Max Ophüls (1902-1957) regresó a Francia en
1950 para culminar su carrera con películas muy elaboradas y excelsas, si bien
su prematura muerte en 1957 quizá nos privó de más obras interesantes. Ésta que voy a desarrollar me parece la mejor
de esa última etapa, junto con “La ronde” (1950) y “Madame de…” (1953), también
excelentes. De su corta etapa americana, me encanta “Letter from a Unknown Woman” (1948), un prodigio de película, de una delicadeza y emoción a flor de
piel.
“Le plaisir” reúne elementos
fundamentales para convertirse en una verdadera obra maestra: adaptación
literaria de tres historias de Guy de Maupassant, maestría en la dirección y
puesta en escena, fabulosa dirección artística, perfecta fotografía, originalidad
en la propuesta, logradas interpretaciones y localizaciones, que dan como
resultado una película sublime y apasionada.
Uno de los aspectos que me
resulta atractivo, y en el que radica su originalidad, es que cuenta con una
narración durante toda la película en primera persona del propio Maupassant en
alma, lo que denota una devoción por el escritor y un cálido
acercamiento entre los espectadores y el espíritu de sus maravillosos relatos.
En ello repercute de manera el tono de voz de Jean Servais como Guy, que se
convierte en un susurro mientras escuchas cómo narra
que le encanta la noche y las tinieblas y que quiere hacernos partícipes de sus
tres historias en la oscuridad.
Comienza esta gran película con “Le
masque”: observamos el jolgorio, el optimismo y la desinhibición de los
numerosos clientes que se atropellan a la entrada de “Le Palais de la danse” en París para disfrutar de los bailes de can can y de multitud de bellas y
jóvenes chicas que se desplazan alegres de un lado para otro ante las miradas
atentas de todos los hombres que se arremolinan en las numerosas minisalas,
balconadas y sala principal de baile. Ophüls con su cámara, parece desear pasar
desapercibido, para darle un carácter de espontaneidad a ese ambiente y la
ubica como si de un cliente más se tratase, que su ojo sea el nuestro y seamos
cómplices directos del fervor del momento, de los múltiples movimientos del
gentío enfervorizado. Un laberíntico Palacio del baile como muchas veces
resulta ser la existencia.
Con ese claro fin, traslada el
objetivo a un balcón como escondido, realiza rápidos y espectaculares
travellings para enfatizar el dinamismo de la vida misma; incluye planos
picados desde la planta de arriba del Palacio fabulosos, planos desde las
mamparas decoradas, puertas acristaladas y desde las escaleras; acompaña a las
parejas de baile a su lado como un bailarín más, girando como la rueda de
nuestra existencia; movimientos ágiles que buscan al protagonista que entra eufórico
y ansioso por encontrar pareja de baile. Un derroche de puesta en escena que
escenifica el comportamiento humano y la excitación de la vida
nocturna en su esplendor, en un plano secuencia majestuoso con esos decorados
barrocos.
La máscara que lleva el personaje de esta narración le asemeja a una figura de cera sin edad que llama la atención de su partenaire mientras él baila de forma grotesca y jubilosa con una estilizada y elegante figura. Tal es el empeño que pone, que cae al suelo de forma estrepitosa, provocando el cese de la música en directo y el estupor de los asistentes. Lo que sigue después de que un médico (Claude Dauphin) que hay en la sala le quite con dificultad la máscara y lo lleve a su casa, es muy revelador. Somos testigos de una historia de amor incondicional, puro, enternecedor, representado por una mujer que, en su paciente y resignada espera nocturna, da una lección de dignidad y entrega sin igual. Una mujer que conoce perfectamente las debilidades de su marido, el miedo a la juventud desvanecida, a la muerte en definitiva y que cada noche ensaya un intento más por recuperar la frescura perdida de antaño. Un hombre perdido, inmaduro, que vuela enérgicamente como un ave nocturna egoísta repetidamente, pero que regresa alicaído al nido deshilachado, pero seguro.
La segunda historia se llama “La
maison Tellier”. Según el narrador lo presenta como un “cuento de hadas
para mayores” localizado en la bella Normandía, costándole y definiendo con delicadeza el tipo de casa donde empieza la narración, un prostíbulo donde bulle la algarabía de un barrio nocturno, hermosamente
desarrollado con decorados perfectos con esas calles empedradas, angostas,
húmedas y casas antiguas. La Casa Tellier es presentada con detenimiento; posee numerosas ventanas que Ophüls recorre una a
una exteriormente de forma magistral con un travelling ascendente y luego
horizontal mientras nos describe el recorrido elegante de la Madame que regenta
la casa, cerrando las ventanas. La peculiaridad de esta
escena reside en que jamás hay un plano interior: todos se muestran a través de los
resquicios que dejan las contraventanas convirtiéndonos en voyeurs, que espiamos a cada
chica que es presentada con mimo. Es lugar de
veneración, alegría, placer prohibido y escondido de los hombres pudientes de
la ciudad que llevan dobles vidas, con un remordimiento que se disipa al cruzar
el umbral del número tres con su tenue luz. Contemplamos a través de ventanales la escena secreta, describiendo
a las chicas que allí trabajan con respeto. El problema
llega cuando la madame y su troupe han de acudir el sábado a la Comunión de su
sobrina en un pueblo campestre y deben cerrar el local. Esto provoca un
desbarajuste en las vidas de esos hombres que acuden uno a uno y observan la
luz apagada, no dando crédito a la situación, dando la noticia a todo el que
llega esfumando su ilusión de sopetón. La escena en la que acaban todos
reunidos en un banco y empiezan a pelearse entre ellos debido no tiene desperdicio. Y es que esta casa parece que ejerce una función
institucional, más que ser un foco de perdición, desenfreno, engaño y explotación.
Una visión optimista del autor.
Las mujeres viajan en tren con su vitalidad y espontaneidad, dando lugar a numerosas situaciones jocosas centradas en madame Rosa (Danielle Darrieux), que sueña con una
vida mejor, adinerada y con oportunidades. Al llegar al pueblo en una bonita estación
rodeada de arboleda y rústica, Joseph (Jean Gabin) les espera radiante
besándolas una a una, dándoles una cálida bienvenida. En
el camino hacia la casa en carreta, Ophüls nos obsequia con la parte más subyugante. El arrobamiento del hombre ante tanta chica joven se
contagia de una naturaleza de la misma calidad, y estalla una explosión
de júbilo acompañada de deliciosa música y con la descripción del campo: colzas amarillas ondulantes por el viento, que desprenden fragancias
estimulantes; trigales, flores silvestres rojas y azules que forman mantos de
color entre el verde del campo y los numerosos árboles.
Mujeres, que son un ramo de flores
para el narrador tirado por un caballo percherón tordo que trota alegremente
alejándose, apareciendo y desapareciendo entre la frondosa arboleda. Símbolo de
la energía y del sentimiento de Joseph y la próxima celebración de
la Comunión de su hija.
Me transporta al mediometraje
narrado por Jean Renoir, que posee un aura muy parecida: “Une partie de campagne”, escrito también
por Guy de Maupassant. Son relatos con un componente muy pictórico, optimistas,
vitales y que a pesar del blanco y negro somos capaces de imaginar los
distintos matices cromáticos.
Una vez llegados a la casa
campestre, el director realiza una puesta en escena también muy singular. Otra
vez hay planos que se asoman a un patio, desde fuera de las ventanas, pero esta
vez se adentra en todos los escondrijos de esa casa, con techos bajos, colocando
su mirada entre vigas de madera, pasillos, barandales, desde puertas, el
desván, habitaciones por las que deambulan las meretrices, dando impresión
de desorden y falta de equilibrio de la anodina vida del carpintero, que pone su
foco en madame Rosa, de la que se encapricha al instante. Si para el matrimonio
y la niña, su tía y compañeras han supuesto un revuelo, la pacífica vida rural,
escaso ajetreo y silencio de la noche alteran paradójicamente las mentes de
éstas, acostumbradas a la nocturnidad bulliciosa.
El día de la Comunión contiene unos de los momentos más especiales de este relato intermedio.
Estando todos reunidos en la Iglesia con esas
imágenes religiosas, la luz divina que se filtra por una ventana y las velas,
las chicas empiezan a llorar contagiando a todos. Hay un
recorrido del interior de la Iglesia y de las emocionadas personas excelso
mientras el narrador explica: “Un momento sobrenatural planea, un alma
derramada, un soplo prodigioso de un ser invisible y todopoderoso”. Está en el
aire la consciencia de la pérdida de la niñez de estas mujeres, de la
inocencia, la pureza, las oportunidades desaprovechadas, los sueños difuminados
a golpe de realidad.
Después de una copiosa comida y
bebida, todas deben volver al trabajo para tristeza del carpintero, que agota
sus últimos momentos de euforia con la fuerza de un toro, resistiéndose a
volver a su tediosa cotidianidad. Tras dejarlas en el tren, le promete a Rosa
que irá a visitarla, tratándola con una delicadeza enorme, a lo que ella
responde de forma amable, pero sin poner demasiado interés, pues sus miras van
hacia otro lado.
El recorrido de vuelta es elocuente per se. No se puede describir mejor con lenguaje cinematográfico el abatimiento de Joseph, que conduce lentamente su carreta vacía de ilusión, con un paisaje nada sugestivo, gris. Su expresión cabizbaja recorre el camino que parece estrecharse y alargarse de forma melancólica asemejando un túnel de desánimo y pesadumbre por la vuelta a lo rutinario de su matrimonio. Contrastes que nos acompañan constantemente en nuestras vidas, reflejados en lo opuesto del sentimiento de delirio de aquellos hombres abandonados que se iluminan de nuevo por la luz del número de la puerta, pero también por la luz que desprenden esas trabajadoras en su ansiada llegada. El director crea una historia circular (ring composition) que empieza y termina de la misma forma, en la Maison Tellier, pero esta última vez con fiesta y celebración desbordada de bienvenida, vista de nuevo desde el exterior sin intromisión alguna.
La tercera historia se llama “Le
modèle” y describe la exaltación de un pintor melancólico (Daniel
Gélin) ante el descubrimiento de la belleza de una chica (Simone Simon) que
pasa a su lado como una ráfaga de luz inspiradora. La escena en que la persigue
escaleras arriba posee un planteamiento magistral. Ella va muy por delante por
unas largas y amplias escaleras de un gran edificio, y él corre apresurado tras ella hasta alcanzarla, sin encontrar demasiado entusiasmo. Es entonces cuando la cámara gira hacia la izquierda por el edificio
hasta encontrar otras escaleras por las que bajarán como pareja agarrada, enamorada
y cómplice en una elipsis fantástica, mágica.
Lo que sigue es el proceso de
ensimismamiento de la pareja en sus inicios, posando ella como modelo para él,
admirándola, siendo su musa y creando bellas obras, gozando de una etapa de
pareja esplendorosa. Ophüls proporciona a lo cotidiano una narración transfigurada,
pues sabe plasmar con su lenguaje cinematográfico la temida fase posterior
de desenamoramiento.
Para expresar el principio del
declive, los reúne en un bosque en el que son observados a través de ramas
tristes y en profundidad de campo. Van andando separados siendo tapados por los
troncos y con una iluminación oscura. La lejanía que percibimos no es solo
física, a él le molesta que cante y le espeta: “Estropeas el paisaje”. Ya en la
fantástica casa en la que viven, hay un recorrido exterior de la cámara, que nos aleja de la tensión que los acompaña mientras caminan. El final de la relación es expuesto en la rotura de los espejos y su reflejo vistos en ellos, sin ser necesarias más palabras.
La modelo lo busca por todos
lados y la imagen en que desciende las mismas escaleras en que se conocieron es muy
distinta. Esta vez el ritmo es lento, expresión cabizbaja, desorientada y en
vez de bajar en línea recta, lo hace de forma diagonal, con caminar errante
y afligido.
A continuación, él se va a vivir
a casa de un amigo y ella lo visita para expresarle su angustia, recibiéndola
con actitud egoísta y desafiante, que atraviesa el corazón de la chica. Ante su
ignorancia, le expresa sus ganas de perder la vida subiendo unas escaleras
apresuradamente. A ella no la vemos subir, sino que la escena se plantea con un
plano subjetivo en el que se ven los escalones y su sombra reflejada en la
pared, simbolizando su muerte en vida por el desamor que la consume. Las
consecuencias de su actuación generan una situación nueva en la pareja que
aparenta redención, perdón, aparente felicidad en una amplia y melancólica
playa. Pero como concluye el narrador, “la felicidad no es alegre”.
El alemán se contagia de la fusión de la literatura y el cine, del naturalismo de Maupassant, dando veracidad y belleza a lo rutinario, observando la vida misma de cualquier persona, pero contada serenamente. Y eso no es un trabajo fácil, sino de personas que poseen un virtuosismo fuera de toda duda. Max Ophüls demostró ser un genio a la altura de los más grandes, creando un cine esteticista y barroco que se debe recordar a las nuevas generaciones.
15 comentarios:
Gran análisis
Gracias por publicarlo tan pronto. Me imagino lo atareado que estás en este comienzo de curso. Esta maravillosa película merece escribir líneas y líneas. Un prodigio técnico, de una exquisitez enorme. Ánimo a leerlo. Me inspiró mucho las veces que la he visto. Cuanto más la ves, más jugo le sacas.
Magistral publicación. Nos transportas a ese ambiente que narran las tres historias. Leí a Maupassant cuando estudiaba filología francesa, pero lo he olvidado completamente. Nos hicieron leer Bel-ami y Boule de suif pero eso está sepultado en mi memoria. Esta película no la conocía. Muy interesante las tres maneras de enfocar el placer. El poder que tiene la cámara parece muy interesante. La fusión entre la literatura y el cine me apasiona. Qué bien estar en un grupo donde el cine es exquisito, y no comercial. La veré. Enhorabuena Estrella y Gracias Francisco por la publicación.
Manuela Pilar Millán Sanjuán.
Es increíble pero no he visto la película. Hay que comprarla en A Contracorriente DVD / BD, que creo que es la edición de Criterion, o verla en Filmoteca o canal de cine clásico. Empecé a verla en Zoowoman, es genial, pero en el portátil me cansa, y no disfruto.
El análisis es muy pormenorizado en los detalles técnicos de angulación, encuadre, planificación visual. Estrella nos va iniciando en el cine clásico con paso firme. Muchas gracias
Acabo de ver la primera historia. Efectivamente el personaje grotesco tiene detrás a una gran mujer, abnegada pero con dignidad. Mientras habla con el doctor, no para de hacer cosas para atender a su marido. Habla de su historia con él, lo entiende, lo disculpa y lo apoya. La mujer no para. (las mujeres son capaces de hacer mil cosas al mismo tiempo y pensar y razonar) Esa escena en el carruaje del hombre viejo con la máscara al lado y la escena de cuando le quitan la máscara.... Buenísima. Manuela Pilar Millán Sanjuán
"el problema llega cuando la madame y su troupe han de acudir el sábado a la Comunión de su sobrina en un pueblo campestre y deben cerrar el local. Esto provoca un desbarajuste en las vidas de esos hombres que acuden uno a uno y observan la luz apagada, no dando crédito a la situación, dando la noticia a todo el que llega esfumando su ilusión de sopetón. La escena en la que acaban todos reunidos en un banco y empiezan a pelearse entre ellos debido no tiene desperdicio. Y es que esta casa parece que ejerce una función institucional, más que ser un foco de perdición, desenfreno, engaño y explotación. Una visión optimista del autor."
Esa escena es interesantísima. Acuden allí por placer, por intimidad, por relaciones sociales. Que conste que yo no estoy a favor de los burdeles. Pero hay una diferencia entre la prostitución callejera y el proxenetismo y las casas "de citas". En La Colmena también aparece una casa donde la "madame" tiene unas ciertas relaciones personales con las chicas.
Magnífico, Estrella, simplemente magnífico. Y Ophüls, ÚNICO.
La edición de A Contracorriente es MODÉLICA. Yo la tengo en blu-ray. También tengo en blu-ray "Madame de...", y también en edición de A Contracorriente. El trabajo que hace está gente es encomiable.
Hay que estar orgulloso de los capitanes que llevan este Acorazado Cinéfilo por los mares del arte y la belleza. Estrella, como su nombre indica, nos guía e ilumina con estos análisis tan profundos, llenos de pasión y conocimiento. Felicidades
Un genio a reivindicar. Muy buen artículo Estrella, me han dado muchas ganas de ver esta película.
Gracias David. Sí la ves, me lo comentas. Un abrazo.
1952 Le plaisir
Hola Estrella estupenda película has elegido o deberíamos llamarla obra de arte visual, a estas alturas por la calidad de cada plano, los diálogos y los actores podemos creer que la cámara de Max Ophuls transfiere algo más, algo que no puede ver cualquier ojo humano solo unos pocos.
La división en tres historias le da rumbos desiguales y uno puede emocionarse con las historias que le apasione más. La inclusión del actor Jean Gabin es magnífica, seleccionar a un actor de ese carisma y esa sobriedad, solo hace que la película sea más notable.
Claro que posicionarse sobre relatos de Guy de Maupassant puede sonar a una tarea efímera porque llegar a conseguir un arte igual al del papel escrito es prácticamente inverosímil. Pero Max Ophuls abarca de una manera estéticamente más enaltecedora los relatos seleccionados, la armonía que sentimos es ambigua, porque la sorpresa y el horror están presentes como una enfermedad nueva que es capaz de robustecer el gusto por el arte mas profundo y de vivir en nuestra memoria por un tiempo mas decoroso que una estatua de granito.
Marcelo López
Posdata gracias querida Estrella por refrescarme una obra tan digna para momentos de plenitud estética, saludos.
Gracias. Te he contestado en mi muro de Facebook.
Ya he comprado el BD de LE PLAISIR en ed. española de A CONTRACORRIENTE, que creo es la edicion CRITERION.
A ver si el trabajo que ya me está absorbiendo me deja tiempo...
Gracias Estrella, tu análisis es un referente.
Qué bien. Ya me dirás qué te parece la película.
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