“The Front Page”, Lewis Milestone (1931)
En el caso de este primer film que deseo recomendar, aunque se trata de la primera versión cinematográfica de la obra teatral de Ben Hecht, creo que es menos conocida y, además, en mi caso estaba pendiente. Casi todos los cinéfilos recordamos con cariño la mítica comedia de Howard Hawks “His Girl Friday”, con ese duo protagonista -Rosalind Russell y Gary Grant- tan dinámico, e instalado en una divertidísima escenificación de la guerra de los sexos, como también la posterior versión setentera del maestro Billy Wilder, que como siempre en sus trabajos, supo extraer todo el sarcasmo, crítica social y humor negro de esta trama de periodistas desalmados.
Pues quisiera destacar que esta película, producida en el año 1931, no se queda a la zaga en todo lo concerniente al descarnado retrato de unos medios de comunicación enfocados al sensacionalismo como poco tan rastrero como el que nos contaba el maestro austriaco. Es evidente que la obra de teatro tiene el contenido argumental que tiene, pero también que la mirada de este cineasta de origen ruso instalado en Hollywood durante la época del cine silente -por tanto, mucho antes que otros exiliados forzados por la persecución nazi- tiene una potente carga crítica. Ya en su arranque nos muestra sin atisbo de duda, por medio de un plano crudo y potente, el ensayo de la ejecución que presumiblemente se va a producir en breve. E inmediatamente, la sala de prensa del palacio de justicia, donde un grupo de profesionales de la información, nos son mostrados, indolentes, en torno a una partida de poker, desinteresados, amorales, cazadores de la bomba informativa sensacionalista, conectados por oscuros recovecos con los políticos locales, un sheriff y un alcalde, cuyas artimañas en torno al caso prefiero no desvelar.
Como es conocido, en torno a la relación entre el manipulador director de un periódico de Chicago, Walter Burns (Adolphe Menjou), y el mejor de sus reporteros, Hildy Johnson (Pat O’Brien), que se acaba de casar y se traslada con su esposa, se teje una trama de análisis y reconstrucción de los vicios del oficio, de la querencia casi adictiva a la noticia. El jefe intenta retener a su reportero, y le enreda para que culmine un reportaje sobre un condenado a muerte, Earl Williams, que se ha escapado del propio edificio de los juzgados en el que se encontraba. Resultan muy ilustrativos del estilo periodístico de Burns, de la intoxicación informativa que representa, los sarcásticos comentarios que introduce en la conversación, sobre un psiquiatra vienés – ¿Será el Señor Sigmund Freud?- que va a acudir a examinar al reo, o su alusión a hordas de “rojos” que se van concentrar para evitar la ejecución. Hildy, a pesar del supuesto deseo de comenzar una nueva vida, a pesar de las demandas de su resignada esposa, no va a poder resistirse ante el reclamo de ese gran reportaje.
Y desde una perspectiva formal, me ha sorprendido muy positivamente el dominio técnico de Milestone, sus dinámicos movimientos de cámara -resulta muy expresivo ese que se mueve hacia arriba y hacia abajo sobre las caras de los ávidos redactores congregados en la sala en torno al suceso-, sus planos contrapicados y el uso de la profundidad de campo en una puesta en escena densa, que se desarrolla casi exclusivamente en esa atestada Sala de prensa y en los despachos del palacio de Justicia. Sin duda, esta es una película con una calidad remarcable a reivindicar, quizá no al nivel de las que la siguieron ya mencionadas.
Cuando una película comienza con unos planos consecutivos de las gentes de una nación determinada ocupados en diversos oficios de los que en la cultura popular se consideran hacedores del bienestar de la comunidad -agricultores, operarios, obreros-, especialmente en aquellos años del pasado siglo XX, e inmediatamente, sin solución de continuidad, arranca a contarnos esta historia, podemos presuponer un compromiso crítico e ideológico con unos valores socio-políticos que cuanto menos merece en mi opinión nuestro interés.
Esta historia a la que me estoy refiriendo es la adquisición de un periódico por un magnate empresarial. Y el plano que sigue a aquellos que la inauguraron nos presenta una placa de piedra en la entrada de un imponente edificio de oficinas, “The Bulletin, una prensa libre significa un país libre”, que es sustituida por una nueva, “The New Bulletin, un periódico moderno para una época moderna”.
La redefinición de la línea editorial llevará aparejado el despido de la mayoría de la plantilla. Y una de las redactoras, Ann Mitchell (Barbara Stanwyck), a la que el nuevo director había explicitado la carencia de interés (sensacionalista) de su columna, toma una decisión que marcará el devenir de los futuros acontecimientos. Publica una carta de denuncia de las tropelías cometidas firmada por un tal John Doe (el nombre en español “Juan Nadie”, que también dio título a la película, contiene connotaciones evidentemente más potentes sobre la naturaleza y representación en la colectividad de este personaje), anunciando que como consecuencia se suicidará arrojándose del edificio del Ayuntamiento el día de Navidad.
Con este original planteamiento argumental, -y considero necesario hacer hincapié en que nos encontramos en el año 1941 del siglo pasado, así como que ese mismo año Orson Welles deslumbró al mundo con su magnífico retrato de “Citizen Kane”-, Capra, el director de unas cuantas excelentes propuestas cuya base argumental siempre se ha caracterizado por unas virtudes cívicas y personales muy definidas, nos plantea una trama para reflexionar sobre el engaño y la manipulación en los medios de comunicación. Y me parece muy ilustrativo que el primer eslabón de esta simulación sea una periodista, que de esta manera personaliza ese sensacionalismo para las masas que debe ser el elemento distintivo de ese nuevo periodismo que ha conseguido imponerse de manera generalizada desde Estados Unidos al resto del mundo.
Y para poder seguir adelante con el reclamo, habrá que encontrar al John Doe adecuado mediante un proceso de selección que bien podría adelantar lo que ha sido la base de unos cuantos programas televisivos de altas audiencias. Gary Cooper es un exjugador de beisbol retirado por una lesión que vive en la indigencia, una víctima más, quizá con menor justificación que muchos de sus compatriotas, del drama socio-económico de la Gran depresión norteamericana, que además está llamado a representar al ciudadano medio, esforzado, valedor y confiado en la solidaridad comunitaria. Un nuevo engaño al conjunto de la ciudadanía de la mano de este títere interesado y consciente que se compromete contractualmente a representar su papel a cambio de una ingente suma de dinero con la que pretende operarse el brazo.
Además, no puedo dejar de referirme al compañero de fatigas de nuestro John Doe hasta el comienzo del entuerto. “El Coronel”, una suerte de vagabundo vocacional, interpretado por el siempre estimable Walter Brennan, personifica la conciencia crítica contra las penurias autoimpuestas de la ciudadanía en las sociedades de consumo - “esas sanguijuelas” que aparecen con cada nueva adquisición, que genera a su vez una nueva obligación y va mermando nuestra libertad, “hasta que te conviertes en un hombre infeliz”-. Acompañará siempre a John y tratará de salvarlo de las influencias de unos y otros -tampoco se puede negar que en un momento dado tomará partido por la solución más cercana a sus posicionamientos vitales, pese a que el plan no trascurra según lo previsto-.
Y por supuesto, la estafa mayúscula, que comenzó con la adquisición de un medio de comunicación, nos descubrirá intenciones de índole política, que una vez más resultan tremendamente premonitorias de lo que estaba por llegar en el ámbito de los medios de comunicación, hasta culminar en un final que podríamos considerar abierto. Aun manteniendo sus premisas críticas referidas, también introduce la esperanza en el buen hacer de la comunidad como grupo unido y solidario.
En definitiva, “Meet John Doe” es una película que considero que retrata inquisitivamente una serie de fenómenos socio-culturales en torno a los medios de comunicación de largo alcance, a la vez que hace gala de las consideraciones de Capra sobre determinadas virtudes de la comunidad cívica que él es capaz de rescatar entre tanta tergiversación interesada de la información.
El maestro del cine japonés, autor de sus míticas tramas medievales de samurais y señores feudales, se acercó a su Japón contemporáneo en otras tantas obras de extraordinaria calidad. En esta ocasión, y con motivo de este recorrido que me he propuesto por la plasmación cinematográfica del mundo del periodismo, quiero recordar esta película, tal vez menos conocida, en la que se interesó -como tantos otros creadores de diversos ámbitos culturales- por mostrar su manifestación más sensacionalista, dentro de ese submundo que conocemos como “prensa del corazón”.
Kurosawa nos introduce en la trama con el potente plano de una rueda de motocicleta en movimiento sobre la que se sobreimpresionan los títulos de crédito, que nos lleva con su conductor a un paraje natural montañoso. El intrépido motorista, que se siente libre al volante, es un pintor, Ichiro Aoye (una vez más, el imprescindible de Kurosawa, Toshiro Mifune), que se dispone a realizar plasmar la montañosa estampa en el lienzo. Y allí el azar de un autobús perdido lo junta con una famosa cantante, Mijako Sayjo, a que se ofrece a llevar al hotel donde ambos se hospedan. En el camino, unos fotógrafos a la búsqueda de la alguna noticia jugosa, reconocen a la celebridad, los siguen hasta el alojamiento, y allí, a partir de un encuentro en la pequeña terraza de la habitación del artista, sin mayor trascendencia que ni tan siquiera un cierto flirteo, roban una foto de ambos muy ilustrativa de la tergiversación informativa en la que se basan, es la alegría con la que celebran la presencia de dos toallas colgadas en la barandilla “¡Qué exclusiva!”.
Con el ritmo endiablado de este tipo de publicaciones que basan su repercusión en la inmediatez del escándalo, sin ningún tipo de ejercicio de contraste de la información - Kurosawa nos muestra con una inquisitiva mirada crítica la reunión de los fotógrafos y el editor de la revista “Amour” y la ética profesional que los conduce-, propio del periodo histórico que está retratando, las rotativas se ponen a rodar con máximo rendimiento. Y la fatídica instantánea, acompañada expresivos titulares, “Cantante y pintor, sumergidos en el amor”, “El amor secreto de Mijako Sayjo”, empapela la ciudad, en anuncios de autobuses, y carteles de cabina. Todo el mundo corre a comprar la revista “Amour”.
A partir de este momento, me parece muy interesante el estudio diferenciado de la reacción psicológica de cada uno de los implicados en la mentira difamatoria que todo el mundo comenta. Ichiro Aoye, un pintor anónimo, absolutamente ajeno a estos juegos de manipulación informativa, se indigna, y acude a la revista a reclamar un desmentido. Inevitablemente está en desventaja, el editor es un bregado profesional en estas lides, y el encuentro se salda con la agresión del pintor al editor, que obtiene de esta manera una inestimable continuación del folletín que ha puesto en marcha. El pintor toma la determinación de demandar al editor por difamación. Pero al proponerle a la célebre cantante que se alíen, esta se muestra reticente. ¿Le asusta la reacción pública?
En este punto del desarrollo narrativo, Kurosawa introduce al tercer personaje clave de esta historia. Si tiene que presentarse una demanda, hace falta un abogado. Y su presentación, apareciendo en el estudio del pintor a hurtadillas para ofrecerle sus servicios, escondido detrás de una ventana, cuando este está retratando a una vieja amiga y modelo, que a lo largo de la trama actuará de consejera y apoyo para Ichiro, tampoco ofrece demasiadas dudas al espectador sobre su condición. El abogado Hiruta (Takashi Shimura, el inolvidable Kanji Watanabe de “Vivir”) es la perfecta ejemplificación del hombre vencido por la vida, alcohólico y jugador, incapaz de afrontar la enfermedad de su pequeña hija. Y su fragilidad llevará aparejada una circunstancia esencial en la trama y en el desenlace del proceso judicial, en la que confluirá una nueva manifestación de la corrupción socio-política, y específicamente instalada en los medios de comunicación de masas de la índole analizada en la película.
En este punto, no quisiera relatar más sobre la resolución final de la trama. Pero tampoco quisiera terminar sin retomar un pasaje en el que Kurosawa analiza con lucidez las preocupaciones de la cantante en torno al escándalo. Mientras está ensayando con su representante, que la intenta convencer de la inconveniencia de anular una gira de actuaciones ya programada, ella se lamenta de la situación, aludiendo al contenido de las cartas de sus admiradores, “Para ellos soy asquerosa e inmoral”. Unas terribles descalificaciones, que muestran juicios de valor socio-culturales propios de la sociedad japonesa de la época respecto a las relaciones fuera del matrimonio, a la vez que denotan un trato cualitativamente denigrante, específicamente hacia las mujeres.
La penúltima película de Lang, que tras desarrollar una carrera sin parangón en el cine mudo y sonoro en su Alemania natal, podríamos decir que se había especializado en elevar hasta sus más altas cotas el cine negro clásico norteamericano, en esta ocasión considero que alumbró una suerte de film híbrido de indudable calidad, y a mi parecer muy interesante como estudio sociológico del cosmos periodístico y de los mass media.
La mixtura a la que me refiero se puede apreciar en el arranque del film. Lang nos sitúa en el pasillo de un bloque de apartamentos cualquiera de la ciudad, donde un repartidor parece estar en realidad acechando, preparando una cerradura para poder acceder sin permiso al apartamento de una mujer. Y en unos planos que no podemos evitar relacionar con el asesinato en una ducha más célebre de la Historia del cine, ejecuta su plan. Una introducción a la trama, y a la investigación policial subsiguiente, que nos acerca a las premisas del cinéma noir.
La noticia correrá como la pólvora en los principales medios de comunicación generando la consabida alarma social generalizada. Y aquí es donde Lang, en mi opinión con la excusa argumental del descubrimiento y detención del malhechor, introduce la que es la base temática esencial del film. Los periodistas del Sentinel, que pertenece a un grupo de comunicación conformado por una televisión y una agencia de noticias, han conseguido el gran titular “El asesino del pintalabios” -en la escena del crimen aparece un mensaje en el carmesí del utensilio de belleza: “preguntar a madre”-. Sin duda, un recurso a esos estudios de las psicopatías que Lang ya había explorado en una de sus cumbres, -dícese “M”-.
Ese efectivo titular, sugerido con vehemencia en el lecho de muerte por el jefe del grupo mediático, se me antoja como el punto de partida hacia la lucha de poder que se desencadena por la sucesión y la obtención de los principales puestos de responsabilidad en el periódico y en los medios asociados. En este sentido, casi podríamos hablar de coralidad en la construcción narrativa, en base a la novela de Charles Einstein. Por un lado, Edward Mobley (Dana Andrews), el presentador estrella, que sin embargo rechaza las proposiciones para ascender en el escalafón, ofertadas por el sucesor Walter Kyne (Vincent Price), retratado como un malcriado “hijo de papá” sin ningún interés por asumir responsabilidades empresariales ni periodísticas, sino por poder seguir viviendo cómodamente de las rentas del negocio. Edward está a su vez prometido, con Nancy Liggett (Sally Forrest), la asistente de Mark Loving (George Sanders), el jefe de la agencia de noticias, que alberga grandes aspiraciones de ascenso. Pero el entramado periodístico es complejo. Tenemos al redactor jefe Jon Day Griffith (Thomas Mitchell), principalmente aliado de Mobley y quizá el único personaje que con él, y a pesar de todo lo que veremos, condensa ciertos valores en torno al oficio de informar, que brillan por su ausencia en el conjunto de los perfiles retratados. También a otro cargo intermedio Harry Kritzer (James Craig), igualmente posicionado con inconfundible ambición en el pulso que todos están soportando, y que además cuenta con el inestimable apoyo de la esposa de Kyne, ya que son amantes. Y para terminar de redondear esta amalgama de pasiones y deseos espurios confrontados, tenemos a una periodista Mildred Donner (Ida Lupino), la única mujer de la redacción -y no puedo evitar destacar la oportunidad de que la mítica directora y actriz sea la encargada de encarnar a este personaje, que jugará un rol relevante en la resolución del misterio y de la guerra entre periodistas-.
Porque Lang, conectando con acierto las dos vertientes del film, coloca a todos los competidores a la caza de un objetivo: conseguir la exclusiva sobre la identidad del asesino de mujeres. El que antes lo logre conseguirá el poder en la empresa. Y en semejante tensión narrativa, retoma algunas de las premisas del cine negro para filmar una persecución de Mobley al asesino entre las vías del metro -al que previamente ha puesto un cebo, que va a ser su en ese momento resentida prometida- en la que hace honor a su espléndido legado noir. A lo largo de la narración también introducirá recursos propios de género, en los planos de los pasillos, las escaleras, los pequeños apartamentos, por donde deambulan verdugo, víctimas, señuelos, investigadores o periodistas, aunque es cierto que con una técnica más realista, y menos expresionista que en otras ocasiones. De hecho, todas las secuencias que transcurren en los despachos del periódico, con el ritmo trepidante de la redacción, consiguen aprehender sus esencias con un tono semi-documental. Y también quisiera destacar esa secuencia, paradigmática del sensacionalismo periodístico, en la que el presentador estrella interpela desde la pantalla, perfectamente encuadrada a su vez frente a nuestros ojos, directamente al asesino - “Muy pronto vas a dejar de ser desconocido”-, mientras al otro lado, en su habitación, el hombre más buscado recibe el mensaje.
“Una historia humana”. Esta era la premisa básica, el objetivo a alcanzar por el protagonista de esta inmisericorde crítica contra el sensacionalismo periodístico, contra el oficio de informar que se trasmuta en el vicio de la corruptela y el negocio millonario, sustentado en esa carnaza que fue y sigue siendo un acicate para importantes porcentajes de consumidores de la desinformación, con la que deseo clausurar este recorrido por films sobre el sensacionalismo periodístico.
En la carrera cinematográfica de Billy Wilder hay sarcasmo, corrosión y desencanto vital a raudales, pero aun con todo siempre he considerado que esta película es una de sus propuestas más atípicas. Por supuesto, hay “historia humana” -así he empezado- de la que suele diseccionar el austriaco. Pero aquí, la denuncia a los turbios entresijos de una de las vertientes del sistema, el negocio periodístico, tal y como como hizo con el tinglado del cine en el sistema de estudios en “Sunset Boulevard”, alcanza el cenit de su inquisitivo análisis. Y si en la mítica trama hollywoodiense, Wilder sabía de lo que hablaba de primera mano- como también lo sabía su rutilante protagonista-, en esta ocasión se inspiró en dos hechos reales de similares pormenores.
Cuando Chuck Tatum, un Kirk Douglas prodigioso -para mi un tótem de la interpretación, en uno más de sus variados registros-, periodista neoyorquino tan talentoso como ambicioso, egocéntrico, y alcohólico, da con sus huesos, tras una cadena de despidos a nivel nacional, en Alburquerque, Nuevo Mexico, no le queda otra que conseguir un trabajo en el periódico local, el Albuquerque Sun-Bulletin, dirigido por Jacob Q. Boot (Porter Hall) -al lado de la puerta de su despacho un cartel que reza “Cuenta la verdad” a Tatum le hará mucha gracia-. Allí alcanza una cierta estabilidad, pero a la vuelta de un año la frustración por la calma informativa de la ciudad va haciendo mella. Un buen día es asignado a un reportaje sobre la caza anual de serpientes de cascabel en la localidad de Los Barrios. Y estando allí cubriendo el evento, de la manera más azarosa, se entera del caso de Leo Minosa (Richard Benedict), el dueño de un restaurante y motel local que ha quedado atrapado en una gruta debido a un derrumbe cuando buscaba cerámicas indígenas. Ahí la tiene. La noticia de repercusión nacional que puede rehabilitarle profesionalmente y permitirle regresar a Nueva York como periodista-estrella. Pero esas noticias hay que trabajárselas. Y Tatum pondrá todo su empeño. Por un lado, el melodrama lacrimógeno. introduciendo una entrevista con la desolada y fiel esposa de Leo Mimosa, Lorraine (Jan Sterling), que en realidad sueña con escapar del agujero vital en el que se siente atrapada -y veremos que Tatum sabrá persuadirla para que saque buena tajada de las hordas de turistas que van a ir apareciendo para seguir en vivo y en directo el rescate de su marido-. Por otro, la exclusividad en la cobertura para toda la Nación de cualquier contacto o entrevista con el hombre atrapado, pacto con el sheriff local en campaña por la reelección mediante.
Pero aun hará algo peor. Los encargados del rescate les informan de que Leo puede ser liberado en 12 horas. Pero Tatum necesita algunos días más de margen para que la noticia se convierta en la gran bomba informativa que requiere su ambición. Y los consigue, convenciendo al sheriff para cambiar el método de acceso a la gruta. Así es como el pequeño y desconocido poblado indio de Los Barios se transforma en el Gran Carnaval -título con el que el film es conocido por estos lares-, una suerte de feria de entretenimiento, con atracciones, canciones sobre Leo, o apuestas sobre el resultado del rescate. Sin duda, el culmen de la degradación moral más inhumana -esa era finalmente la esencia de la historia que nuestro protagonista necesitaba contar- con las consecuencias que os podéis imaginar, aunque creo que aun con todo merece la pena dedicarle vuestro tiempo a contemplar esta desoladora película-. Porque al final, Wilder se ve incapaz de redimir de sus actos al periodista. Y creo poder afirmar que el último plano de la peli, con el rostro de Douglas inmerso en una expresividad penetrante, también resulta inusual en el estilo de este creador. Si lo veis, lo recordaréis.
Retomando su esfera sociológica, quisiera también apuntar que la película fue tildada de anti-americana, falsa y manipuladora por casi todos los grandes medios periodísticos del país. Y por descontado, fue un rotundo fracaso comercial en los tiempos de su estreno. Pero parece evidente que, a día de hoy, entrado ya el siglo XXI, se erige como un insobornable testimonio cinematográfico del lado más oscuro del negocio de la comunicación, que además se ha ido acrecentando hasta las cotas actuales sin que parezca a priori posible un cambio de paradigma que lo devuelva a su esencia, que me parece un ilustrativo colofón para esta selección de películas sobre la vertiente sensacionalista del periodismo.
- Francisco Huertas Hernández: "He estado investigando y creo que esta película, "Five Star Final" (Sed de escándalo) (1931), dirigida por Mervyn LeRoy, con Edward G. Robinson, y ganadora del Oscar a la mejor película en 1932, es muy adecuada. Un editor de periódico, Joseph W. Randall (Edward G. Robinson), decide aumentar sus ventas removiendo un viejo caso de asesinato de hace 20 años. Las más sucias artimañas de la sociedad del espectáculo norteamericana, donde un buen titular vale más que la verdad y la dignidad"
12 comentarios:
Bravoo
Qué gran artículo ha quedado. He ido conociendo esos textos tan bien escritos de María poco a poco. Unos análisis estupendos. Ahora, unidos y con tu aportación, me gustan muchísimo.
Un buen trabajo de ambos.
Maravilloso artículo. Me encantan las películas de cine y periodismo. La prensa no es el cuarto poder, sino el contrapoder. Por desgracia ahora no es así. La prensa destapaba la corrupción, investigaba, se metía en el intríngulis de la política. Y también, por desgracia, para vender, se metía y se mete en el campo sensacionalista. Enhorabuena Francisco Huertas y Maria por estos textos
María nunca decepciona. Me ha encantado el artículo y me has dado títulos para ver. “Luna nueva” (His girl Friday) es una de mis pelis favoritas de siempre pero nunca había contemplado estas películas como un género en sí. Buen análisis y buenas recomendaciones por los títulos que no conocía. Gracias.
María nunca decepciona. Me ha encantado el artículo y me has dado títulos para ver. “Luna nueva” (His girl Friday) es una de mis pelis favoritas de siempre pero nunca había contemplado estas películas como un género en sí. Buen análisis y buenas recomendaciones por los títulos que no conocía. Gracias.
Gracias otra vez, compañera cinéfila!!Aquí estaremos para compartir y disfrutar.
Muchas gracias, AMIGA!! 'His girl friday' es brutal.La segunda versión de la obra de teatro.Yo he traído la primera.Muy dinámixa para lis años 30s.Y las demás, cuando quieras las conentamos, love.
Muchas gracias tb por aquí.Tenemos pendiente ese interesante análisis de la crisis Watergate.
Francisco Huertas Hernández Gracias otra vez.La selección de imágenes esta conseguida y la terminología destacada encuadra a la perfección el hilo conductor que pretendía plasmar con esta selección de películas.Orgullosa de participar en este proyecto.
Me gusta mucho el rigor y la claridad de la exposición de María
Fantàstico anàlisis, Marïa, me das ideas y me dan ganas de verlas todas.
Hola!!Ets Ali??No t'havia identificat.Gràcies!!¡Y què bé que te done idees..És moly gratificant per a mi.
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