"The Purple Rose of Cairo" (1985). Woody Allen
Los personajes de celuloide (letra/imagen grande) dan "realidad" a los sueños y pensamientos de los espectadores (letra pequeña) de la gran pantalla, convirtiendo lo ideal en real
Éste es el pasaje de "La República" ("Πολιτεία") de Platón que quiero comentar:
"Esto, amigos míos, me parece muy bien dicho. Pues verdaderamente debéis de tener algo divino en vosotros si, no estando persuadidos de que la injusticia sea preferible a la justicia, sois empero capaces de defender de tal modo esa tesis. Yo estoy seguro de que en realidad no opináis así, aunque tengo que deducirlo de vuestro modo de ser en general, pues vuestras palabras me harían desconfiar de vosotros y cuanto más creo en vosotros, tanto más grande es mi perplejidad ante lo que debo responder. En efecto, no puedo acudir en defensa de la justicia, pues me considero incapaz de tal cosa, y la prueba es que no me habéis admitido lo que dije a Trasímaco creyendo demostrar con ello la superioridad de la justicia sobre la injusticia; pero, por otra parte, no puedo renunciar a defenderla, porque temo que sea incluso una impiedad el callarse cuando en presencia de uno se ataca a la justicia y no defenderla mientras queden alientos y voz para hacerlo. Vale más, pues, ayudarle de la mejor manera que pueda.
Entonces Glaucón y los otros me rogaron que en modo alguno dejara de defenderla ni me desentendiera de la cuestión, sino al contrario, que continuase investigando en qué consistían una y otra y cuál era la verdad acerca de sus respectivas ventajas. Yo les respondí lo que a mí me parecía:
-La investigación que emprendemos no es de poca monta; antes bien, requiere, a mi entender, una persona de visión penetrante. Pero como nosotros carecemos de ella, me parece -dije- que lo mejor es seguir en esta indagación el método de aquel que, no gozando de muy buena vista, recibe orden de leer desde lejos unas letras pequeñas y se da cuenta entonces de que en algún otro lugar están reproducidas las mismas letras en tamaño mayor y sobre fondo mayor también. Este hombre consideraría una feliz circunstancia, creo yo, la que le permitía leer primero estas últimas y comprobar luego si las más pequeñas eran realmente las mismas.
-Desde luego -dijo Adimanto-. Pero ¿qué semejanza adviertes, Sócrates, entre ese ejemplo y la investigación acerca de lo justo?
-Yo lo diré -respondí-. ¿No afirmamos que existe una justicia propia del hombre particular, pero otra también, según creo yo, propia de una ciudad entera?
-Ciertamente -dijo.
-¿Y no es la ciudad mayor que el hombre?
-Mayor -dijo.
-Entonces es posible que haya más justicia en el objeto mayor y que resulte más fácil llegarla a conocer en él. De modo que, si os parece, examinemos ante todo la naturaleza de la justicia en las ciudades y después pasaremos a estudiarla también en los distintos individuos intentando descubrir en los rasgos del menor objeto la similitud con el mayor.
-Me parece bien dicho -afirmó él.
-Entonces -seguí-, si contempláramos en espíritu cómo nace una ciudad, ¿podríamos observar también cómo se desarrollan con ella la justicia y la injusticia?
-Tal vez -dijo.
-¿Y no es de esperar que después de esto nos sea más fácil ver claro en lo que investigamos?
-Mucho más fácil.
-¿Os parece, pues, que intentemos continuar? Porque creo que no va a ser labor de poca monta. Pensadlo, pues.
-Ya está pensado -dijo Adimanto-. No dejes, pues, de hacerlo.
XI. -Pues bien -comencé yo-, la ciudad nace, en mi opinión, por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que necesita de muchas cosas. ¿O crees otra la razón por la cual se fundan las ciudades?
-Ninguna otra -contestó.
-Así, pues, cada uno va tomando consigo a tal hombre para satisfacer esta necesidad y a tal otro para aquella; de este modo, al necesitar todos de muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda a multitud de personas en calidad de asociados y auxiliares y a esta cohabitación le damos el nombre de ciudad. ¿No es ast?
-Así.
-Y cuando uno da a otro algo o lo toma de él, ¿lo hace por considerar que ello redunda en su beneficio?
-Desde luego.
-¡Ea, pues! -continué-. Edifiquemos con palabras una ciudad desde sus cimientos. La construirán, por lo visto, nuestras necesidades.
-¿Cómo no?
-Pues bien, la primera y mayor de ellas es la provisión de alimentos para mantener existencia y vida.
-Naturalmente.
-La segunda, la habitación; y la tercera, el vestido y cosas similares.
-Así es.
-Bueno -dije yo-. ¿Y cómo atenderá la ciudad a la provisión de tantas cosas? ¿No habrá uno que sea labrador, otro albañil y otro tejedor? ¿No será menester añadir a éstos un zapatero y algún otro de los que atienden a las necesidades materiales?
-Efectivamente.
-Entonces una ciudad constará, como mínimo indispensable, de cuatro o cinco hombres.
-Tal parece.
-¿Y qué? ¿Es preciso que cada uno de ellos dedique su actividad a la comunidad entera, por ejemplo, que el labrador, siendo uno solo, suministre víveres a otros cuatro y destine un tiempo y trabajo cuatro veces mayor a la elaboración de los alimentos de que ha de hacer participes a los demás? ¿O bien que se desentienda de los otros y dedique la cuarta parte del tiempo a disponer para él sólo la cuarta parte del alimento común y pase las tres cuartas partes restantes ocupándose respectivamente de su casa, sus vestidos y su calzado sin molestarse en compartirlos con los demás, sino cuidándose él solo y por sí solo de sus cosas?
Y Adimanto contestó:
-Tal vez, Sócrates, resultará más fácil el primer procedimiento que el segundo.
-No me extraña, por Zeus -dije yo-. Porque al hablar tú me doy cuenta de que, por de pronto, no hay dos personas exactamente iguales por naturaleza, sino que en todas hay diferencias innatas que hacen apta a cada una para una ocupación. ¿No lo crees así?
-Sí.
-¿Pues qué? ¿Trabajaría mejor una sola persona dedicada a muchos oficios o a uno solamente?
-A uno solo -dljo.
-Además es evidente, creo yo, que, si se deja pasar el momento oportuno para realizar un trabajo, éste no sale bien.
-Evidente.
-En efecto, la obra no suele, según creo, esperar el momento en que esté desocupado el artesano; antes bien, hace falta que éste atienda a su trabajo sin considerarlo como algo accesorio.
-Eso hace falta.
-Por consiguiente, cuando más, mejor y más fácilmente se produce es cuando cada persona realiza un solo trabajo de acuerdo con sus aptitudes, en el momento oportuno y sin ocuparse de nada más que de él.
-En efecto.
-Entonces, Adimanto, serán necesarios más de cuatro ciudadanos para la provisión de los artículos de que hablábamos. Porque es de suponer que el labriego no se fabricará por sí mismo el arado, si quiere que éste sea bueno, ni el bidente ni los demás aperos que requiere la labranza. Ni tampoco el albañil, que también necesita muchas herramientas. Y lo mismo sucederá con el tejedor y el zapatero, ¿no?
-Cierto.
-Por consiguiente, irán entrando a formar parte de nuestra pequeña ciudad y acrecentando su población los carpinteros, herreros y otros muchos artesanos de parecida índole.
-Efectivamente.
-Sin embargo, no llegará todavía a ser muy grande ni aunque les agreguemos boyeros, ovejeros y pastores de otra especie con el fin de que los labradores tengan bueyes para arar, los albañiles y campesinos puedan emplear bestias para los transportes y los tejedores y zapateros dispongan de cueros y lana.
-Pues ya no será una ciudad tan pequeña -dijo- si ha de tener todo lo que dices.
-Ahora bien -continué-, establecer esta ciudad en un lugar tal que no sean necesarias importaciones es algo casi imposible.
-Imposible, en efecto.
-Necesitarán, pues, todavía más personas que traigan desde otras ciudades cuanto sea preciso.
-Las necesitarán.
-Pero si el que hace este servicio va con las manos vacías, sin llevar nada de lo que les falta a aquellos de quienes se recibe lo que necesitan los ciudadanos, volverá también de vacío. ¿No es así?
-Así me lo parece.
-Será preciso, por tanto, que las producciones del país no sólo sean suficiente para ellos mismos, sino también adecuadas, por su calidad y cantidad, a aquellos de quienes se necesita.
-Sí.
-Entonces nuestra ciudad requiere más labradores y artesanos.
-Más, ciertamente.
-Y también, digo yo, más servidores encargados de importar y exportar cada cosa. Ahora bien, éstos son los comerciantes, ¿no?
-Sí.
-Necesitamos, pues, comerciantes.
-En efecto.
-Y en el caso de que el comercio se realice por mar, serán precisos otros muchos expertos en asuntos marítimos.
-Muchos, sí.
XII. -¿Y qué? En el interior de la ciudad, ¿cómo cambiarán entre sí los géneros que cada cual produzca? Pues éste ha sido precisamente el fin con el que hemos establecido una comunidad y un Estado.
-Está claro -contestó- que comprando y vendiendo.
-Luego esto nos traerá consigo un mercado y una moneda como signo que facilite el cambio.
-Naturalmente.
-Y si el campesino que lleva al mercado alguno de sus productos, o cualquier otro de los artesanos, no llega al mismo tiempo que los que necesitan comerciar con él, ¿habrá de permanecer inactivo en el mercado desatendiendo su labor?
-En modo alguno -respondió-, pues hay quienes, dándose cuenta de esto, se dedican a prestar ese servicio. En las ciudades bien organizadas suelen ser por lo regular las personas de constitución menos vigorosa e imposibilitadas, por tanto, para desempeñar cualquier otro oficio. Éstos tienen que permanecer allí en la plaza y entregar dinero por mercancías a quienes desean vender algo y mercancías, en cambio, por dinero a cuantos quieren comprar.
-He aquí, pues -dije-, la necesidad que da origen a la aparición de mercaderes en nuestra ciudad. ¿O no llamamos así a los que se dedican a la compra y venta establecidos en la plaza, y traficantes a los que viajan de ciudad en ciudad?
-Exactamente.
-Pues bien, falta todavía, en mi opinión, otra especie de auxiliares cuya cooperación no resulta ciertamente muy estimable en lo que toca a la inteligencia, pero que gozan de suficiente fuerza física para realizar trabajos penosos. Venden, pues, el empleo de su fuerza y, como llaman salario al precio que se les paga, reciben, según creo, el nombre de asalariados. ¿No es así?
-Así es.
-Estos asalariados son, pues, una especie de complemento de la ciudad, al menos en mi opinión.
-Tal creo yo.
-Bien, Adimanto; ¿tenemos ya una ciudad lo suficientemente grande para ser perfecta?
-Es posible.
-Pues bien, tdónde podríamos hallar en ella la justicia y la injusticia? ¿De cuál de los elementos considerados han tomado su origen?
-Por mi parte -contestó-, no lo veo claro, ¡oh, Sócrates! Tal vez, pienso, de las mutuas relaciones entre estos mismos elementos.
-Puede ser -dije yo- que tengas razón. Mas hay que examinar la cuestión y no dejarla.
Ante todo, consideremos, pues, cómo vivirán los ciudadanos así organizados. ¿Qué otra cosa harán sino producir trigo, vino, vestidos y zapatos? Se construirán viviendas; en verano trabajarán generalmente en cueros y descalzos y en invierno convenientemente abrigados y calzados. Se alimentarán con harina de cebada o trigo, que cocerán o amasarán para comérsela, servida sobre juncos y hojas limpias, en forma de hermosas tortas y panes, con los cuales se banquetearán, recostados en lechos naturales de nueza y mirto, en compañía de sus hijos; beberán vino, coronados todos de flores, y cantarán laudes de los dioses, satisfechos con su mutua compañía, y por temor de la pobreza o la guerra no procrearán más descendencia que aquella que les permitan sus recursos.
XIII. Entonces, Glaucón interrumpió, diciendo:
-Pero me parece que invitas a esas gentes a un banquete sin companage alguno.
-Es verdad -contesté-. Se me olvidaba que también tendrán companage: sal, desde luego; aceitunas, queso, y podrán asimismo hervir cebollas y verduras, que son alimentos del campo. De postre les serviremos higos, guisantes y habas, y tostarán al fuego murtones y bellotas, que acompañarán con moderadas libaciones. De este modo, después de haber pasado en paz y con salud su vida, morirán, como es natural, a edad muy avanzada y dejarán en herencia a sus descendientes otra vida similar a la de ellos.
Pero él repuso:
-Y si estuvieras organizando, ¡oh, Sócrates!, una ciudad de cerdos, ¿con qué otros alimentos los cebarías sino con estos mismos?
-¿Pues qué hace falta, Glaucón? -pregunté.
-Lo que es costumbre -respondió-. Es necesario, me parece a mí, que, si no queremos que lleven una vida miserable, coman recostados en lechos y puedan tomar de una mesa viandas y postres como los que tienen los hombres de hoy día"
Platón: "La República" (360 a y siguientes)
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Alegoría de la caverna. "La República" ("Πολιτεία"). Platón
Imagen que representa el muro con los engañadores
Y los prisioneros en la oscuridad viendo las sombras
He aquí un pasaje de "La República" que establece la analogía entre las letras grandes y pequeñas, para entender que la justicia individual puede concebirse mejor conociéndola primero en su dimensión mayor, en la ciudad.
Pero no pretendo usar este fragmento de Platón para otra cosa más que para concebir el cine como la letra grande (imagen) que reproduce la letra pequeña (mundo interno: sueño, y mundo externo: naturaleza/sociedad). Y no penséis que invierto los tamaños de lo grande y lo pequeño. Pues lo grande es lo que el hombre ve, y lo pequeño es lo que no podemos ver, por ser tan cercano o profundo que la inteligencia queda obnubilada por los sentidos.
"Vivre sa vie" (1962). Jean-Luc Godard
La protagonista, Nana (Anna Karina) entra en un cine y ve extasiada la película "La passion de Jeanne d'Arc" (1928) de Carl Theodor Dreyer
Recordemos de nuevo la cita platónica arriba expuesta:
"aquel que, no gozando de muy buena vista, recibe orden de leer desde lejos unas letras pequeñas y se da cuenta entonces de que en algún otro lugar están reproducidas las mismas letras en tamaño mayor y sobre fondo mayor también. Este hombre consideraría una feliz circunstancia, creo yo, la que le permitía leer primero estas últimas y comprobar luego si las más pequeñas eran realmente las mismas"
"El espíritu de la colmena" (1973). Víctor Erice
Ana (Ana Torrent) contempla extasiada la película "Frankenstein" (1931) de James Whale, en la que el monstruo juega con una niña como ella
"Frankenstein" (1931). James Whale
El monstruo (Boris Karloff) juega con la niña, la pequeña María (Marilyn Harris). Esto ocurre en la pantalla. Ana (la niña de arriba, de la película "El espíritu de la colmena") ve esas imágenes, como letras grandes que le ayudan a descubrir la vida (letra pequeña), escondida aún en los pliegues de la infancia: los deseos (la agresividad, la libido) y la realidad social adquieren en la pantalla una gran fuerza plástica que configura las pequeñas vidas
Como bien sabemos los fotogramas del cine son esas imágenes pequeñas en su dimensión física, pero grandes en su recepción en los cines: imágenes del sueño de los seres humanos (la proyección de su mundo interior que deviene narración o poema visual y sonoro) e imágenes de la naturaleza social de nuestra vida externa. Y bien pueden esas imágenes kinéticamente agrandadas permitirnos leer/sentir/entender ese mundo interno de sueños esquivos, y ese mundo externo de acontecimientos fugaces y aislados que llamamos vida.
Dice Sócrates (Platón) que en algún otro lugar están reproducidas las mismas letras en tamaño mayor y sobre fondo mayor también. ¿No es eso el cine?. Si los deseos internos son tan esquivos -reprimidos, disfrazados-, ¿acaso no es porque han empequeñecido?, y si la realidad externa es tan extraña, atomizada y fugaz, ¿no es acaso también porque ha encogido, ha menguado en su textura ya inasible para la vista y más para el entendimiento?
Dijo Immanuel Kant que la claridad intuitiva es la del ejemplo, que sirve para ilustrar la exposición discursiva. Veamos dos ejemplos de lo arriba sugerido:
El gozoso y sufriente deseo del amor, ha sido visto por los seres humanos en letras grandes a través del arte; la música y la literatura enseñaron a amar a los jóvenes de otros siglos, mas esa función pasó a ocuparla con mayor fuerza el cine. La letra menuda del sentimiento real quedaba ampliada en el cine romántico. Así el cine hacía crecer en el corazón ese sentimiento nuevo con las letras (imágenes) ampliadas (grandes) del proyector cinematográfico sobre la pantalla (fondo), mayor que la vida: "más grande que la vida". Nuestro pequeño amor individual (letra pequeña, átomo de la existencia particular) tomaba la forma del amor romántico del "molde" cinematográfico.
"La nuit américaine" (1973). François Truffaut
Jean-Pierre Léaud, Jacqueline Bisset et François Truffaut. El cine dentro del cine. Los creadores de la letra grande que nos permite ver a los menguados de vista nuestros propios deseos y la sociedad que nos envuelve
"Il me semblait facile d’adopter le prisme de la mise en abyme au cinéma. Filmer le tournage d’un film devait être une histoire banale. François Truffaut hisse cet exercice au rang d’œuvre d’art dans La Nuit Américaine"
Mas también el séptimo arte trajo claridad a la compleja red de relaciones sociales que Platón comienza a describir aquí. ¿No fue el neorrealismo cinematográfico la más firme y ampliada descripción del hombre cercenado tras la guerra mundial?, o, dicho más claramente, ¿no fue este movimiento estético del cine la más ampliada visión de la injusticia social en un mundo post-fascista?
Ésta es mi intuición que me hace relacionar este pasaje platónico con el cine
Buenas noches amigos lectores, que vuestra débil vista siga buscando esas escondidas letras grandes (fotogramas ampliados en la pantalla) en las que más fácil nos sea leer luego nuestra propia vida compuesta de deseos y sentires escondidos y relaciones sociales esquivas, alienadas y complejas, constituida por letras minúsculas que sólo el cine nos permite reconocer. ¿Acaso, amigos, no estamos viviendo nuestro sueño ampliado en celuloide y comprendiendo la realidad social a través de la mirada de los grandes directores?