Diario de Ávila. Julio 1994.
Música callada: el ser y el lenguaje en la ciudad castellana.
Francisco Huertas Hernández
Plaza del Mercado Chico
Ávila (Castilla León)
Ávila, domingo 17 de julio de 1994
Convento de Santo Tomás
He subido a la muralla, he entrado en San Pedro, he pasado por la plaza del Rastro, he cruzado el parque de San Antonio, he estado sentado largo rato en el mirador de Santa Teresa contemplando los páramos amarillos. Me he inspeccionado a mí mismo y he comprobado que yo no soy persona que “sólo piense en metafísica”, más bien lo contrario.
Ya la tinta escasea y tampoco tengo mucho que decir.
¿Es posible que el ser pueda compararse con el software y el ente con el hardware? Esta era la teoría del hombre metafísico, Juan. Nunca me ha inquietado el ser, así abstractamente pensado; me ha devorado la angustia ante la nada, pero no como concepto sino como sentimiento.
El ser es infinito e inmaterial, afirma Juan. Eso pienso yo, pero ¿Fanny no tiene más ser que la piedra berroqueña entonces? Decía el “metafísico” que no hay jerarquía en el ser: ¿es homogéneo? ¿Tanto valor ontológico tiene un guijarro del Adaja como la mirada de Fanny? No, amigos, eso no puede ser. No puede ser lo mismo Dios que las criaturas. Habría que admitir entonces el creacionismo, la transcendencia, la heterogeneidad y analogía del ser. ¿Habría que ser tomista?
Hablaba Juan el metafísico de las perspectivas del ser único. Hay almas metafísicas que ven el ser metafísico; otras líricas - yo mismo - que ven en el ser el ser poético (No importa que yo no haya leído a Larralde o que mis lecturas poéticas sean escasas. Tengo la metáfora clavada en el alma. Mi alma es metáfora). Hay almas técnicas, científicas, cotidianas, utilitarias, estéticas, éticas, guerreras, lúdicas, etc... (Me pregunto si hay almas eróticas: ¿esto será contradicción en los términos?; ¿lo erótico, por ser vital, es independiente de las almas?)
Pero, según el metafísico algecireño, siempre es el mismo ser, que responde según se le pregunte.
Pero, ¿no se convierte el ser en una amalgama informe así?; ¿no hay peligro de que este perspectivismo nos lleve a una teoría del consenso? El consenso resultaría del acuerdo mayoritario en la aprehensión del ser: el 52 % del electorado ve el ser práctico. ¿Es, por tanto, esta perspectiva la más importante? No hay jerarquía en las perspectivas: el mismo ser es para el metafísico y para el ignorante. ¿Esto es posible?
El lenguaje me hace hablar del ser, yo soy instrumento. Yo soy servidor del logos. Esto diría un griego arcaico. Hoy se habla del lenguaje como producto social. El ser ha sido arrinconado. Yo, vía poética, tropiezo con el ser en los “momentos críticos”: colgados de Villalar, perfil de I., metáforas reveladoras, páramos castellanos, melodías sublimes, el silencio de Dios y su presencia ausente. Estos “puntos de luz” o “momentos críticos” ocurren de repente. Surgen como el relámpago, que, cegándonos, nos ilumina. Yo mismo soy un elegido por el Ser y mi escritura lo revela en sutiles metáforas que trascienden la belleza fonética o conceptual. El sonido y el significado no son el ser.
Soy consciente de mi alta misión, y, quizá por ello, he sido apartado de la fraternidad de los seres para alzarme al Ser, o, mejor dicho, para que el Ser hable a través de mi sufrimiento lírico y desesperado.
Existe la segunda etapa del pensamiento de Heidegger que habla de esto, pero yo no he leído nada sobre ello.
La descripción, la clasificación, el concepto representativo unívoco, no hablan del ser, porque el ser no se hace hablar por ellos. La metáfora, rompiendo la representación, abre el ser; el ser se abre a través de ella.
Yo lo sé, y, entonces, mi sufrimiento encuentra explicación. Es el tributo por ser intérprete del ser, el mensajero, el profeta, el apóstol del Ser que es inefable.
Yo no hablo del Ser, mi escritura lo sugiere. No hay palabras para designar el Ser; el ser no es “decible”. Por eso son necesarias las palabras locas -y tristes- que no representan ni tienen valor de verdad, y que vienen en los “momentos críticos”, que son “puntos de luz”. Sólo admitiendo que el logos es sagrado, que el lenguaje nos habla, escaparemos a la teoría de la representación y al olvido del ser.
Pero, ¿no será, entonces, necesaria una hermenéutica para descifrar el ocultamiento del ser en la metáfora? Sí, quizá, siempre que la interpretación sea también metáfora de sí misma.
El profesor Lledó y Ana coincidieron: los comentarios de San Juan de la Cruz a su poesía y mi glosa a “Lirismo hermético y solipsismo elíptico” son más ininteligibles que lo que trataban de explicar, de desentrañar. Esa es la alta hermenéutica: la del logos, que, ocultando, desvela; que, aclarando, oscurece; que iluminando, ciega.
Hay un círculo hermenéutico, creo que dice Gadamer. Lo que hay es el logos que danza y nosotros debemos verlo, o mejor, el logos, que es la melodía que nos hace bailar. Nuestros movimientos serían ridículos y carentes de sentido sin la eterna música del logos.
Y en el misterio del ser se halla así mismo el porqué de las afinidades electivas: la elección del semáforo que unía a Ana y a Inmaculada a las que yo quería de diversa manera. ¿Qué extraña afinidad electiva concertaba a Ana y a Inmaculada? Misterios del ser.
No es la bondad la clave de las afinidades electivas; hay alguna ignota región del ser más profunda, y no es, no puede ser, el instinto sexual.
El ser es, de todas formas, delicado. Es delgado. Lo que consume el espacio, lo grueso, tiene que ir de ente por la vida. Peligrosa y discriminatoria idea ésta, pero justificable en páginas antiguas de las M. H. A.
El amor es una de las pistas del ser, el sexo es una de las exigencias del ente.
Sí, yo también soy un metafísico, amigos inexistentes. La urgencia de pensar el ser no es más que el propio ser que quiere abrirse y me utiliza como escribiente, como atareado y sumiso amanuense. Soy esclavo del ser. Reformulo un pensamiento clásico inexacto hasta ahora: he sido apartado de la fraternidad de los entes, no de los seres. Entes son los ríos, y los valles, las laderas, las montañas, las aves, los bosques, los trigales, los humanos, las mujeres, las ocupaciones de aquestos y de aquestas, las técnicas y ciencias, la seducción y los cuerpos, el fornicio y la velocidad, la materia y la energía, la luz y la oscuridad, los conceptos y las imágenes, los artefactos y las máquinas, el espacio y el tiempo, la misma idea de Dios. Todos ellos, entes son, aunque alguno no lo crea, mas yo mismo dudo y he dudado.
¿Estoy pensando ahora con conceptos, distinciones de géneros y especies y diferencias específicas, dicotomías, etc.? ¿Estoy desdiciéndome? No: estoy sugiriendo, insinuando, enumerando arbitrariamente.
La enumeración también puede ser impura y metafórica cuando destruye lo conceptual, clasificatorio, descriptivo, la división de géneros y especies que la “razón” inventa, aunque crea que son distinciones de realidad.
Yo balbuceo, no asevero. Vale más el balbuceo del borracho en el “momento crítico” que la aseveración categórica y categorizante del sabio en el discurrir prosaico y profano del tiempo neutro.
Porque me es dado decir que hay un tiempo significativo (no neutro) lírico y sagrado en el que el ser habla: es el “momento crítico”, instante de revelación privilegiado.
Hahora hablo del ser, he hesperado ha heste hinstante para hacerlo, pero hantes he hablado de Fanny tanto cuanto he podido, hy hahora dejo hescurrir haches flotantes hante todas las vocales como Holiveira hacía.
Hen la revelación hay también haches ha la hizquierda, que, como ceros hal mismo lado, hindican halgo helíptico, helidido, halgo hoscuro hy habsoluto.
Estas páginas de música callada son densas y reveladoras. Necesitan estudio y concentración tales que están vedadas a la mayor parte de los mortales.
No son más importantes que las anteriores en las que el eterno femenino se desliza melancólicamente, porque ellas también han venido para revelar/me el ser, y hablar de ellas desde la ausencia es hablar por señales de humo del ser. En ellas he alumbrado también metáforas en las que lo erótico estaba aniquilado, el ente vaciado, y aludía directa, pero metafóricamente, al ser. La mirada de I., la dulzura de A., los ojos de F., eran caminos al ser, sendas que nos llevarían del ente al ser, porque el ser así lo ha dispuesto.
Palabra del ser. Te alabamos ser.
Ávila está más cerca de Dios, no por su altura, sino por su soledad, por su invierno. He llegado en mal momento para buscarle.
¿Qué relación hay entre Dios y el ser? Esa es la pregunta imposible. La pregunta cuya respuesta daría sentido a todas nuestras vidas. Yo no he hablado de Dios, y, sin embargo, era imposible no verle, intuirle, tras el ser, en el ser mismo. No tengo autoridad para decirlo, pero está la Partita nº 2 para violín solo de Johann Sebastian Bach.
Yo soy serio porque el ser me habla. Porque el ente es apariencia. ¿Que relación hay entre el ser y la vida? ¿Es la vida el ente? Difícil pregunta; ¿la vida queda atravesada por el ser, o es el ser mismo? Platón frente a Nietzsche. ¿Parménides frente a Heráclito?
Algunos sospechan que el ser es la nada, y en ese sentido aparecería monstruosamente claro porqué yo, intérprete del ser, llevo la muerte encima. Profeta tanático. Algunos están muertos antes de morir. Yo soy un elegido por el logos, por el ser, por la nada, por la muerte. De eso hablo en las M. H. A., en mi poesía, en mis diarios, eso muestra mi figura y mi trayectoria. “Lo abstracto es la muerte” ya escribí una vez. Mi sufrimiento será entonces gratuito, pues nada habrá que expresar ni esperar. Será entonces hiperbólicamente aterrador. Yo escribo, los otros viven. El ser (la muerte) me utiliza como un peón de negras y busco las barras de los bares para apoyar mis cuartillas y escribir, escribir, como grafómano incurable poseído del ser. Las “sombras” de las que escribo son las sombras de la muerte, pues. Y esto no lo subrayo porque me da pánico, me paraliza. Todo esto ha resultado más dramático que el “solo pensar en metafísica” del cual partí. Fui a buscar el ser y regreso con la nada, con la muerte
Francisco Huertas Hernández
Ávila. Julio 1994
1 comentario:
Un extraño comentario que conmueve. Víctor
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