domingo, 6 de julio de 2025

Antonio Pardines: "Rincones sin esquinas". 2022-2025. El caminante de la historia e intrahistoria compostelana. Por Francisco Huertas Hernández

Antonio Pardines: "Rincones sin esquinas". 2022-2025.
El caminante de la historia e intrahistoria compostelana.
Por Francisco Huertas Hernández




Fotos de Santiago de Compostela, desde inicios del siglo XX hasta la década de los años 70


  Existen ciudades con dos nombres. Compostela es también Santiago por el sepulcro del santo, que hace de la ciudad gallega meta de peregrinos. Antonio Pardines es compostelano, bien conocido como crítico de cine, y ha peregrinado por sus recuerdos fundiéndolos con la historia de la ciudad. Es, pues, "Rincones sin esquinas", un doble paseo por la historia de una ciudad y la intrahistoria de un niño, joven y adulto caminante, que la recorre con su mochila cargada de libros.

 En el último capítulo -"Futuro imperfecto"- reconoce el autor que "la idea inicial de recorrer rincones sin esquinas era la de establecer una relación entre Santiago y el cine", sin embargo, las intenciones no acaban transformándose en hechos. Y las leyendas que cuentan cuando la reina Urraca I de León, la Temeraria, fue perseguida por las masas que querían lincharla en el Palacio Arzobispal, traen a la memoria otra persecución, "una infantil, que se produce en la calle donde vivo a los diez años. Solo se trata de un juego, pero deriva en un momento que me sirve para reflexionar sobre la ausencia de control de nuestras vidas". La rotura del brazo de un niño está relatada con un gran realismo y dolor, el dolor de descubrir la maldad humana, en la que el autor no quiere ahondar. "Me veo en el milenio pasado, cuando tengo diez años y vuelo por los aires para caer sobre el bordillo de la acera, con mi masa corporal sobre el brazo con el que escribo... Lo terrorífico del asunto no es partirme el radio y el cúbito, es que nadie me ayuda ni se preocupa... Instantes antes de la lesión, corro por la calle con otros niños. Jugamos a policías y ladrones, a indios y vaqueros o a dobles ceros y agentes del telón de acero... cuando alguien... pone su pie a unos segundos de mi siguiente paso... Ignoro los motivos que llevan a la pierna agresora a actuar como lo hace... el brazo cruje, mi boca chilla, mis ojos derraman lágrimas y mi bravura infantil reprime el llanto... No recuerdo si me levanto o me levantan, aunque sí veo el pie del huno traicionero. Lo veo alejarse, sin apenas prestar atención al resultado de su acción... De vez en cuando, regresa a mi mente la señora que pasa por allí, una vecina, tal vez.
 - Ay, neniño, sujeta el brazo con la otra mano, que te cuelga por la piel y si no lo agarras te va a caer -me dice la buena mujer, que tiene el doble detalle de advertirme y suspirar".

 He querido comenzar mi reseña de este magnífico libro por el final, con su (intra)historia más conmovedora, la de un niño herido y abandonado por los adultos y sus compañeros de juegos. La peripecia del pequeño Toño, con su brazo roto, buscando a sus padres para que lo lleven al hospital a escayolar, con el dramatismo de no poder extender su brazo para apretar el timbre, sirve al escritor para advertir cuán perpleja el alma humana queda ante el sinsentido y el azar, en una filosofía del tiempo en que "cualquier presente desconoce su futuro", y apostar por una especie de "ideal regulativo" al modo kantiano de esa "idea de futuro" que "es una invitación a soñar y a ponernos en marcha, a caminar en pos de materializar lo soñado". Cierra el libro esta reflexión perpleja sobre la ausencia de hilo lógico del tiempo vivido desde la conciencia individual, una conciencia formada por esos golpes de la vida: "vivo la impotencia de la realidad en el imprevisto... lo llamo casualidad... Es mi padre en la distancia, rumbo a casa después de un día más y menos de trabajo. Camina mudo, pero su cuerpo me habla. Acercándose en silencio, su presencia me anuncia que la pesadilla toca a su fin".

 La obra se divide en 23 capítulos, más una filmografía y una bibliografía compostelanas. Todo el libro es un permanente canto de amor a su ciudad natal desde la biografía de un hombre que aún no ha alcanzado el medio siglo. La erudición fílmica de Pardines -blog "Va de vagos"-, aquí toma como hilo conductor las películas rodadas o ambientadas en Santiago. La evocación surge en el paseo ininterrumpido, y creemos que desinteresado, por las calles y plazas de la ciudad, en la que sus piedras despiertan la historia de reyes, obispos y artesanos.

 Los encuentros con la muerte, discretos y perseverantes, desfilan: el anorak nuevo del rapaz ardiendo tras prender unas velas de una capilla, "que la vida es un juego y quien juega sabiendo que al final lo pierde todo, tiene media partida amañada". La ciudad también encara la muerte en cada renacimiento, y el hijo de Zebedeo no sabemos si predicó en Gallaecia, pero el mito es más fuerte que la realidad, y las historias que entrelaza el autor son caminos que conducen al sueño, al olvido, quizás. El Camino de Santiago, el Campo de Estrellas, el tercer centro de peregrinación de la cristiandad, tras Roma y Jerusalén, a las que llegó a superar "en algún instante medieval... en el constante fluir de caminantes y jinetes, de monjes y nobles, de comerciantes y hermandades, de pillos, chusma y tunantes", y provocó "una revolución cultural, económica y urbanística nunca vista hasta entonces en el Medievo cristiano peninsular".

 Esa leyenda del rescate del cuerpo y la cabeza decapitados de Santiago que llegan a la ciudad y dan lugar al milagro del hallazgo, y el esplendor subsiguiente, aunque postreramente asediada por Almanzor, va configurando una metrópoli religiosa y universitaria, por la que deambula entre rúas el Sr. Pardines, un hombre discreto que se disuelve en la historia de su ciudad soñada. La Cruz de San Pedro contra la que impacta el auto de un conductor ebrio, en días donde el pequeño vivía sobre una churrería, y desde cuya ventana vio la puerta del automóvil golpear repetidas veces contra la piedra. La vida nos coloca ante sucesos que tienen la misma atmósfera irreal de las películas. El azar, la violencia sin explicación, el desastre, la estupidez humana, siguen más allá de Bonaval y su Panteón de Gallegos Ilustres, donde descansan Rosalía de Castro, Emilio Castelao o Ramón Cabanillas. 
 Tanto paseo, tanta historia, tanta lluvia, quizás, y ¿quiénes somos? ¿Cuál es nuestra identidad como gallegos? Recurrir al pasado una vez y otra vez para descifrar los orígenes: "la historia dice verdades, las silencia, las tergiversa, las omite. No es neutra, aunque venda objetividad".

 "Durante mi paseo, apenas reconozco Santiago ni el habla de sus gentes. Las rúas están sucias y embarradas", pero quien esto escribe no sabe el lector si habla del presente de la redacción del libro o de un pasado brumoso en el que siempre parece estar. Un pasado santiagués estudiantil marcado por Alejandro Pérez Lugín, quien publicó en 1915 la novela "La casa de la Troya", sobre un joven crápula madrileño obligado por su padre a terminar los estudios de Derecho en la Universidad compostelana, descubriendo amistad, amor y belleza en la pequeña ciudad provinciana. Un pasado siempre presente en el Pórtico de la Gloria del maestro Mateo en la catedral, sobre el que escribe abundantemente Antonio Pardines.

 El arte, cuando la vida no basta, lleva al autor a meditar: "no todo lo pretencioso es arte, pero sospecho que todo artista es pretencioso. Entonces, ¿el arte también lo es?". El problema estético preocupa al escritor desde hace mucho. Su afirmación de que la aspiración a crear belleza e inmortalidad es lo más pretencioso, es discutible. Sin aspiración a lo absoluto, a la trascendencia, no hay arte alguno, sin que eso implique que todo arte sea religioso. 

 El arte de la literatura tiene en las librerías su Sancta Sanctorum. El peregrino no se limita a visitar los templos consagrados a Dios, también hace parada en los templos consagrados a las Letras. Toño Pardines confiesa: "Me atraen las librerías de libros de segunda mano, descatalogados y perdidos en la gran biblioteca de la historia" y enumera una lista de ciudades en las que ha visitado librerías de ocasión, aunque sean las librerías compostelanas las que sean recordadas: Galí, abierta en 1876, y escenario de "La casa de la Troya", tristemente cerrada en 2006. Una reflexión sobre la transformación de las librerías en puntos de venta de best sellers, la muerte de estos templos de las Letras. Quisiera poner como ejemplo la destrucción de la Casa del Libro de la Gran Vía, tras ser comprada por Planeta. Tanto ésta como el resto de tiendas de la cadena se han convertido en asépticos lugares donde sólo se venden novelas de moda, libros de autoayuda y demás bazofia industrial. Ninguna pequeña editorial tiene acceso a su distribución en esta empresa. Pero "¿cuántos libros pueden leerse en una sola vida?". ¿Y de qué sirve un libro a quien no quiere leer? "Vuelvo a los once años, entro en las librerías de la rúa del Villar". ¿Por qué los libros nos remiten al pasado? 

 La inmensa mayoría de libros publicados son olvidados y sus escritores caen en la misma nada, ya que somos "aparecidos", fantasmas disueltos en el fluir temporal. Uno de los capítulos más profundos de "Rincones sin esquinas" se titula "Aparecidos". Ese olvido en el que caemos los vivos cuando muertos ya no somos: "¿cuántos humanos se recuerdan? ¿Un 0,0000001 por ciento de las nacidos?... Durante la brevedad histórica, el mínimo que se recuerda y quienes, sin haber existido, son leyenda. A veces, los personajes históricos, ilustres o mitológicos, parecen más, pero son menos... Los nombres que suenan son pocos; y los más ya son nadie. Sirvan, entonces, estas líneas como recuerdo a esas vidas que el tiempo borra de la memoria humana".

 El desfile de los que son recordados, en calles, plazas, iglesias, libros, canciones de la tuna o películas, continúa siempre anclado a la geografía de Santiago, en un ir y venir de creencias, leyendas y hechos filtrados por la imaginación que escucha las "voces calladas": "años atrás me convenzo de que sin las creencias no existimos los descreídos" en una "eternidad efímera" donde nuestras limitaciones son tan grandes que apenas pueden ser contadas. Y las heridas, las de la maldad incomprensible: alguien pinchando con unas tijeras en la espalda al autor, que fue agredido por el mismo descerebrado años antes con un remo en la cabeza. Tres veces la muerte acechando al autor, incluyendo un ahogo en el mar. El escritor con leve susurro evoca la muerte de su madre, su milagrosa salvación en accidente de tránsito, omite ciertos nombres, sitúase en una tesitura heideggeriana de "ser-hacia-la-muerte": "Ahora sé que mientras la muerte me aceche estaré vivo... y eso es más de lo que siento antes de tu nacimiento, que no pides, y de mi final, que no veo ni siento, ni puedo evitar". A lo mejor los Monty Phyton dan la mejor respuesta al sentido de la vida, "yo la encuentro en su sinsentido, en cada latido de mi corazón, en los gozos y las sombras, en resistir, amar, echar siestas, en rebelarse contra la estupidez creciente o cuando las circunstancias así lo pidan, en sentir amigas la soledad y la compañía".

 El filósofo compostelano sigue caminando en el sueño de la vida, que es una muerte en espera, en "días de lluvia y sol", con su mochila de libros, y descubriendo a destiempo "Compostela y su ángel" de Gonzalo Torrente Ballester, que se había adelantado al proyecto de Antonio Pardines, de hacer real el "espacio irreal" distintamente convocado por cada uno.

 "Rincones sin esquinas" puede verse como un Diario de Caminante, una síntesis de historia, autobiografía y filosofía, donde el autor convive con los personajes que hicieron la ciudad, en un documentadísimo estudio que deja, en algunos momentos, verse un alma -de niño- herida y renacida, en una suerte de viaje sin fin, solitario y pleno, en el que la cultura es el último consuelo. Discreto y moderado, Antonio Pardines, no sienta cátedra estética, histórica o filosófica, se limita a ser un "flâneur", alguien que deambula sin meta concreta por la ciudad.

 Terminaré citando un artículo mío:
 "El viandante, cuando ejerce de flâneur, baruteando por los vericuetos de la ciudad, encuentra el poso del paso, sus pasos que hollan los de generaciones olvidadas, y anticipan los de gentes por venir. En Zamora, "baruto" significa "persona sin rumbo fijo, perdido", y en Ciudad Real, "que anda por todos lados y al que se ha visto en varios sitios". Las tierras castellanas de la España mesetaria y adusta no son tan contemporizadoras con el destino del caminante como los franceses cuando entienden "flâneur" como "quelqu'un qui se promène sans rien faire de particulier mais qui observe les gens et la société"".

 Ese es Antonio Pardines, el que encuentra el poso del paso, de los pasos que en la ciudad compostelana se escucharon y hoy sólo regresan callados en la visión y escucha del caminante...

Francisco Huertas Hernández
6 de julio de 2025