viernes, 14 de julio de 2023

Diario de un Profesor de Filosofía (XXXII). Los espacios de la infancia. Francisco Huertas Hernández

Diario de un Profesor de Filosofía (XXXII)
Los espacios de la infancia
Francisco Huertas Hernández


Francisco Huertas Hernández
El Garbanzal
1967 o 1968

Francisco Huertas Hernández
El Garbanzal
1967 o 1968

Francisco Huertas Hernández
Colegio Santo Domingo de Guzmán (Dominicas)
Miguel de Unamuno, 9
34004 Palencia
Abril 2007
Aquí estudié Párvulos en 1969. El inicio

Los espacios de la infancia

¿Por qué las cosas de la infancia guardan
las estancias secretas de la Realidad?
¿Porque el ser existía, y no existía el tiempo
como si fuese siempre este acabar?

(Vuelve a latir mi corazón de niño.
Después de una carrera sofocada
me he tendido debajo del ciruelo,
y olvidado de todos, contemplo el llano, abajo,
y los naranjos quietos que llegan hasta el mar.
La mar está calmada y la tarde en silencio.
¿Quién me llama?
Mas súbita, una abeja,
que es zumbido del mundo,
ronda las ramas bajas, y acecho su Presencia.
Todo es igual a mí, todo es un mismo Dios,
sólo que en mí yo vivo,
y también en el mar, en el ciruelo abierto
o dentro del sosiego de su sombra,
en las alas sonoras de esta abeja,
en este goce ardiente que aplaca la fatiga.
Se mece vasto el sol en cipreses y casas
y va dorando el agua que corre por los huertos.
Han tocado mis ojos el esplendor del mundo.)

Alguien llega después, me toma de la mano
y me deja desnudo, entre sábanas frescas,
para que así penetre, con el sueño, la noche.
Estoy ahora acechando el caer de la lluvia.
Se abren grandes y negros los ojos en la Sombra.

A la tarde en el huerto sigue el mágico curso
del niño envuelto en lluvia (que golpea el balcón)
y el tacto de las sábanas.
Reconoce el cobijo
y el miedo de los ojos abiertos a la nada
que él puebla o que le pueblan.
Todo es un mismo Dios, y el niño lo comulga.

Todo es siempre presente,
pues todo se sucede y nada acaba.
No hay tiempo, sólo espacios.
Y todo allí vivía: el mundo descubierto
y el ser, aquel asombro.

¿Aún vive tanto amor?
Como un olor perdido, se presenta de súbito
para que lo retenga (mis ojos se humedecen),
llega su melodía, la quiero recobrar
y todo se me pierde.

Francisco Brines: "Los espacios de la infancia". "La última costa" (1995). "Entre dos nadas. Antología consultada". Ed. Renacimiento. Sevilla. 2017


 El editor (imaginario) me pide que cierre este libro ya, pues mi intención es darlo a la imprenta antes de jubilarme. Este capítulo XXXII corresponde a los años de servicio que he cumplido en la enseñanza secundaria. Aunque empecé mucho antes: hace casi treinta y cuatro.

 Y, ¿de qué puede hablar un jubilado sino de la infancia? De los días de escuela...

 No recuerdo mi primer día en la escuela. Pero, por las fotos, se ve que yo era un niño cabezón con flequillo. Ser nieto de la maestra, Doña Piedad, me marcaba. Tengo más recuerdos de las Dominicas, en Palencia. Desde el balcón mi madre veía un niño temeroso escondido detrás de la monja en el patio del colegio. Y de párvulos pasé a en Maristas. Allí sí recuerdo ese método innovador para aprender a sumar con barritas de madera (regletas Cuisenaire) de distinto color y longitud. Las conservé durante mucho tiempo. Tenía una "señorita" como profesora. Las tardes de Palencia eran otoñales y yo iba con mi amigo Adolfo, que vivía en mi edificio. Una difusa imagen de parar en la puerta del Cine Ortega -aunque debía ser el Avenida, que pillaba camino a casa- mirando los fotocromos acartonados de las películas, como en una secuencia famosa de François Truffaut, en "La nuit américaine" (1973), quedó grabada en la memoria porosa y aleatoria de la infancia

Regletas Cuisenaire
El profesor belga Georges Cuisenaire (1891-1975) las introdujo en 1945. Son un conjunto de paralelepípedos de distintos colores de sección cuadrada (de 1 x 1cm). Normalmente están hechas de madera. Cuisenaire era maestro de escuela primaria y publicó un manual sobre su uso en 1952, llamado "Los números en colores" ("Les nombres en couleur"). Las regletas sirven para la enseñanza de las matemáticas.
Para distinguir una regleta de otra, cada medida tiene un color diferente:
la regleta que representa el 1 siempre es blanca o sin pintar (en madera natural); la del 2 es roja; la del 3 es verde claro; la del 4 es rosa; la del 5 es amarilla; la del 6 es verde oscura; la del 7 es negra; la del 8 es marrón; la del 9 es azul; y la del 10 es naranja.
Con ellas aprendí a sumar y restar en el Colegio Marista Castilla de Palencia en 1969

"Vida y Color 2"
Álbum de cromos. 1969
Estaba en El Garbanzal. De hecho el álbum era de mi abuela

"Tele Banco Canción"
Colección de cromos de cantantes, actores y billetes de banco de todo el mundo
1970
10 de bastos: Marisol
Debía vivir en Medina del Campo cuando hice esta colección, que quedó muy incompleta

"África. El mundo a través de sus continentes"
Campaña cultural RAM. 1973
En Cervera hice esta colección

 Episodios dispersos de las muchas escuelas y lugares que recorrí en mi niñez, que alternan la brutalidad de la España franquista y los trocitos de cielo que se vislumbraban entre las páginas de los libros con su olor a nuevo y los cromos de Vida y ColorTele Banco Canción o África en la leche Ram.

 De la barbarie me viene a la memoria un suceso espantoso. Estábamos en 2º de EGB en la Escuela Nacional de Medina del Campo, allá por 1971, nuestro maestro había faltado, y nos vigilaba el de la clase de al lado, mientras hacíamos la tarea en el cuaderno. Junto a mí un niño... de unos 7 u 8 años... ¡¡¡fumaba un cigarrillo!!! De pronto una sombra enorme por detrás y un terrible golpe seco con una vara de madera en la espalda del granuja le hizo tragarse el cigarro. Nadie se movió. Nadie osó hablar. Era la escuela del terror. Ese viejo maestro brutal era, con toda seguridad, uno de los veteranos de guerra, que quitaron el puesto a los maestros republicanos "represaliados", expulsados, detenidos o fusilados. 

 Otro acontecimiento "chusco" determinó mi vida, o más bien, frustró mi capacidad de liderazgo. Habíamos ido en autobús a Barcelona los de del Colegio Jaime Balmes, de Cervera. El curso 1973-1974. Mis compañeros cantaban: "Vint-i-cinc de setembre... Cruyff, Cruyff, Cruyff", después del 0-5 en el Santiago Bernabéu al "eterno rival". Nos llevaron al Zoo. Y tras comer dije a un grupo de niños menos espabilados: "Acompañadme porque he descubierto un sitio maravilloso que no vamos a ver con la maestra". Me refería al "aviario". Tuvimos que pagar unas 25 pesetas cada uno, pero nuestra "aventura" mereció la pena: habíamos contemplado las aves exóticas. Cuando regresamos al grupo la maestra dijo: "Ahora vamos a ver el aviario"... ¡¡¡y era gratis!!! Mis "seguidores" me miraron con el ceño fruncido. Creo que ahí terminó mi carrera de "leader".

 La escuela era un lugar y una atmósfera. Recuerdo las pizarras, el sol que entraba por la ventana en los fríos inviernos, porque en la infancia los inviernos eran fríos, las cuentas matemáticas, los análisis morfológicos, las áreas de los polígonos, las canciones que salían de la radio... "las cosas de la infancia guardan las estancias secretas de la Realidad", escribe el poeta. Me pregunto si en el mundo infantil hay cosas o acontecimientos. Tiendo a evocar cosas, imágenes, olores que solo se recobran al envejecer, como el anuncio del jabón Heno de Pravia, melodías, estampas o cromos, sellos, porque los pequeños amábamos coleccionar

 "¿Porque el ser existía, y no existía el tiempo?" se pregunta el poeta. Y responde: "Todo es siempre presente, pues todo se sucede y nada acaba. No hay tiempo, sólo espacios. Y todo allí vivía: el mundo descubierto y el ser, aquel asombro". ¡Ah, la sabiduría poética, anterior y superior a la de la ciencia y la filosofía! Y más aún al situarse en "los espacios de la infancia", cuando el tiempo todavía no nos había devorado en el arco que conduce a la extinción, en el río del devenir. Sí, "allí vivía todo: el mundo descubierto" -como quería Cesare Pavese: "la única alegría en el mundo es comenzar"- "y el ser, aquel asombro" -como expresó Platón en el término "θαυμαστὸν" (thaumaston)-. Siempre la infancia, la de la escuela, la del juego, la del coleccionar...

 Aún no ha llegado el momento de cerrar este libro, pues ahora es el momento de recordar esos espacios de la infancia, cuando, sentados en el pupitre, mirábamos volar una mosca, distraídos, en un mundo acabado de nacer...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantástico

Francisco dijo...

Gracias lector

Laura A dijo...


Qué bonito recordar tanta dicha... Porque creo que puedo utilizar esa suculenta palabra: dicha. El concepto contrario, creo, no tenía sitio ni cabida en esas etapas o sabíamos soslayarlo o saltarlo o, en definitiva, reemplazarlo, con satisfactoria facilidad.
Bello leerte.

qinera dijo...

Una educación infantil adaptada es el cimiento de un futuro prometedor. Atender las necesidades únicas de cada niño, nutrir su curiosidad y amor por el aprendizaje es el camino hacia un mundo mejor.