Mito y Metáfora
De mi libro "Entre la filatelia y la halterofilia. Diario de Oviedo". Incipit Editores. Madrid. 1996
Francisco Huertas Hernández
Francisco Huertas Hernández: "Entre la filatelia y la halterofilia. Diario de Oviedo". MHA Volumen 7. Incipit Editores. Madrid. 1996
Página 39
Francisco Huertas Hernández: "Entre la filatelia y la halterofilia. Diario de Oviedo". MHA
Cuaderno Gris
Manuscrito original
Francisco Huertas Hernández: "Entre la filatelia y la halterofilia. Diario de Oviedo". MHA Volumen 7. Incipit Editores. Madrid. 1996
Portada & Contraportada con Prólogo de Luisa Castro Legazpi
Oviedo, miércoles 2 de agosto de 1995
Llueve sin cesar desde hace dos días. Eso es bueno aunque la chusma lo deteste. He oído que hay restricciones de agua en Mieres: es inconcebible. Debería llover cien días y cien noches, pero así, como llueve en el Cantábrico, de forma suave y continua, a veces es sólo un txiri miri, pero para la tierra, para el campo es maná, y para el hombre es agradable siempre y cuando vaya protegido. La lluvia es un fenómeno natural que procede de arriba; en realidad se cree que de las nubes, pero eso es un eufemismo para no decir “cielo”. La lluvia procede del cielo. Ya sabemos que la palabra española cielo es anfibológica: remite a paraíso sagrado y a región celeste que envuelve la Tierra. Si la lluvia es un don divino, entonces la atribuimos a ese lugar al que van las almas puras y en el que habita la divinidad. Este lugar al que decimos “cielo” es un ideal de pureza que no debería estar arriba ni abajo; porque debería hallarse fuera del espacio (y del tiempo). Pero el ser humano habla por analogías y más aún por mitologías. Casi toda analogía (la de arriba/abajo: macrocosmos/microcosmos) tiene su raíz última en la mitología. Algunos han pretendido que la mitología corresponde a la infancia (ontogenética y filogenética) del hombre. No puedo hablar sobre el pensamiento mágico o mítico y su relación con la racionalidad desde un punto de vista antropológico. Supongo que Lévy-Bruhl o Lévi-Strauss ya han tratado el tema, pero desde la categorización positivista que, se quiera o no, es la sustancia misma del sentido común cotidiano de la masa, aquella clasificación de Comte de los tres estadios dejó maltrecha la cosmovisión mitológica. Voy a hablar ontopoéticamente de la miticidad y la remitologización y la protomiticidad.
La miticidad es una estructura de pensamiento que tiene su base en un lenguaje poético y en una, por consiguiente, visión poética de los seres y acontecimientos. Como saben los que se han tomado la molestia de leerme, la sustancia del lenguaje poético es la metáfora, y, ésta, si es verdadera y bella, es revelación, mostrando que, bajo la pluralidad aparente y caótica de significados o sentidos figurados, hay un significado primigenio que es precisamente el que ilumina. Como este sentido unívoco y que permite la interpretación (más aún: el entendimiento -todo entendimiento es interpretativo- y el sobrecogimiento) procede de una esfera superior a la vida humana, consideramos que el lenguaje poético se funda en la trascendencia. Esta trascendencia nos liga a un Logos que habla por el hombre, pero no desde el hombre. Entender cuál puede ser el secreto de la belleza iluminadora de un texto poético a través de los siglos, que, siendo una, es cambiante significa entender que hay un origen y direccionalidad de la metáfora que es ajena al hombre. La metáfora nos abre a lo trascendente (lo trascendente se abre a través de la metáfora) Como la metáfora nos liga a lo Sagrado, Éste se hace insinuar a través del pensamiento mítico (de la miticidad) La miticidad sostiene un orden que es anterior a la ley. Un orden que opera con causas finales y que -sólo poéticamente (es decir: metafóricamente)- es antropomórfico. Estas son las tópicas ideas acerca de la miticidad. Pero hablar de la miticidad desde la logomaquia o desde las categorías positivistas o seudomitológicas es como hablar del mar desde las dunas del Gobi. La miticidad es un estado constitutivo del ser humano en cuanto éste halla que el Lenguaje es sagrado y le habla, y le conmina y le sugiere y le sobrecoge. El sobrecogimiento -siempre asociado a estados de conciencia patológicos (miedo) o religiosos (también miedo)- es esencial: la metáfora arroba porque aparece como un misterio. Si el mundo está lleno de misterios es porque el hombre se sabe perdido en su inmensidad y sabe de su inmensidad porque la metáfora le golpea. No hay que confundir la humildad de quien se sabe infinitamente pequeño y perdido con la lucha valiente del animal descifrador de metáforas que iluminan la inmensidad hasta reducirla a unidad. La unidad de fuego que prende en la metáfora cuando ésta golpea al ser humano con su revelación: lo Trascendente se deja oír como el trueno y llega al corazón como una brisa que atravesara la piel y los huesos.
La miticidad es el estado del hombre que anda enredado en metáforas. La metáfora no es un juego: es el destino humano, el destino de saber y creer y ver. La ciencia positiva permite saber algunas cosas que se ven, o ver algunas cosas que se saben, pero jamás permite que se sepa lo que se cree y se ve, sin ver que se sabe y sin creer que se sabe. La miticidad no construye el mundo, lo ilumina
1 comentario:
Somos metáforas que buscan luz. No estoy muy de acuerdo en que el ser humano sea una estructura de pensamiento mítico, porque si fuera así no razonaríamos, ni podríamos hablar de estas cosas
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