en la piscina de la terraza. De los tres seres humanos que aparecen en el film, Joana y su marido, son los más contenidos. La ausencia de dolor ante la cámara, oculta un sufrimiento íntimo que no vemos. Pero es también Joana el único de los tres héroes que mantiene una lucha real por su existencia. El último plano de la película, con Joana de espaldas es sobrecogedor. Nos plantea los límites morales de la representación artística. El recurso de intercalar vídeos familiares de Joana y de Juan, que nos muestran sus días felices, es utilizado con moderación por el director, huyendo así de la sensiblería propia del cine comercial americano.

 Queremos acabar estas breves impresiones con la mención a una poética escena, en montaje paralelo con su estancia hospitalaria, en la que María, en un descampado hace volar un globo rojo que acaba soltando. Esa imagen nos evoca “Le ballon rouge” (1956), de Albert Lamorisse, y tiene su paralelismo en la cometa que la hija de Joana vuela en otro descampado. El cielo que alberga la esperanza que la tierra nos niega. La infancia recobrada en María y contemplada bajo su sombrilla de muerte por Joana.



 En resumen, podemos calificar el largometraje de David Valero como obra maestra del cine y de la antropología. Una película que nos conmueve y nos enfrenta con nuestros límites.

 P.D: Agradecimiento especial a Carmen, gerente de Panoramis, por dar voz y pantalla a un cine alternativo de calidad. Aunque el público no responda como debería. Gracias.

Francisco Huertas Hernández
Inmaculada Arriero Doblado
15 de junio de 2014



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