El Contrafilósofo
Francisco Huertas Hernández. 1992
Córdoba, 16 de julio de 1992
Las categorías que utilizamos habitualmente pertenecen a ese reino de lo muerto que comporta toda clasificación, ya que clasificar es descalificar, reducir a identidad lo que es diferente. Sometimiento de la vida a la lógica. La idea de categoría presupone una comprensión del mundo -parcelado posteriormente- en/dentro de una estructura lógica. Pero la lógica se organiza en torno al principio de identidad y/o de no-contradicción, y lo que vive deviene, deja de ser igual a sí mismo, y es en relación al conjunto del que depende y que le permite definirse por oposición a él.
Además del fracaso de las categorías aristotélicas, y, sobre todo, kantianas, fue la vida lo que zozobró a orillas del Guadalquivir, río embrujado y fatal. Zozobró en los encuentros del género humano. Zozobró en la conjunción de lo gratuito y lo absurdo, del egoísmo y la estupidez. El naufragio de la esperanza de una acción comunicativa. Si el sujeto, pobre hespectador hactivo (ahí está el problema) -que era yo-, sujeto de la relación emocional de la comprensión del mundo, quería ocultar su temblor, su extrañamiento, ya tenemos las claves del fracaso del discurso: del fracaso de la/mi vida.
No era Córdoba, ciudad sin duda mágica, la que estaba lejana y sola: era mi lejanía, mi soledad, acrecentadas en ese viaje a la nada. Entre jóvenes airados, contrafilósofos, ex-compañeros, paramilitares, indeseables pedantes, interinos decrépitos, divagadores inocuos, solitarios rencorosos, sombras del pasado, y figuras del coro de la tragedia, mis movimientos eran lentos, torpes, incongruentes. Toda mi figura emanaba un aura de negación, de imposibilidad. En unas horas asistí al derrumbe de las pocas piezas sonrientes del tablero de mi vida. Alfiles blancos, símbolos de una amistad antigua, cayeron pesadamente en el patio del “Luis de Góngora”. Rostros, discursos, intereses, cuerpos, vidas opuestas, ajenas a mí, a mi lejanía, a mi soledad. Pablo desgranó en esos versos, en ese solo verso, de Lorca, la verdad íntima y dolorosa de mi vida, que hizo del viaje a Córdoba una alegoría de sí misma, o acaso mi vida sea una simple alegoría del verso de Lorca.
Y para compendiar toda aquella disgregación, unos versos de Rafael Alberti:
“Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”
Disgregación: he ahí la palabra. Todo el mundo se disgregaba a mis ojos, a mi ser lejano y solo
Francisco Huertas Hernández
1992
1 comentario:
Un fragmento de mi Diario, "Entre la Filatelia y la Halterofilia". Córdoba y la lejanía... Los poetas lo captaron con más hondura que los filósofos...
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