viernes, 25 de diciembre de 2020

René Descartes: "Carta Prefacio a la edición francesa". "Principios de la Filosofía" (1647). Lettre-préface de l’édition française. "LES PRINCIPES DE LA PHILOSOPHIE" (1647). (Traduction française de l’abbé Picot, 1647)


René Descartes: "Carta Prefacio a la edición francesa"
"Los Principios de la Filosofía" (1647)
Lettre-préface de l’édition française
"LES PRINCIPES DE LA PHILOSOPHIE" (1647)
(Traduction française de l’abbé Picot, 1647)


Jan Baptist Weenix (1621-1660): Portrait de René Descartes, vers 1648
Centraal Museum, Utrecht
Retrato del filósofo francés pintado por el holandés Weenix al final de la vida del pensador, por la época en que se tradujo al francés su obra "Les Principes de la Philosophie"

René Descartes: "Les Principes de la Philosophie"
Écrits en Latin
et traduits en François par un de ses amis
À l'imprimerie de Pierre Des-Hayes
et se vendent
Chez Henry Le Gras. Paris
1647
Éste es el libro definitivo donde el filósofo francés expone todo su pensamiento como un conjunto de principios evidentes que se deducen unos de otros hasta explicar la totalidad del mundo físico a partir de unos pocos principios metafísicos

 Señor
 La versión
 que usted se tomó la molestia de hacer de mis Principios es tan nítida y tan acabada que espero que sean leídos por más personas en francés que en latín, y que serán mejor entendidos. Sólo que queda la inquietud de que el titulo llegue a desalentar a muchos, los cuales no se han nutrido de las letras, o que tienen una nula opinión de la filosofía a causa de que aquella que les ha sido enseñada no les ha gustado; y esto me hace suponer que sería bueno añadirles un prefacio, que les manifieste cuál es el tema del libro, cuál fue el propósito que tuve al escribirlo y cuál es la utilidad que de él se puede desprender. Pero si bien me compete hacer este prefacio por ser yo quien mejor que nadie ha de saber de estas cosas, nada puedo obtener de mí mismo, sino que pondré aquí en breve los puntos principales que, me parece, deben ser tratados; y dejo a su discreción el darlos a conocer al público, según lo juzgue conveniente.

 En primer lugar, quisiera explicar en ellos lo que es la filosofía, empezando por las cosas más vulgares como son: que esta palabra “Filosofía” significa el estudio de la sabiduría y que por sabiduría se entiende no sólo la prudencia en los asuntos, sino también un perfecto conocimiento de todas las cosas que puede saber el hombre, tanto para la conducción de su vida como para la conservación de su salud y la invención de todas las artes; y que a fin de que este conocimiento sea tal, es necesario que sea deducido de las primeras causas, de modo que, para dedicarse a adquirirlo (lo que se llama propiamente filosofar), es menester empezar por la búsqueda de estas primeras causas, es decir de los principios, y que dichos principios han de cumplir con dos condiciones: la primera, que sean éstos tan claros y tan evidentes, como para que el espíritu humano no pueda dudar de su verdad mientras se aplique con atención a considerarlos; la segunda, que de ellos dependa el conocimiento de las demás cosas, de modo que puedan ser conocidos sin éstas, mas no recíprocamente éstas sin aquéllos; y que después de eso hay que tratar de deducir a tal grado, de estos principios, el conocimiento de las cosas que de ellos dependen, que no haya nada en toda la cadena de las deducciones que a partir de aquélIos se haga que no sea muy manifiesto. Nadie en verdad, sino Dios, es perfectamente sabio, es decir que tiene el entero conocimiento de la verdad de todas las cosas; pero se puede decir que los hombres tienen en mayor o menor grado sabiduría, en razón de que tienen más o menos conocimiento de las verdades más importantes. Y creo que no hay en esto nada con lo cual no estén de acuerdo los doctos.

 Quisiera en seguida pasar a considerar la utilidad de esa filosofía y mostrar que, puesto que se extiende a todo lo que el espíritu humano pueda saber, debemos creer que ella sola nos distingue de los más salvajes y bárbaros, y que cada nación es más civilizada y refinada en tanto que en ella mejor filosofan los hombres; y que de este modo, tener verdadera filosofía es el mayor bien que pueda hallarse en un Estado. Más aún que, para cada hombre en particular, no solo es útil vivir con aquellos que se aplican a este estudio, sino que resulta incomparablemente mejor aplicarse por sí mismo a ello; así como, sin duda, mucho más vale servirse de sus propios ojos para guiarse y gozar por el mismo medio de la belleza de los colores y de la luz, que tenerlos cerrados y seguir la conducta de otro; pero lo último es todavía mejor que tenerlos cerrados y no tener más que a sí mismo para conducirse. Vivir sin filosofar es tener, propiamente dicho los ojos cerrados sin intentar jamás abrirlos; y el placer de ver todas las cosas que descubre nuestra vista no es comparable con la satisfacción que da el conocimiento de las que encontramos por medio de la filosofía; y por fin, este estudio es más necesario para regular nuestras costumbres y conducirnos en esta vida que lo que lo es el uso de nuestros ojos para guiar nuestros pasos. Las bestias brutas que no tienen que conservar sino su cuerpo, se empeñan continuamente en buscar con qué alimentarlo; pero los hombres, cuya parte principal es el espíritu, deberían dirigir sus principales preocupaciones hacia la búsqueda de la sabiduría, la cual es su verdadero alimento; y tengo también por seguro que muchos no dejarían de hacerlo si tuvieran la esperanza de tener éxito en ello y si supieran cuán capaces son de lograrlo. No hay alma tan poco noble como para permanecer tan atada a los objetos de los sentidos y no desprenderse algunas veces de ellos para anhelar algún otro bien mayor aun cuando ignora a menudo en qué consiste éste. Aquellos que más favorece la fortuna, quienes tienen abundancia de salud, honores y riquezas, no están más que otros exentos de este deseo; al contrario, me persuado que ellos son quienes suspiran con más ardor por un bien distinto, más soberano que todos los que poseen. Empero, este soberano bien, considerado por la razón natural sin la luz de la fe, no es otra cosa que el conocimiento de la verdad por sus primeras causas, es decir la sabiduría, cuyo estudio es la filosofía. Y por ser todas esas cosas enteramente verdaderas, no presentarían obstáculo a la persuasión si estuvieran bien deducidas.

 Pero por estar impedidos de creerlas a causa de la experiencia, la cual muestra que los que hacen profesión de ser filósofos son a menudo menos sabios y menos razonables que otros quienes no se aplicaron nunca a este estudio, quisiera explicar aquí sucintamente en qué consiste toda la ciencia que se tiene en el presente y cuáles son los grados de sabiduría a los que se ha llegado. El primero no comprende más que nociones tan claras por sí mismas que las puede uno adquirir sin meditación. El segundo comprende todo lo que la experiencia de los sentidos da a conocer. El tercero, lo que nos enseña la conversación de los demás hombres. A lo cual se puede añadir, respecto del cuarto, la lectura, no de todos los libros, sino particularmente de aquellos que han sido escritos por personas capaces de darnos buenas enseñanzas, ya que es una especie de conversación que tenemos con sus autores. Y me parece que toda la sabiduría que se suele tener no se adquiere sino a través de esos cuatro medios; en efecto, no tomo aquí en cuenta la revelación divina, porque ésta no nos conduce por grados sino que nos eleva de golpe a una creencia infalible. Pero hubo en todos los tiempos grandes hombres que trataron de encontrar un quinto grado incomparablemente más elevado y más seguro que los otros cuatro para llegar a la sabiduría, a saber, buscar las primeras causas y los verdaderos principios de los cuales se puedan deducir las razones de todo lo que uno es capaz de saber; y son particularmente los que se han empeñado en ello quienes recibieron el nombre de filósofos.

 En todo caso, nadie hasta hoy, que yo sepa, cumplió con este propósito. Los primeros y principales de los cuales tenemos los escritos son Platón y Aristóteles, entre los cuales no hay diferencia alguna salvo que el primero, siguiendo las huellas de su maestro Sócrates, confesó ingenuamente que no había podido encontrar todavía nada cierto y se limitó a escribir las cosas que le parecieron ser muy verosímiles, imaginando para este efecto algunos principios por medio de los cuales intentaba dar razón de las demás cosas; Aristóteles, en cambio, tuvo menos franqueza, y si bien fue por veinte años su discípulo y no tuvo otros principios que los suyos, cambió por entero la manera de exponerlos y los propuso como verdaderos y seguros aun cuando no haya apariencia alguna de que los hubiese jamás estimado como tales. Empero, estos dos hombres, tenían mucho ingenio y mucha de la sabiduría que se adquiere por los cuatro medios antes citados, lo cual les confería mucha autoridad, de modo que los que vinieron después de ellos se detuvieron más en seguir sus opiniones que en buscar algo mejor. Y la principal contienda que tuvieron entre sí sus discípulos, fue saber si había que poner todo en duda o bien si había algunas cosas que fuesen ciertas, lo cual los llevó en ambas vías a errores extravagantes: pues algunos de los que estaban a favor de la duda la extendían incluso hasta las acciones de la vida, de modo que se olvidaron de la prudencia para conducirse; y los que mantenían la certeza, al suponer que debía ésta depender de los sentidos, tuvieron una fe absoluta en ellos hasta tal punto, que se dice que Epicuro se atrevía a asegurar en contra de los razonamientos de los astrónomos, que el sol no era más grande de lo que parecía. 

 Un defecto que se puede advertir en la mayoría de las disputas; es el de que, por estar la verdad a medio camino entre las dos opiniones que se sostienen, cada uno se aleja más de ella cuanto más afición se tiene a contradecir. Pero el error de aquellos que se inclinaban demasiado por la duda no fue seguido mucho tiempo, y el error de los demás ha sido de algún modo corregido en el sentido de que se ha reconocido que los sentidos nos engañan en muchas cosas. Sin embargo, que yo sepa, no ha sido del todo erradicado, haciendo ver que la certeza no está en el sentido, sino en el solo entendimiento, ya que éste tiene percepciones evidentes; e incluso que mientras no se tienen sino los conocimientos que se adquieren mediante los cuatro primeros grados de sabiduría, no se debe dudar de las cosas que parecen verdaderas por lo que concierne a la conducta de la vida, pero tampoco se las debe estimar tan ciertas que no se pueda cambiar de opinión al estar obligado a ello por la evidencia de alguna razón. Ya sea por no haber conocido esta verdad o bien, si hubo quienes la conocieron, por no haberse servido de ella, la mayoría de los que, en estos últimos siglos, quisieron ser filósofos, han seguido ciegamente a Aristóteles, de suerte que alteraron a menudo el sentido de sus escritos, atribuyéndole diversas opiniones que él no reconocería como suyas si volviese a este mundo. Y los que no lo siguieron (entre los cuales se encontraron varios de los mejores espíritus) no dejaron, en su juventud, de estar impregnados por sus opiniones (ya que son éstas las únicas que se enseñan en las escuelas); lo cual los preocupó tanto que no pudieron lograr el conocimiento de los verdaderos principios. Y si bien los estimo a todos y no quiero volverme odioso al corregirlos, puedo dar de lo que digo una prueba que no creo que rechace ninguno de ellos; a saber, que todos han supuesto como principio alguna cosa que no han conocido a la perfección. Por ejemplo, no conozco a ninguno que no haya supuesto el peso de los cuerpos terrestres; pero aun cuando la experiencia nos muestra con toda claridad que los cuerpos que se llaman pesados descienden hacia el centro de la tierra, no conocernos por ello cuál es la naturaleza de lo que llamamos peso, es decir la causa o el principio que los hace descender así, y lo tenemos que aprender de otra manera. Lo mismo se puede decir del vacío y de los átomos, de lo caliente y de lo frío, de lo seco, de lo húmedo y de la sal, del azufre, del mercurio y de todas las cosas semejantes que algunos han supuesto como sus principios. Pero todas las conclusiones que se deducen de un principio que no es evidente tampoco pueden ser evidentes, aun cuando estuvieran deducidas evidentemente: de ahí que todos los razonamientos que construyeron con base en tales principios, no pudieron darles el conocimiento certero de cosa alguna, ni por consiguiente hacerles dar un solo paso adelante en la búsqueda de la sabiduría. Y si encontraron algo verdadero, no ha sido sino mediante algunos de los cuatro medios anteriormente deducidos. No quiero sin embargo disminuir el honor al cual cada uno de ellos puede pretender; tengo por única obligación decir, para el consuelo de los que no estudiaron, que, así como al viajar, mientras se dé la espalda al lugar a donde se quiere ir, nos alejamos tanto más cuanto más tiempo y más aprisa caminamos (de suerte que aun cuando se nos ponga después en el buen camino, no podemos llegar tan rápidamente como si no hubiésemos caminado antes), así también cuando tenemos malos principios, mientras más los cultivamos y nos aplicamos con más cuidado a sacar de ellos diversas consecuencias, pensando que de este modo se filosofa bien, más nos alejamos del conocimiento de la verdad y de la sabiduría. De ahí se debe concluir que los que menos aprendieron de todo aquello llamado hasta ahora filosofía, son los más capaces de aprender aquella que es verdadera.

 Después de haber dado a entender cabalmente estas cosas, quisiera indicar aquí las razones que sirven para probar que los verdaderos principios por los cuales se puede llegar a este grado más alto de sabiduría en el cual consiste el soberano bien de la vida humana, son aquellos que consigné en este libro; y sólo dos bastan para ello: la primera es que son muy claros, y la segunda, que de ellos se pueden deducir todas las demás cosas: en efecto, no se requieren en ellos sino estas dos condiciones. Y pruebo fácilmente que son ellos muy claros pues, en primer lugar, por la manera en que los encontré, a saber rechazando todas las cosas en las cuales podía encontrar la menor posibilidad de dudar; en efecto, es cierto que aquellas que no han podido ser rechazadas de ningún modo, una vez que uno se aplica a considerarlas, son las más evidentes y las más claras que pueda concebir el espíritu humano. Así, considerando por una parte que aquel que quiere dudar de todo no puede sin embargo dudar de que existe mientras duda, y por otra que ese algo que razona así, no pudiendo dudar de sí mismo y dudando sin embargo de todo lo demás, no es lo que llamamos nuestro cuerpo, sino aquello que llamarnos nuestra alma o nuestro pensamiento, tomé el ser o la existencia de este pensamiento como el primer principio, del que deduje muy claramente los siguientes: a saber que hay un Dios quien es autor de todo lo que hay en el mundo y quien, por ser la fuente de toda verdad, no creó nuestro entendimiento de una naturaleza tal que se pueda equivocar en el juicio que hace de las cosas de las cuales tiene una percepción muy clara y muy distinta. Son éstos todos los principios de los cuales me sirvo en lo que se refiere a las cosas inmateriales o metafísicas, a partir de los cuales deduzco muy claramente los de las cosas corporales o físicas, a saber que hay cuerpos extensos en longitud, anchura y profundidad, que tienen diversas figuras y se mueven de diversas maneras. En suma, he ahí todos los principios de los que deduzco la verdad de las demás cosas. La otra razón que prueba la claridad de estos principios es que han sido conocidos desde siempre e incluso aceptados como verdaderos e indubitables por todos los hombres, exceptuando únicamente la existencia de Dios, la cual ha sido puesta en duda por algunos porque concedieron demasiado a la percepción de los sentidos y porque Dios no puede ser visto ni tocado

 Pero aun cuando todas las verdades puestas por mí en mis principios hayan sido conocidas desde siempre por todo el mundo, nadie hasta ahora, que yo sepa, las reconoció como los principios de la filosofía; es decir, que fueran de tal índole que de ellas se pudiera deducir el conocimiento de todas las demás cosas que están en el mundo; razón por la cual me resta probar que son tales; y me parece que no hay mejor manera de hacerlo ver sino por la experiencia, es decir convidando a los lectores a leer este libro. Pues aunque no haya yo tratado en él de todas las cosas -y aunque esto no sea posible- pienso haber explicado a tal punto todo lo que tuve ocasión de tratar, que aquellos que lo lean con atención tendrán ocasión de persuadirse de que no es necesario buscar otros principios que los que he dado para llegar a todos los conocimientos más elevados de que el espíritu humano sea capaz; sobre todo si, tras leer mis escritos, se toman la molestia de considerar cuantas cuestiones diversas están ahí explicadas y que, hojeando también los de los otros, ven cuán pocas razones semejantes se han podido dar para explicar las mismas cuestiones por medio de principios distintos a los míos. Y a fin de que emprendan esto con más facilidad, les puedo decir que aquellos que están compenetrados con mis opiniones tienen mucho menos dificultad para entender los escritos de los demás y conocer su justo valor, que aquellos que no lo están, lo cual es justo lo opuesto de lo que he dicho hace poco de quienes empezaron por la antigua filosofía; es decir que, cuanto más la estudiaron, más se acostumbraron a ser ineptos para aprender bien la verdadera filosofía.

 Quisiera añadir también una opinión respecto de la manera de leer este libro. Quisiera que se lo leyera primero todo entero como una novela, sin forzar mucho su a tención ni detenerse en las dificultades que en él se pue dan encontrar, con el solo fin de saber grosso modo cuáles son los tópicos que he tratado, y que después de esto, si se encuentra que merecen ser examinados y si se tiene la curiosidad de conocer sus causas, se lo puede leer una segunda vez para discernir el orden de mis razones; pero que no hay que desalentarse de inmediato si no se lo puede conocer cabalmente o si no se entienden todas. Sólo se ha de subrayar con un trazo de pluma los pasajes en donde se encuentre dificultad y seguir leyendo sin interrupción hasta el final; luego, si se retoma el libro por tercera vez, me atrevo a creer que se encontrará en él la solución de la mayoría de las dificultad es que se hubieran señalado anteriormente y que, si permanecen todavía alguna, se encontrará su solución al releerlo.

 Advertí, al examinar la naturaleza de varios espíritus, que casi no los hay tan toscos ni tan atrasados que no fuesen capaces de acceder a los buenos sentimientos, e incluso de adquirir todas las ciencias más elevadas, si estuvieran conducidos como se debe, y esto también puede ser probado por la razón: en efecto, puesto que los principios son claros y de ellos no se debe deducir nada sino mediante razonamientos muy evidentes, se tiene siempre suficiente espíritu para entender las cosas que de ellos dependen. Pero además del obstáculo de los prejuicios de los que nadie está exento por completo, si bien perjudican más a aquellas que más han estudiado las malas ciencias, sucede casi siempre que los que tienen el espíritu templado descuiden el estudio por considerarse incapaces de éste, y que los otros que son más ardientes se precipiten demasiado, de ahí que reciban a menudo principios que no son evidentes y de los cuales sacan consecuencias dudosas. Razón por la cual quisiera asegurar a los que desconfían demasiado de sus fuerzas, que no se encuentra en mis escritos cosa alguna que no puedan entender cabalmente si se toman el trabajo de examinarlos; y sin embargo, quisiera poner en guardia a los demás acerca de que aun los más excelentes espíritus necesitarán mucho tiempo y mucha atención para advertir todas las cosas que tuve en ellos el propósito de considerar.

 En lo que sigue, a fin de que se conciba bien mi propósito al publicarlos, quisiera explicar aquí el orden que a mi parecer debe tener uno para instruirse. En primer lugar, un hombre que todavía no tiene sino el conocimiento vulgar e imperfecto que se puede adquirir por los cuatro medios arriba explicados, debe antes que nada procurar forjarse una moral que pueda ser suficiente para las acciones de la vida, ya que no se puede postergar, pues debemos en primer lugar procurar vivir bien. Después, debe también estudiar la lógica: no la de la escuela porque no es, propiamente dicha, más que una dialéctica que enseña los medios de hacer entender a los demás las cosas que uno conoce o incluso de decir sin juicio muchas palabras acerca de lo que uno desconoce y, por tanto, ésta corrompe el buen sentido en vez de incrementarlo. Se ha de estudiar aquella que enseña a bien conducir su razón para descubrir las verdades que se desconocen; y por depender ella fuertemente del uso, es bueno que se ejercite uno por mucho tiempo en la práctica de sus reglas, acerca de cuestiones fáciles y simples como lo son las de las matemáticas. Después, una vez adquirido algún hábito de encontrar la verdad en estas cuestiones, se debe empezar de golpe a aplicarse a la verdadera filosofía, cuya primera parte es la metafísica, la cual contiene los principios del conocimiento, entre los cuales figura la explicación de los principales atributos de Dios, de la inmaterialidad de nuestras almas, y de todas las nociones claras y simples que están en nosotros. La segunda (parte) es la física en la que, tras haber encontrado los verdaderos principios de todas las cosas materiales, se examina de un modo general cómo está compuesto el universo entero y luego, de un modo particular, cuál es la naturaleza de esta tierra y de todos los cuerpos que se encuentran más comúnmente alrededor de ella, tales como el aire, el agua, el fuego, el imán y otros minerales. Después de esto, es también útil examinar en particular la naturaleza de las plantas, de los animales y sobre todo la del hombre, a fin de que uno sea capaz de encontrar posteriormente las demás ciencias que le son útiles. Así la filosofía toda es como un árbol, cuyas  raíces son la metafísica, cuyo tronco es la física y cuyas ramas brotando de este tronco son todas las demás ciencias, las cuales se reducen a tres principales, a saber, la medicina, la mecánica y la moral, quiero decir la más alta y más perfecta moral, la que al presuponer un conocimiento cabal de las demás ciencias, constituye el grado último de la sabiduría.

René Descartes: L'image de l'arbre (imagen del árbol)
"Así toda la filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física, y las ramas que salen de este tronco son todas las otras ciencias, que se reducen a tres principales; a saber: la medicina, la mecánica y la moral"
(Lettre-Préface. "Principes de la philosophie")
Image: GGP. Lycée Ella Fitzgerald

 Pero, así como no es en las raíces ni en el tronco de los árboles donde se cosechan las frutas sino solamente en las extremidades de sus ramas, así también la principal utilidad de la filosofía depende de la de sus partes, las cuales no se pueden conocer sino en último lugar. Pero aunque las desconozca casi todas, el empeño que siempre manifesté en prestar mis servicios al público es causa de que haya publicado hace diez o doce años algunos ensayos acerca de las cosas que me parecía haber aprendido. La primera parte de estos ensayos fue un Discurso sobre el Método para bien conducir su razón y buscar la verdad en las ciencias, en el cual consigné de manera sumaria las reglas principales de la lógica y de una moral imperfecta, que se puede seguir provisionalmente mientras no se conozca otra mejor. Las demás partes fueron tres tratados, uno sobre la Dióptrica, otro sobre los Meteoros, y el último sobre la Geometría. Con la Dióptrica, tuve el propósito de mostrar que se podía adelantar bastante en la filosofía a fin de llegar, por medio de ella, al conocimiento de las artes útiles para la vida, ya que el invento de los lentes de aumento que ahí explico es uno de los más difíciles que se haya buscado jamás. Con los Meteoros, deseaba que se reconociera la diferencia que hay entre la filosofía que yo cultivo y aquella que se enseña en las escuelas, en donde se suele tratar de la misma materia. En fin, con la Geometría, pretendía demostrar que había encontrado varias cosas que habían sido desconocidas hasta entonces, y dar así oportunidad de creer que se pueden descubrir todavía muchas más, a fin de estimular de este modo a todos los hombres en la búsqueda de la verdad. Desde entonces, previendo la dificultad que tendrían varios para concebir los fundamentos de la metafísica, intenté explicar sus principales puntos en un libro de Meditaciones que no es muy extenso, pero cuyo volumen ha sido incrementado y la materia muy aclarada por las objeciones que acerca de él me mandaron muchas personas muy doctas, y mediante las respuestas que les hice. Y en fin, cuando juzgué que estos tratados anteriores habían preparado suficientemente el espíritu de los lectores para recibir los Principios de la Filosofía, los he publicado también y dividí este libro en cuatro partes, de las cuales la primera contiene los principios del conocimiento y se puede llamar la filosofía primera, o bien la metafísica: razón por la cual, a fin de entenderla bien, es pertinente leer antes las Meditaciones que escribí sobre el mismo tema. Las otras tres partes contienen todo lo que hay de más general en la física, a saber, la explicación de las primeras leyes o principios de la naturaleza y del modo en que están compuestos los cielos, las estrellas fijas, los planetas, los cometas y el universo en general; después, en particular (la explicación) de la naturaleza de esta tierra y del aire, del agua, del fuego, del imán que componen los cuerpos que puede uno encontrar más comúnmente por todas partes alrededor de ella, y la de todas las cualidades que se advierten en estos cuerpos, tales como la luz, el calor, el peso, y otras semejantes; y mediante esto, pienso haber empezado a explicar toda la filosofía en orden, sin haber omitido ninguna de las cosas que deben explicarse antes de las últimas que he descrito.

 Pero para llevar a cabo este propósito hasta el fin, debería explicar en seguida y de un modo semejante, la naturaleza de cada uno de los demás cuerpos más particulares que encontramos sobre la tierra, a saber, de los minerales, de las plantas, de los animales y principalmente del hombre; y luego por fin, tratar con exactitud de la medicina, de la moral, y de la mecánica. Esto es lo que sería menester que hiciese para dar a los hombres un cuerpo completo de filosofía; y no me siento todavía demasiado viejo, no desconfío tanto de mis fuerzas, no me encuentro tan lejos del conocimiento de lo que queda, como para no atreverme a emprender la realización de este propósito si es que tuviera las facilidades para hacer todos los experimentos que me fueran necesarios para respaldar y justificar mis razonamientos. Pero al ver que requerirían éstos grandes gastos a los cuales no puede un particular como yo hacer frente, a menos que estuviera ayudado por el público, y dándome cuenta de que no debo esperar esta ayuda, creo que es mi deber, de aquí en adelante, contentarme con estudiar para mi propia instrucción; y creo que la posteridad me disculpará si en el futuro y desde ahora, dejo de obrar por ella. 

 A fin, sin embargo, de que se pueda ver en qué pienso haberle sido útil ya, diré aquí cuáles son los frutos que, estoy persuadido, se pueden recoger de mis Principios. El primero es la satisfacción que se tendrá al encontrar en ellos varias verdades hasta ahora desconocidas; pues aun cuando la verdad no impacta tanto a la imaginación como lo hacen las falsedades y los artificios, por parecer ésa menos admirable y más simple, sin embargo, la satisfacción que nos da es siempre más duradera y más sólida. El segundo fruto es que, al estudiar estos principios, se acostumbrará uno poco a poco a juzgar mejor acerca de todas las cosas que se encuentran, y así, a ser más sabios, en lo cual tendrán un efecto contrario al de la filosofía común; en efecto, se puede con facilidad advertir en aquellos a los que llamamos pedantes, que ésta los vuelve menos capaces de dar razón de lo que lo harían si no la hubiesen aprendido jamás. El tercero es que las verdades que ellos contienen, por ser muy claras y muy ciertas, quitarán todo motivo de disputa y así predispondrán los espíritus a la dulzura y a la concordia; y no como las controversias de la escuela, las cuales, volviendo a aquellos que las aprenden insensiblemente más puntillosos y más testarudos, son tal vez la primera causa de las herejías y de las disensiones que actúan hoy en el mundo. El último y principal fruto de estos principios es que se podrá, cultivándolos, descubrir varias verdades que no he explicado y así, pasando poco a poco de las unas a las otras, descubrir con el tiempo un perfecto conocimiento de toda la filosofía así como elevarse al grado más alto de la sabiduría. En efecto, así como vemos en todas las artes que, si bien son al comienzo toscas e imperfectas, se perfeccionan sin embargo poco a poco con el uso porque contienen algo verdadero cuyo efecto muestra la experiencia, así también, cuando se dispone en filosofía de verdaderos principios, no se puede evitar, al seguirlos, encontrar ocasionalmente otras verdades; y no se podría probar mejor la falsedad de los principios de Aristóteles, sino diciendo que no se ha podido por medio de ellos hacer progreso alguno en los varios siglos en que se les ha seguido.

 Sé muy bien que hay espíritus que se apresuran tanto y hacen uso tan escaso de la circunspección en lo que hacen, que aun teniendo fundamentos muy sólidos, no podrían edificar nada seguro; y por ser aquéllos los que suelen ser los más prestos en producir libros, podrían en poco tiempo deteriorar todo lo que hice, e introducir la incertidumbre y la duda en mi manera de filosofar (razón por la cual traté cuidadosamente de desterrarlos) en caso de que se acogieren sus escritos como míos o como llenos de mis opiniones. Tuve hace poco una experiencia tal con uno de esos del cual se creyó plenamente que me quería seguir e incluso acerca del cual había escrito en algún lugar "que confiaba yo tanto en su espíritu, que no creía que tuviese él ninguna opinión que no quisiere yo reconocer como mía"; en efecto, publicó el año pasado un libro titulado Fundamenta physicae en donde, si bien no parece haber puesto, respecto de la física y de la medicina, nada que no haya sacado de mis escritos, tanto de los que publiqué como de otro todavía por acabar acerca de la naturaleza de los animales y que le lIegó a las manos; pero, a causa de una mala transcripción, y por cambiar el orden y negar algunas verdades de metafísica sobre las cuales se debe apoyar toda la física, me veo obligado a condenarlo por completo, e invitar aquí a los lectores a que no me atribuyan jamás opinión alguna si no la encuentran expresamente en mis escritos, y que no reciban ninguna como verdadera ni en mis escritos, ni en otra parte si no la ven muy claramente deducida de los verdaderos principios.

 Sé muy bien incluso, que podrán pasar varios siglos antes de que se hayan así deducido de estos principios todas las verdades que de ellos se pueden deducir, y esto porque la mayoría de las que quedan por encontrar dependen de algunos experimentos particulares que no se encontrarán jamás por azar, sino que deben ser buscados con cuidado y muchos gastos por hombres muy inteligentes; y porque sucederá difícilmente que sean los mismos que tienen la destreza para bien usarlos, los que tengan la capacidad de hacerlos; y también porque la mayoría de los mejores espíritus, a causa de los defectos que advirtieron en aquella que ha estado hasta hoy en uso, se forjaron tan mala opinión de toda la filosofía, que no se podrán aplicar a buscar otra mejor. Pero si por fin, la diferencia que advertirán entre estos principios y todos los de los demás, la gran cadena de verdades que de ellos se pueden deducir, les hace conocer cuán importante es el seguir la búsqueda de estas verdades y hasta qué grado de sabiduría, hasta cuál perfección de vida y cuál felicidad les pueden conducir, me atrevo a creer que no habrá ninguno que no procure emplearse en un estudio tan provechoso, o que al menos no favorezca y quiera ayudar con todas sus fuerzas a aquellos que en él se emplearán de manera fructífera. Espero que nuestros sobrinos vean su éxito; etcétera."

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René Descartes"Les Principes de la Philosophie"
Écrits en Latin
et traduits en François par un de ses amis
À l'imprimerie de Pierre Des-Hayes
et se vendent
Chez Henry Le Gras. Paris
1647
Lettre-préface de l'édition française:
"Monsieur. La version que vous avez pris la peine de faire de mes Principes..."

 Monsieur,
 La version que vous avez pris la peine de faire de mes Principes est si nette et si accomplie, qu’elle me fait espérer qu’ils seront lus par plus de personnes en français qu’en latin, et qu’ils seront mieux entendus. J’appréhende seulement que le titre n’en rebute plusieurs qui n’ont point été nourris aux lettres, ou bien qui ont mauvaise opinion de la philosophie : à cause que celle qu’on leur a enseignée ne les a pas contentés ; et cela me fait croire qu’il serait bon d’y ajouter une préface qui leur déclarât quel est le sujet du livre, quel dessein j’ai eu en l’écrivant, et quelle utilité on en peut tirer. Mais encore que ce serait à moi de faire cette préface, à cause que je dois savoir ces choses-là mieux qu’aucun autre, je ne puis rien obtenir de moi-même sinon que je mettrai ici en [2] abrégé les principaux points qui me semblent y devoir être traités ; et je laisse à votre discrétion d’en faire telle part au public que vous jugerez être à propos.

 J’aurais voulu premièrement y expliquer ce que c’est que la philosophie, en commençant par les choses les plus vulgaires, comme sont : que ce mot philosophie signifie l’étude de la sagesse, et que par la sagesse on n’entend pas seulement la prudence dans les affaires, mais une parfaite connaissance de toutes les choses que l’homme peut savoir, tant pour la conduite de sa vie que pour la conservation de sa santé et l’invention de tous les arts ; et qu’afin que cette connaissance soit telle, il est nécessaire qu’elle soit déduite des premières causes, en sorte que pour étudier à l’acquérir, ce qui se nomme proprement philosopher, il faut commencer par la recherche de ces premières causes, c’est-à-dire des principes ; et que ces principes doivent avoir deux conditions : l’une, qu’ils soient si clairs et si évidents que l’esprit humain ne puisse douter de leur vérité, lorsqu’il s’applique avec attention à les considérer ; l’autre, que ce soit d’eux que dépende la connaissance des autres choses, en sorte qu’ils puissent être connus sans elles, mais non pas réciproquement elles sans eux ; et qu’après cela il faut tâcher de déduire tellement de ces principes la connaissance des choses qui en dépendent, qu’il n’y ait rien en toute la suite des déductions qu’on en fait qui ne soit très manifeste. Il n’y a véritablement que Dieu seul qui soit parfaitement sage, c’est-à-dire qui ait l’entière connaissance [3] de la vérité de toutes choses ; mais on peut dire que les hommes ont plus ou moins de sagesse à raison de ce qu’ils ont plus ou moins de connaissance des vérités plus importantes. Et je crois qu’il n’y a rien en ceci dont tous les doctes ne demeurent d’accord.

 J’aurais ensuite fait considérer l’utilité de cette philosophie, et montré que, puisqu’elle s’étend à tout ce que l’esprit humain peut savoir, on doit croire que c’est elle seule qui nous distingue des plus sauvages et barbares, et que chaque nation est d’autant plus civilisée et polie que les hommes y philosophent mieux ; et ainsi que c’est le plus grand bien qui puisse être en un État que d’avoir de vrais philosophes. Et outre cela que, pour chaque homme en particulier, il n’est pas seulement utile de vivre avec ceux qui s’appliquent à cette étude, mais qu’il est incomparablement meilleur de s’y appliquer soi-même ; comme sans doute il vaut beaucoup mieux se servir de ses propres yeux pour se conduire, et jouir par même moyen de la beauté des couleurs et de la lumière, que non pas de les avoir fermés et suivre la conduite d’un autre ; mais ce dernier est encore meilleur que de les tenir fermés et n’avoir que soi pour se conduire. C’est proprement avoir les yeux fermés, sans tâcher jamais de les ouvrir, que de vivre sans philosopher ; et le plaisir de voir toutes les choses que notre vue découvre n’est point comparable à la satisfaction que donne la connaissance de celles qu’on trouve par la philosophie ; et, enfin, cette étude est plus nécessaire
pour régler nos mœurs et nous conduire en cette vie, que n’est l’usage de nos yeux [4] pour guider nos pas. Les bêtes brutes, qui n’ont que leur corps à conserver, s’occupent continuellement à chercher de quoi le nourrir ; mais les hommes, dont la principale partie est l’esprit, devraient employer leurs principaux soins à la recherche de la sagesse, qui en est la vraie nourriture ; et je m’assure aussi qu’il y en a plusieurs qui n’y manqueraient pas, s’ils avaient espérance d’y réussir, et qu’ils sussent combien ils en sont capables. Il n’y a point d’âme tant soit peu noble qui demeure si fort attachée aux objets des sens qu’elle ne s’en détourne quelquefois
pour souhaiter quelque autre plus grand bien, nonobstant qu’elle ignore souvent en quoi il consiste. Ceux que la fortune favorise le plus, qui ont abondance de santé, d’honneurs, de richesses, ne sont pas plus exempts de ce désir que les autres ; au contraire, je me persuade que ce sont eux qui soupirent avec le plus d’ardeur après un autre bien, plus souverain que tous ceux qu’ils possèdent. Or, ce souverain bien considéré par la raison naturelle sans la lumière de la foin’est autre chose que la connaissance de la vérité par ses premières causes, c’est-à-dire la sagessedont la philosophie est l’étude. Et, parce que toutes ces choses sont entièrement vraies, elles ne seraient pas difficiles à persuader si elles étaient bien déduites.
 
 Mais parce qu’on est empêché de les croire, par l’expérience qui montre que ceux qui font profession d’être philosophes sont souvent moins sages et moins raisonnables que d’autres qui ne se sont jamais appliqués à cette étude, j’aurais ici sommairement expliqué [5] en quoi consiste  toute la science qu’on a maintenant, et quels sont les degrés de sagesse auxquels on est par venu.
 Le premier ne contient que des notions qui sont si claires d’elles-mêmes qu’on les peut acquérir sans méditation ; le second comprend tout ce que l’expérience des sens fait connaître ; le troisième, ce que la conversation des autres hommes nous enseigne ; à quoi l’on peut ajouter, pour le quatrième, la lecture, non de tous les livres, mais particulièrement de ceux qui ont été écrits par des personnes capables de nous donner de bonnes instructions, car c’est une espèce de conversation que nous avons avec leurs auteurs. Et il me semble que toute la sagesse qu’on a coutume d’avoir n’est acquise que par ces quatre moyens ; car je ne mets point ici en rang la révélation divine, parce qu’elle ne nous conduit pas par degrés, mais nous élève tout d’un coup à une croyance infaillible.

 Or, il y a eu de tout temps de grands hommes qui ont tâché de trouver un cinquième degré pour parvenir à la sagesse, incomparablement plus haut et plus assuré que les quatre autres ; c’est de chercher les premières causes et les vrais principes dont on puisse déduire les raisons de tout ce qu’on est capable de savoir ; et ce sont particulièrement ceux qui ont travaillé à cela qu’on a nommés philosophes
 Toutefois je ne sache point qu’il y en ait eu jusqu’à présent à qui ce dessein ait réussi. Les premiers et les principaux dont nous ayons les écrits sont Platon et Aristote, entre lesquels il n y a eu autre différence sinon que le premier, suivant les traces de son maître Socrate, a ingénument confessé qu’il [6] n’avait encore rien pu trouver de certain, et s’est contenté d’écrire les choses qui lui ont semblé être vraisemblables, imaginant à cet effet quelques principes par lesquels il tâchait de rendre raison des autres choses : au lieu qu’Aristote a eu moins de franchise ; et bien qu’il eût été vingt ans son disciple, et n’eût point d’autres principes que les siens, il a entièrement changé la façon de les débiter, et les a proposés comme vrais et assurés, quoiqu’il n’y ait aucune apparence qu’il les ait jamais estimés tels. Or, ces deux hommes avaient beaucoup
d’esprit et beaucoup de la sagesse qui s’acquiert par les quatre moyens précédents, ce qui leur donnait beaucoup d’autorité ; en sorte que ceux qui vinrent après eux s’arrêtèrent plus à suivre leurs opinions qu’à chercher quelque chose de meilleur ; et la principale dispute que leurs disciples eurent entre eux, fut pour savoir si on devait mettre toutes choses en doute, ou bien s’il y en avait quelques-unes qui fussent certaines ; ce qui les porta de part et d’autre à des erreurs
extravagantes ; car quelques-uns de ceux qui étaient pour le doute l’étendaient même jusques aux actions de la vie, en sorte qu’ils négligeaient d’user de prudence pour se conduire ; et ceux qui maintenaient la certitude, supposant qu’elle devait dépendre des sens, se fiaient entièrement à eux, jusque-là qu’on dit qu’Epicure osait assurer, contre tous les raisonnements des astronomes, que le soleil n’est pas plus grand qu’il paraît.

 C’est un défaut qu’on peut remarquer en la plupart des disputes, que la vérité étant moyenne entre les deux opinions qu’on [7] soutient, chacun s’en éloigne d’autant plus qu’il a plus d’affection à contredire. Mais l’erreur de ceux qui penchaient trop du côté du doute ne fut pas longtemps suivie, et celle des autres a été quelque peu corrigée, en ce qu’on a reconnu que les sens nous trompent en beaucoup de choses. Toutefois je ne sache point qu’on l’ait entièrement ôtée en faisant voir que la certitude n’est pas dans le sens, mais dans l’entendement seul lorsqu’il a des perceptions évidentes ; et que pendant qu’on n’a que les connaissances qui s’acquièrent par les quatre premiers degrés de sagesse, on ne doit pas douter des choses qui semblent vraies en ce qui regarde la conduite de la vie ; mais qu’on ne doit pas aussi les estimer si certaines qu’on ne puisse changer d’avis lorsqu’on y est obligé par l’évidence de quelque raison. Faute d’avoir connu
cette vérité, ou bien, s’il y en a qui l’ont connue, faute de s’en être servis, la plupart de ceux de ces derniers siècles qui ont voulu être philosophes ont suivi aveuglément Aristote ; en sorte qu’il ont souvent corrompu le sens de ses écrits, en lui attribuant diverses opinions qu’il ne reconnaîtrait pas être siennes s’il revenait en ce monde ; et ceux qui ne l’ont pas suivi, du nombre desquels ont été plusieurs des meilleurs esprits, n’ont pas laissé d’avoir été imbus de ses opinions en leur jeunesse, parce que ce sont les seules qu’on enseigne dans les écoles, ce qui les a tellement préoccupés qu’ils n’ont pu parvenir à la connaissance des vrais principes. Et bien que je les estime tous, et que je ne veuille pas me rendre odieux en les reprenant, je puis donner une preuve de mon dire [8] (que je ne crois pas qu’aucun d’eux désavoue), qui est qu’ils ont tous supposé pour principe quelque chose qu’ils n’ont point parfaitement connue. Par exemple, je n’en sache aucun
qui n’ait supposé la pesanteur dans les corps terrestres ; mais encore que l’expérience nous montre bien clairement que les corps qu’on nomme pesants descendent vers le centre de la terre, nous ne connaissons point pour cela quelle est la nature de ce qu’on nomme pesanteur, c’est-àdire de la cause ou du principe qui les fait ainsi descendre, et nous le devons apprendre d’ailleurs. On peut dire le même du vide et des atomes, et du chaud et du froid, du sec, de l’humide, et du
sel, du soufre et du mercure, et de toutes les choses semblables que quelques-uns ont supposées pour leurs principes. Or, toutes les conclusions que l’on déduit d’un principe qui n’est point évident, ne peuvent aussi être évidentes, encore qu’elles en seraient déduites évidemment ; d’où il suit que tous les raisonnements qu’ils ont appuyés sur de tels principes n’ont pu leur donner la connaissance certaine d’aucune chose, ni par conséquent les faire avancer d’un pas en la recherche de la sagesse. Et s’ils ont trouvé quelque chose de vrai, ce n’a été que par quelques-uns
des quatre moyens ci-dessus déduits. Toutefois, je ne veux rien diminuer de l’honneur que chacun d’eux peut prétendre ; je suis seulement obligé de dire, pour la consolation de ceux qui n’ont point étudié, que tout de même qu’en voyageant, pendant qu’on tourne le dos au lieu où l’on veut aller, on s’en éloigne d’autant [9] plus qu’on marche plus longtemps et plus vite, en sorte que, bien qu’on soit mis par après dans le droit chemin, on ne peut pas y arriver sitôt que si on n’avait point marché auparavant ; ainsi, lorsqu’on a de mauvais principes, d’autant qu’on les cultive davantage et qu’on s’applique avec plus de soin à en tirer diverses conséquences, pensant que ce soit bien philosopher, d’autant s’éloigne-t-on davantage de la connaissance de la vérité et de la sagesse : d’où il faut conclure que ceux qui ont le moins appris de tout ce qui a été nommé jusques ici philosophie sont les plus capables d’apprendre la vraie.

 Après avoir bien fait entendre ces choses, j’aurais voulu mettre ici les raisons qui servent à prouver que les vrais principes par lesquels on peut parvenir à ce plus haut degré de sagesseauquel consiste le souverain bien de la vie humaine, sont ceux que j’ai mis en ce livre ; et deux
seules sont suffisantes à cela, dont la première est qu’ils sont très clairs ; et la seconde, qu’on en peut déduire toutes les autres choses ; car il n’y a que ces deux conditions qui soient requises en eux. Or, je prouve aisément qu’ils sont très clairs : premièrement, par la façon dont je les ai trouvés, à savoir, en rejetant toutes les choses auxquelles je pouvais rencontrer la moindre occasion de douter ; car il est certain que celles qui n’ont pu en cette façon être rejetées, lorsqu’on s’est appliqué à les considérer, sont les plus évidentes et les plus claires que l’esprit humain puisse connaître. Ainsi, en considérant que celui qui veut douter de tout ne peut toutefois douter qu’il
ne soit pendant qu’il doute, et que ce [10] qui raisonne ainsi, en ne pouvant douter de soi-même et doutant néanmoins de tout le reste, n’est pas ce que nous disons être notre corps, mais ce que nous appelons notre âme ou notre pensée, j’ai pris l’être ou l’existence de cette pensée pour le premier principe, duquel j’ai déduit très clairement les suivants, à savoir qu’il y a un Dieu qui est auteur de tout ce qui est au monde, et qui, étant la source de toute vérité, n’a point créé notre entendement de telle nature qu’il se puisse tromper au jugement qu’il fait des choses dont il a une perception fort claire et fort distincte. Ce sont là tous les principes dont je me sers touchant les choses immatérielles ou métaphysiques, desquels je déduis très clairement ceux des choses corporelles ou physiques, à savoir, qu’il y a des corps étendus en longueur, largeur et profondeurqui ont diverses figures et se meuvent en diverses façons. Voilà, en somme tous les principes dont je déduis la vérité des autres choses. L’autre raison qui prouve la clarté de ces principes est qu’ils ont été connus de tout temps, et même reçus pour vrais et indubitables par tous les hommes, excepté seulement l’existence de Dieu, qui a été mise en doute par quelques-uns à cause qu’ils ont trop attribué aux perceptions des sens, et que Dieu ne peut être vu ni touché.

 Mais encore que toutes les vérités que je mets entre mes principes aient été connues de tout temps de tout le monde, il n’y a toutefois eu personne jusqu’à présent, que je sache, qui les ait reconnues pour les principes de la philosophie, c’est-à-dire pour telles qu’on en peut [11] déduire la connaissance de toutes les autres choses qui sont au monde : c’est pourquoi il me reste ici à  prouver qu’elles sont telles ; et il me semble ne le pouvoir mieux qu’en le faisant voir par expérience, c’est-à-dire en conviant les lecteurs à lire ce livre. Car encore que je n’y aie pas traité de toutes choses, et que cela soit impossible, je pense avoir tellement expliqué toutes celles dont j’ai eu occasion de traiter, que ceux qui les liront avec attention auront sujet de se persuader qu’il n’est pas besoin de chercher d’autres principes que ceux que j’ai donnés pour parvenir à toutes les plus hautes connaissances dont l’esprit humain soit capable ; principalement si, après avoir lu mes écrits, ils prennent la peine de considérer combien de diverses questions y sont expliquées, et que, parcourant aussi ceux des autres, ils voient combien peu de raisons vraisemblables on a pu donner pour expliquer les mêmes questions par des principes différents des miens. Et, afin qu’ils entreprennent cela plus aisément, j’aurais pu leur dire que ceux qui sont imbus de mes opinions ont beaucoup moins de peine à entendre les écrits des autres et à en connaître la juste valeur queceux qui n’en sont point imbus ; tout au contraire de ce que j’ai tantôt dit de ceux qui ont commencé par l’ancienne philosophie, que d’autant qu’ils y ont plus étudié, d’autant ils ont coutume d’être moins propres à bien apprendre la vraie.
 
 J’aurais aussi ajouté un mot d’avis touchant la façon de lire ce livre, qui est que je voudrais qu’on le parcourût d’abord tout entier ainsi qu’un roman, sans [12] forcer beaucoup son attention ni s’arrêter aux difficultés qu’on y peut rencontrer, afin seulement de savoir en gros quelles sont les matières dont j’ai traité ; et qu’après cela, si on trouve qu’elles méritent d’être examinées et qu’on ait la curiosité d’en connaître les causes, on le peut lire une seconde fois pour remarquer la suite de mes raisons ; mais qu’il ne se faut pas derechef rebuter si on ne la peut assez connaître partout, ou qu’on ne les entende pas toutes ; il faut seulement marquer d’un trait de plume les lieux où l’on trouvera de la difficulté et continuer de lire sans interruption jusqu’à la fin ; puis, si on reprend le livre pour la troisième fois, j’ose croire qu’on y trouvera la solution de la plupart des difficultés qu’on aura marquées auparavant, et que s’il en reste encore quelques-unes, on en trouvera enfin la solution en relisant.

 J’ai pris garde, en examinant le naturel de plusieurs esprits, qu’il n’y en a presque point de si grossiers ni de si tardifs qu’ils ne fussent capables d’entrer dans les bons sentiments et même d’acquérir toutes les plus hautes sciences, s’ils étaient conduits comme il faut. Et cela peut aussi être prouvé par raison : car, puisque les principes sont clairs et qu’on n’en doit rien déduire que par des raisonnements très évidents, on a toujours assez d’esprit pour entendre les choses qui en dépendent. Mais, outre l’empêchement des préjugés, dont aucun n’est entièrement exempt, bien que ce sont ceux qui ont le plus étudié les mauvaises sciences auxquels ils nuisent le plus, il arrive presque toujours que ceux qui ont l’esprit [13] modéré négligent d’étudier, parce qu’ils n’en pensent pas être capables, et que les autres qui sont plus ardents se hâtent trop, d’où vient qu’ils reçoivent souvent des principes qui ne sont pas évidents, et qu’ils en tirent des conséquences incertaines. C’est pourquoi je voudrais assurer ceux qui se défient trop de leurs forces qu’il n’y a aucune chose en mes écrits qu’ils ne puissent entièrement entendre s’ils prennent la peine de les examiner ; et néanmoins aussi avertir les autres que même les plus excellents esprits auront besoin de beaucoup de temps et d’attention pour remarquer toutes les choses que j’ai eu dessein d’y comprendre.

 En suite de quoi, pour faire bien concevoir quel but j’ai eu en les publiant, je voudrais ici expliquer l’ordre qu’il me semble qu’on doit tenir pour s’instruire. Premièrement, un homme qui n’a encore que la connaissance vulgaire et imparfaite que l’on peut acquérir par les quatre moyens ci-dessus expliqués doit, avant tout, tâcher de se former une morale qui puisse suffire pour régler les actions de sa vie, à cause que cela ne souffre point de délai, et que nous devons surtout tâcher de bien vivre. Après cela, il doit aussi étudier la logique, non pas celle de l’École, car elle n’est, à proprement parler, qu’une dialectique qui enseigne les moyens de faire entendre à autrui les choses qu’on sait, ou même aussi de dire sans jugement plusieurs paroles touchant celles qu’on ne sait pas, et ainsi elle corrompt le bon sens plutôt qu’elle ne l’augmente ; mais celle qui apprend à bien conduire [14] sa raison pour découvrir les vérités qu’on ignore ; et, parce qu’elle dépend beaucoup de l’usage, il est bon qu’il s’exerce longtemps à en pratiquer les règles touchant des questions faciles et simples, comme sont celles des mathématiques. Puis, lorsqu’il s’est acquis quelque habitude à trouver la vérité en ces questions, il doit commencer tout de bon à s’appliquer à la vraie philosophie, dont la première partie est la métaphysique, qui contient les principes de la connaissance, entre lesquels est l’explication des principaux attributs de Dieu, de l’immatérialité de nos âmes, et de toutes les notions claires et simples qui sont en nous. La seconde est la physique, en laquelle, après avoir trouvé les vrais principes des choses matérielles, on examine en général comment tout l’univers est composé ; puis en particulier quelle est la nature de cette terre et de tous les corps qui se trouvent le plus communément autour d’elle, comme de l’air, de l’eau, du feu, de l’aimant et des autres minéraux. En suite de quoi il est besoin aussi d’examiner en particulier la nature des plantes, celle des animaux, et surtout celle de l’homme, afin qu’on soit capable par après de trouver les autres sciences qui lui sont utiles. Ainsi toute la philosophie est comme un arbre, dont les racines sont la métaphysique, le tronc est la physique, et les branches qui sortent de ce tronc sont toutes les autres sciences, qui se réduisent à trois principales, à savoir la médecine, la mécanique et la morale ; j’entends la plus haute et la plus parfaite morale, qui présupposant une entière connaissance des autres sciences, est le dernier degré de la sagesse.

 [15] Or, comme ce n’est pas des racines ni du tronc des arbres qu’on cueille les fruits, mais seulement des extrémités de leurs branches, ainsi la principale utilité de la philosophie dépend de celles de ses parties qu’on ne peut apprendre que les dernières. Mais, bien que je les ignore presque toutes, le zèle que j’ai toujours eu pour tâcher de rendre service au public est cause que je fis imprimer, il y a dix ou douze ans, quelques essais des choses qu’il me semblait avoir apprises.
 La première partie de ces essais fut un Discours touchant la Méthode pour bien conduire sa raison et chercher la vérité dans les sciences, où je mis sommairement les principales règles de la logique et d’une morale imparfaite, qu’on peut suivre par provision pendant qu’on n’en sait point encore de meilleure. Les autres parties furent trois traités : l’un de la Dioptrique, l’autre des Météores, et le dernier de la Géométrie. Par la Dioptrique, j’eus dessein de faire voir qu’on pouvait aller assez avant en la philosophie pour arriver par son moyen jusques à la connaissance des arts qui sont utiles à la vie, à cause que l’invention des lunettes d’approche, que j’y expliquais, est l’une des plus difficiles qui aient jamais été cherchées. Par les Météores, je désirais qu’on reconnût la différence qui est entre la philosophie que je cultive et celle qu’on enseigne dans les écoles où l’on a coutume de traiter de la même matière . Enfin, par la Géométrie, je prétendais démontrer que j’avais trouvé plusieurs choses qui ont été ci-devant ignorées, et ainsi donner occasion de croire qu’on en peut découvrir encore plusieurs autres, afin d’inciter par ce moyen tous les [16] hommes à la recherche de la vérité. Depuis ce temps-là, prévoyant la difficulté que plusieurs auraient à concevoir les fondements de la métaphysique, j’ai tâché d’en expliquer les principaux points dans un livre de Méditations qui n’est pas bien grand, mais dont le volume a été grossi et la matière beaucoup éclaircie par les objections que plusieurs personnes très doctes m’ont envoyées à leur sujet, et par les réponses que je leur ai faites. Puis enfin, lorsqu’il m’a semblé que ces traités précédents avaient assez préparé l’esprit des lecteurs à recevoir les Principes de la Philosophie, je les ai aussi publiés ; et j’en ai divisé le livre en quatre parties, dont la première contient les principes de la connaissance, qui est ce qu’on peut nommer la première philosophie ou bien la métaphysique : c’est pourquoi, afin de la bien entendre, il est à propos de lire auparavant les Méditations que j’ai écrites sur le même sujet. Les trois autres parties contiennent tout ce qu’il y a de plus général en la physique, à savoir l’explication des premières lois ou des principes de la nature, et la façon dont les cieux, les étoiles fixes, les planètes, les comètes, et généralement tout l’univers est composé ; puis en particulier la nature de cette terre, et de l’air, de l’eau, du feu, de l’aimant, qui sont les corps qu’on peut trouver le plus communément partout autour d’elle, et de toutes les qualités qu’on remarque en ces corps, comme sont la lumière, la chaleur, la pesanteur, et semblables ; au moyen de quoi je pense avoir commencé à expliquer toute la philosophie par ordre, sans avoir omis aucune des choses qui doivent [17] précéder les dernières dont j’ai écrit.

 Mais, afin de conduire ce dessein jusqu’à sa fin, je devrais ci-après expliquer en même façon la nature de chacun des autres corps plus particuliers qui sont sur la terre, à savoir des minéraux, des plantes, des animaux, et principalement de l’homme ; puis enfin traiter exactement de la médecine, de la morale et des mécaniques. C’est ce qu’il faudrait que je fisse pour donner aux hommes un corps de philosophie tout entier ; et je ne me sens point encore si vieil, je ne me défie point tant de mes forces, je ne me trouve pas si éloigné de la connaissance de ce qui reste, que je n’osasse entreprendre d’achever ce dessein si j’avais la commodité de faire toutes les expériences dont j’aurais besoin pour appuyer et justifier mes raisonnements. Mais voyant qu’il faudrait pour cela de grandes dépenses auxquelles un particulier comme moi ne saurait suffire s’il n’était aidé par le public, et ne voyant pas que je doive attendre cette aide, je crois devoir dorénavant me contenter d’étudier pour mon instruction particulière, et que la postérité m’excusera si je manque à travailler désormais pour elle.

 Cependant, afin qu’on puisse voir en quoi je pense lui avoir déjà servi, je dirai ici quels sont les fruits que je me persuade qu’on peut tirer de mes principes. Le premier est la satisfaction qu’on aura d’y trouver plusieurs vérités qui ont été ci-devant ignorées ; car, bien que souvent la vérité ne touche pas tant notre imagination que font les faussetés et les feintes, à cause qu’elle paraît moins admirable et plus simple, toutefois le contentement qu’elle donne est toujours [18] plus durable et plus solide. Le second fruit est qu’en étudiant ces principes on s’accoutumera peu à peu à mieux juger de toutes les choses qui se rencontrent, et ainsi à être plus sage : en quoi ils auront un effet contraire à celui de la philosophie commune ; car on peut aisément remarquer en ceux qu’on appelle pédants qu’elle les rend moins capables de raison qu’ils ne seraient s’ils ne l’avaient jamais apprise. Le troisième est que les vérités qu’ils contiennent, étant très claires et très certaines, ôteront tous sujets de dispute, et ainsi disposeront les esprits à la douceur et à la concorde : tout au contraire des controverses de l’École, qui, rendant insensiblement ceux qui les apprennent plus pointilleux et plus opiniâtres, sont peut-être la première cause des hérésies et des dissensions qui travaillent maintenant le monde. Le dernier et le principal fruit de ces principes est qu’on pourra, en les cultivant, découvrir plusieurs vérités que je n’ai point expliquées ; et ainsi, passant peu à peu des unes aux autres, acquérir avec le temps une parfaite connaissance de toute la philosophie et monter au plus haut degré de la sagesse. Car comme on voit en tous les arts que, bien qu’ils soient au commencement rudes et imparfaits, toutefois, à cause qu’ils contiennent quelque chose de vrai et dont l’expérience montre l’effet, ils se perfectionnent peu à peu par l’usage : ainsi, lorsqu’on a de vrais principes en philosophie, on ne peut manquer en les suivant de rencontrer parfois d’autres vérités ; et on ne saurait mieux prouver la fausseté de ceux d’Aristote, qu’en disant qu’on n’a su faire aucun progrès par leur [19] moyen depuis plusieurs siècles qu’on les a suivis.

 Je sais bien qu’il y a des esprits qui se hâtent tant et qui usent de si peu de circonspection en ce qu’ils font, que, même ayant des fondements bien solides, ils ne sauraient rien bâtir d’assuré ; et, parce que ce sont d’ordinaire ceux-là qui sont les plus prompts à faire des livres, ils pourraient en peu de temps gâter tout ce que j’ai fait, et introduire l’incertitude et le doute en ma façon de philosopher, d’où j’ai soigneusement tâché de les bannir, si on recevait leurs écrits comme miens ou comme remplis de mes opinions. J’en ai vu depuis peu l’expérience en l’un de ceux qu’on a le plus cru me vouloir suivre, et même duquel j’avais écrit en quelque endroit que je m’assurais tant sur son esprit, que je ne croyais pas qu’il eût aucune opinion que je ne voulusse bien avouer pour mienne : car il publia l’année passée un livre intitulé Fundamenta physicae, où, encore qu’il semble n’avoir rien mis touchant la physique et la médecine qu’il n’ait tiré de mes écrits, tant de ceux que j’ai publiés que d’un autre encore imparfait touchant la nature des animaux, qui lui est tombé entre les mains ; toutefois, à cause qu’il a mal transcrit et changé l’ordre, et nié quelques vérités de métaphysique, sur qui toute la physique doit être appuyée, je suis obligé de le désavouer entièrement, et de prier ici les lecteurs [20] qu’ils ne m’attribuent jamais aucune opinion s’ils ne la trouvent expressément en mes écrits, et qu’ils n’en reçoivent aucune pour vraie, ni dans mes écrits, ni ailleurs, s’ils ne la voient très clairement être déduite des vrais principes.

 Je sais bien aussi qu’il pourra se passer plusieurs siècles avant qu’on ait ainsi déduit de ces principes toutes les vérités qu’on en peut déduire, parce que la plupart de celles qui restent à trouver dépendent de quelques expériences particulières qui ne se rencontreront jamais par hasard, mais doivent être cherchées avec soin et dépense par des hommes fort intelligents, et parce qu’il arrivera difficilement que les mêmes qui auront l’adresse de s’en bien servir aient le pouvoir de les faire, et aussi parce que la plupart des meilleurs esprits ont conçu une si mauvaise opinion de toute la philosophie, à cause des défauts qu’ils ont remarqués en celle qui a été jusques à présent en usage, qu’ils ne pourront pas s’appliquer à en chercher une meilleure.

 Mais si, enfin, la différence qu’ils verront entre ces principes et tous ceux des autres, et la grande suite des vérités qu’on en peut déduire, leur fait connaître combien il est important de continuer en la recherche de ces vérités, et jusques à quel degré de sagesse, à quelle perfection de vie, à quelle félicité elles peuvent conduire, j’ose croire qu’il n’y en aura aucun qui ne tâche de s’employer à une étude si profitable, ou du moins qui ne favorise et veuille aider de tout son pouvoir ceux qui s’y emploieront avec fruit. Je souhaite que nos neveux en voient le succès, etc.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Aquí está todo el pensamiento nuclear de Descartes

Unknown dijo...

Nuestros estudiantes valorarán esta pieza tan valiosa del pensamiento humano

Anónimo dijo...

Un texto muy importante y muy claro. Qué grande es Descartes