Dijo Dios al hombre: “Ve y mira a tus
hermanos. Observa en silencio sus acciones y escucha atento sus palabras.
Luego, vuelve y dime lo que has visto y oído”.
Así hizo el
hombre designado. Descendió de su sueño
e hizo escala en el mapa de los avatares
humanos. Caminó entre las gentes y observó uno a uno sus gestos, sus pasos, sus miradas. Anotó paciente en un cuaderno su indagación y siguió andando entre
sus semejantes sin más proyecto ni razón que ser testigo de todo aquello.
Entre los que se movían presurosos descubrió dos clases de personas: las que iban
deprisa y reían, y los que permanecían tirados en el suelo o caminaban con
dificultad y tenían los ojos sin brillo. Éstos hurgaban las basuras o
caminaban por aceras oscuras y solitarias.
El
hombre designado anotó en su libreta que la velocidad del paso tenía alguna
relación matemática con la riqueza y la alegría. Caviló noches enteras para
encontrar esa ecuación sin conseguirlo.
Especuló luego el hombre designado con la velocidad
del pecado y encontró estas dos
posibilidades: o bien los que van deprisa huyen del pecado, o bien huyen de
Dios. Y entonces quienes permanecen tirados en los suelos no huyen del pecado,
o quizá se acogen resignados a la misericordia divina.
El hombre que indagaba se cercioró de que las extremidades de sus hermanos eran mensajeras de vicios y virtudes. Así,
observó brazos torneados cubiertos de metales y sedas que sujetaban cigarros,
tazas de café y bolsos, que se movían con afectación y altivez; brazos extendidos
e inmóviles con la palma de la mano abierta; brazos de pesada carga; de cielo,
de mar, de tierra.
Cansado de los brazos y las piernas que le
parecieron condenables, buscó las
palabras y conversaciones. Éstas le desagradaron en extremo. Las conversaciones de las piernas rápidas y
los brazos afectados y enjoyados eran vacuas y falsas. Las palabras de los
brazos inmóviles y piernas cansadas eran escasas, ininteligibles, precarias.
Anotó
en su cuaderno que también parecía haber una relación matemática entre la
velocidad de las palabras y su inutilidad. Buscó un logaritmo para calcular
con exactitud la medida de los discursos, mas no pudo.
El hombre
designado observó y apuntó los
movimientos de la cabeza, el corte del pelo, el grosor de las cejas, la pintura
de los labios, las formas de sentarse y levantarse, de mirar, de saludar y
abrazarse, de besar, de gritar, de masticar, beber, escupir, rascarse, sonarse,
los movimientos de hombros y caderas, los bailes, los chasquidos de los dedos y
los guiños, mil posturas y ademanes que registró sin descanso.
Anotó también trozos de diálogos escuchados al azar, expresiones, insultos,
imprecaciones, interjecciones, invitaciones, despedidas, declaraciones,
confesiones, toda clase de palabras con su tono y su acento.
Cuando
hubo llenado todas las hojas, descansó y durmió tres días y tres noches, al
cabo de las cuales despertó y ordenó sus indagaciones.
Siguió primero el criterio de la velocidad de los cuerpos y las palabras, luego el de
la fuerza de los cuerpos y las palabras,
más tarde el de la claridad, y por
fin, el de la sinceridad y la armonía.
No contento rehizo sus conclusiones siguiendo el patrón de la belleza de los cuerpos y las palabras, pero
lo desestimó más tarde. Acudió entonces a la
verdad de las palabras y los
movimientos, pero, en ese momento, ya no supo qué es lo que estaba
buscando.
Desesperado, volvió a dormir para ascender al sueño de Dios y contarle el fracaso de su indagación, pero no pudo
soñar más que con las palabras que había escuchado y los movimientos de los
cuerpos que había visto, que habían quedado grabadas en su mente y habían
destruido su entendimiento.
Voces,
ecos, pasos, brazos, risas, tumultos de hombres y mujeres cuyo nombre ignoraba
y que había observado con paciencia y reprobación, eran ahora toda su alma.
En su
sueño ya no se le aparecía Dios sino aquella algarabía incesante.
Quiso
despertar mas no pudo. Las palabras necias de los brazos enjoyados se
clavaban en sus sienes y las manos temblorosas con las palmas abiertas y los
gritos y las imprecaciones.
El hombre designado murió sin despertar. Cuando le encontraron en su habitación su cuerpo estaba reventado, aplastado, sus ojos desencajados.
6 comentarios:
Desgarrador testimonio
Sautet entre el existencialismo y el thriller onírico... Pura Nouvelle Vague. La propia existencia desde la atalaya del coma, un viaje astral que da otra perspectiva de nuestra propia vida. Conozco esa sensación, por suerte o por desgracia, y está magníficamente narrada en flashbacks continuos.
La consciencia absoluta del ser.
Sautet entre el existencialismo y el thriller onírico... Pura Nouvelle Vague. La propia existencia desde la atalaya del coma, un viaje astral que da otra perspectiva de nuestra propia vida. Conozco esa sensación, por suerte o por desgracia, y está magníficamente narrada en flashbacks continuos.
La consciencia absoluta del ser.
Gracias. Muy bello texto
Un texto hermoso e intenso.Heidegger continua siendo un misterio para mi.Pero creo poder reconocer sensaciones, que de una manera u otra, todos hemos sentido...Como no he visto la pelim no puedo opinar...
Excelente texto y pie de foto. Yo creo que es muy difícil parecerse al proyecto de vida que teníamos en mente en la juventud, sobretodo si era muy ambicioso o con muchas expectativas. Mejor hacerse un proyecto de nobleza y honestidad.
Está claro que no somos eternos y que lo mejor para perpetuarse es dejar semillas, nuestro poso en el trabajo, nosotros que somos profesores. O nuestra actitud en los hijos, quien los tenga. Que nuestro entorno se mezcle con nosotros. Hay gente que saca lo mejor de uno mismo, que tiene esa capacidad. Es una forma de permanecer vivos en otros. El paso del tiempo no sé si es nuestro enemigo, pero sí la brújula que nos guía y nos avisa de lo que es importante o no. Discernir entre uno y otro es lo inteligente. Enhorabuena por este texto tan literario, Francisco Huertas Hernández.
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