Hay personas que interpretan cuanto desconocen
y otras que viven cuanto son capaces sin necesidad de interpretar. Es cierto
que la oposición entre vida y conocimiento es aciaga para ambos,
porque como quizá apuntaba Gadamer,
en la experiencia, en la vida, hay un conocimiento más profundo del que la
teoría sospecha. El famoso libro de la
vida está escrito con vivencias, no con teorías y razonamientos.
Para el que tiene vocación hermenéutica la vida es objeto de análisis, y cuando algo
es objeto es porque hay una distancia. El sujeto de la vida no puede
interpretar ésta porque está dentro de ella, dejándose arrastrar por la
vivencia. En el hecho de hacer de la
vida, propia o ajena, objeto de análisis, hay un intento de reducir o elevar a
símbolo toda vivencia transformando su significado, desligándolo de toda
referencia emocional, práctica y concreta a la vida individual.
Se descomponen los instantes de la vivencia y luego se ordenan en una secuencia de conceptos que persigue la clarificación racional de la totalidad del destino, del ser, de la historia, del mundo. Esta clarificación de la totalidad se realiza a partir de instantes vivenciales que el intérprete desgaja, arranca, mutila, de la unidad vital del sujeto. Y la mutilación es el primer paso de la consideración simbólica del instante vivencial. En “La Náusea” de Jean Paul Sartre todo se desencadena cuando el protagonista intenta levantar un trozo de papel del suelo y no puede. Lo que no es más que un instante de la vida se eleva a hecho excepcional que “tiene” que significar “algo” distinto del fluir de la vida, es decir, se transforma en símbolo, y, por tanto, se aísla del momento y la experiencia, y se convierte en “materia” de análisis e interpretación.
Pero es falso pensar que ésta es la única manera racional de vivir. En primer lugar, porque esto no es una forma de vida sino una forma de interpretación racional que requiere romper la unidad del fluir vital del sujeto. Por tanto es antivital. En segundo lugar, porque la propia vivencia es conciencia y por lo tanto conocimiento. La llamada inteligencia emocional es un reconocimiento de que la propia existencia implica en su transcurrir un conocimiento. Entre los filósofos que comprendieron esto puede recordarse a Nietzsche y a Bergson.
El mayor problema para articular la vida y el conocimiento objetivo (no imbricado en la vivencia) es el tiempo. La hermenéutica, al operar conceptualmente y buscar la significación de
la totalidad, se sitúa fuera del tiempo, o más exactamente, del fluir temporal,
que es la esencia de la vivencia, de la vida. Es absurdo pretender que esto
pueda comprenderse fuera de la experiencia vital del sujeto.
Para la comprensión vital sólo queda la
vivencia propia, es decir, el autoreconocimiento
sensible dentro del tiempo. Los momentos de alegría, aburrimiento,
desdicha, dolor, anhelo, placer, de nuestra propia vida, que se hace en el
encuentro o armonía o conflicto con las otras vidas, nos proporcionan
autoreconocimiento de lo que somos como vivientes sensibles –dándole a este
término todos sus significados filosóficos y populares, pues todos confluyen y
se necesitan.
Pero no es necesario aislar el momento
sensible de la desdicha vivencial particular y convertirla en símbolo del
destino de la totalidad humana y del ser. En realidad esto es una interpretación hiperracionalizadora,
que damos a la tragedia griega o a ciertas manifestaciones del arte, pero que
en sí mismas no tienen.
Vivir
entre símbolos es tan nocivo como desconocer que la emoción es conocimiento
pleno. La esclerotización de la vida se produce al descomponer ésta en
instantes que son objeto de frío análisis hermenéutico como símbolos que
revelan totalidades abstractas más allá de la vida, y que, sólo la razón
conoce.
Quizá esta misma idea desde otro ángulo está en
la crítica nietzscheana del platonismo,
de cómo el mundo verdadero se convirtió en una fábula.
No hay que comprender, hay que vivir. La vida no debe comprenderse, debe vivirse. A los que leen la vida en los libros, les sorprenderá la muerte fuera de ellos.
3 comentarios:
Sí. Leer, vivir, volver a leer. Vivir y comprobar lo leído
Estupendo artículo, como vivimos a través de un mundo de ilusión para no entender lo que nos rodea, la culpa del personaje la mujer en este caso (brillantemente interpretada) que depura su alma oscura por la pasada guerra con las vos de un joven que le lee historias de libros que le llenan el alma de un brillo momentáneo. Que estupendo el razonamiento “Vivir entre símbolos es tan nocivo como desconocer que la emoción es conocimiento pleno” claro ella siempre vivió a través de símbolos, antes eran los símbolos nazis y en el presente el símbolo es la literatura que la desenchufa del acto de pensarse como un oscuro ángel.
Estupendo texto de hace unos años. La carga emocional es vital para el aprendizaje y conocimiento. Eso se va implantando cada vez más en la docencia, aunque queda mucho por hacer, hay mucha inercia a una forma de aprender muy desfasada.
Me encanta tu último párrafo. Buenísimo. Me alegra que vayas haciendo ya aportes nuevos al grupo.
"No hay que comprender, hay que vivir. La vida no debe comprenderse, debe vivirse. A los que leen la vida en los libros, les sorprenderá la muerte fuera de ellos".
Buen comienzo de curso escolar con esta incertidumbre que tenemos.
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