lunes, 25 de julio de 2022

Diario de un Profesor de Filosofía (XIX). Pensar y Querer: ni lo uno ni lo otro. Francisco Huertas Hernández

Diario de un Profesor de Filosofía (XIX)
Pensar y Querer: ni lo uno ni lo otro
Francisco Huertas Hernández


Niños jugando con pompas de jabón
Plaça de la Sagrada Familia. Barcelona
15 Marzo 2013
Foto: Inma Arriero Doblado

 Decimos "listo" al niño que sabe pensar las mejores soluciones, al más rápido respondiendo y resolviendo un problema. Pero no pensamos en la inteligencia del niño que salta en pos de una pompa de jabón. Las burbujas de jabón se parecen más a nuestra vida que los problemas matemáticos. Formadas por una fina capa de agua entre dos capas de moléculas tensoactivas, son tan efímeras, como flexibles y frágiles. Parecen provenir de otra realidad física, fantasmática. Tensión superficial y forma son las dos características de las burbujas de jabón. La forma de esfera es la más económica: menor área superficial para un volumen dado. 
 
 Así los niños ignorando los parámetros de la Física juegan en torno a las grandes gotas de jabón. Su vitalidad es también inteligencia. La inteligencia primero es movimiento y emoción. Y luego, cuando se hace quietud y reflexión, la adoramos: "¡oh, divina Razón, sentada inmóvil en el trono que gobierna el orden de las cosas, ajena a los sentires y pasiones del animal humano que ríe, llora, ama y odia!"

 Esos gurises que se impulsan al cielo con las manos para tocar las burbujas misteriosas y sensibles son la inteligencia de la vida. Y, quizás, cuando se cansen se queden pensativos: "¡oh!, ¿dónde fue la burbujita?". Ahora voy recordando cómo me hice "pensador": al quedarme triste por algo que no hice, al extrañar la alegría del hacer y sentir con otros. ¡Maldito pensamiento que se cuelga del columpio abandonado del querer!

 Querer mucho es pensar poco. Desgraciadamente la vida nos arrebata los amores para obligarnos a pensar. ¡Qué patán Thales de Mileto cayendo en un hoyo mientras miraba las estrellas! ¿Qué amaba poco el milesio?

 Filosofar en sentido humano es ir de las ideas a las emociones, y vuelta. La prueba de esto son la demostración y la persuasión. Estamos convencidos de que un pensamiento correcto se apoya en hechos objetivos, argumentos lógicos carentes de contradicción sostenidos en definiciones precisas. Y, sin embargo, de esa manera tan racional no demostramos a los que piensan diferente nada. No los persuadimos ni les convencemos. La creencia, ese suelo afectivo, al que nos agarramos con desesperación, impide que podamos ser refutados o convencidos por otros. El que va con ideas a luchar contra las emociones disfrazadas de ideas (falacias) de los demás, está perdido.

 No somos ya chamaquitos tras burbujitas de jabón, pero somos tan refractarios a las ideas como ellos. No podemos pensar, porque estamos rebosantes de afectos que tiran de nosotros en muchas direcciones. Y no podemos querer, porque nos metieron muchas ideas cuando nuestros seres queridos nos dejaron... Ni pensar, ni querer. Ni lo uno, ni lo otro...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Brillantes paradojas. La infancia es vida

Anónimo dijo...

Siempre debemos permitir que aflore nuestro niño interior.