Diario de un Profesor de Filosofía (XXXIII)
Final de viaje: Fe de erratas, cine & educación, utilidad de lo "inútil", balance y futuro
Francisco Huertas Hernández
Extracto del último capítulo del libro "Diario de un Profesor de Filosofía (1989-2023)"
Edicions Forment. Barcelona. 2024
Una planta creciendo en una alcantarilla
La vida buscando el "ser", la "luz", como la filosofía (enseñanza) busca la "verdad" entre la estupidez y la ignorancia arrogante, el "ser" bajo la apariencia efímera y cambiante, el "bien" bajo la ignominia de las acciones humanas, la "belleza" tras el horror y el vacío del mundo
Puerto de Alicante
Viernes 25 de noviembre de 2022
Fotografía de Francisco Huertas Hernández
Ahora sí. Con el capítulo XXXIII doy por terminada la escritura de este libro. Ante la incertidumbre del final de mi vida laboral en apenas unos meses, este itinerario de mis años como profesor necesitaba el consejo de lectores y seguidores.
Acudí a Facebook, y tomé algunas ideas para acabarlo, unas divertidas, otras serias: una fe de erratas (Maximiliano), la analogía entre el cine y la existencia (René Atilio), la utilidad de lo inútil (Amalia), las devoluciones de mis alumnos y su camino tras dejar el instituto (Griselda), "un resumen de mis emociones y de lo que ha quedado en mí de la experiencia. Sin adornos, sin florituras, sin golpes de efecto, sin querer complacer al lector" (Lourdes), un "sans fin" (María Ascen, Lorena), "un puzzle de abrazos y besos de alumnos y colegas. A lo mejor es un poco ñoño, pero si tiene gracia, puede ser emotivo y divertido, a lo "Cinema Paradiso"" (Annukka), "una visión de futuro" (Miquel), "un inquietante silogismo" (Gloria), cómo ha influido en mi vida personal (Laura, Amelia), "de la misma manera con la que empezó, con el aliento suficiente como para no finalizar algo, sino pensando en escribir otro" (Marcelo), lo que dejaron en mí los alumnos (Marilú), "¿cómo acabar lo que no puede ser acabado? Usted siempre será un profesor de filosofía, aún después de muerto la onda que hizo resonar en el estanque seguirá vibrando en el alma de sus alumnos" (Christian), "continuará..." (Luziazul), "con la palabra "Fin"" (Jordi, Mónica), "aifosolif, un filósofo alicantino" (Pere), "sólo sé que no sé nada" (Delfina)...
Tantas propuestas para "estos días azules y este sol de la infancia", ese verso último encontrado en el bolsillo de Antonio Machado el día de su muerte, el 22 de febrero de 1939. Los poetas y los músicos supieron expresar lo que filósofos, científicos y profesores no alcanzaron: la vida y la belleza, ¿y no reside ahí la verdad?. Los jubilados buscan el sol de la infancia, en parques donde juegan a la petanca, en jardines donde juegan con sus nietos. La naturaleza y su reflejo en los ojos del niño es lo que queda tras un largo y tortuoso camino de los trabajos y los días.
Volver a ser un niño... Jugar, contemplar, soñar. Lo que acaso no pudo hacer el maestro, con su programa y su rutina, dando cuenta a un jefe de estudios, a un director, o a un inspector. ¡Qué crueles eran los maestros con los niños que soñaban distraídos! "Y en la aborrecida escuela, / raudas moscas divertidas, / perseguidas / por amor de lo que vuela".
Fe de erratas: añado esta hoja final para corregir los errores observados en el libro de mi oficio (mis trabajos y mis días): si por fortuna exigí sacrificar la vida por el saber a estudiantes que apenas comenzaban a sentir el amor de lo que vuela. La escuela como institución disciplinaria y la infantil libertad de la desobediencia.
El cine hollywoodiense tuvo su subgénero escolar, donde ese conflicto entre la institución disciplinaria y la libertad de la desobediencia se resolvía en fiestas y canciones. Pero en Europa imperó una visión menos edulcorada: "Der blaue Engel" (1930) de Josef von Sternberg, adaptaba una novela de Heinrich Mann, "Professor Unrat", en la que un prestigioso y severo profesor, Immanuel Rath (Emil Jannings), se degradaba y humillaba por una cabaretera, la bella Lola (Marlene Dietrich), al intentar "salvar" a uno de sus disipados alumnos. Este tópico trágico de "la desdicha de la virtud" tan de Voltaire y Sade: el "virtuoso" Rath era llamado por sus alumnos "Unrat" (basura). ¿Qué maestro no ha arrostrado la "desdicha" de un "mote descalificatorio" por parte de sus discípulos, borrando su "nombre"? ¿Qué profesor no ha sentido alguna vez ese trato por parte de algún alumno ruin? ¿Y qué diremos de aquellos profesores que han soportado año tras año esta indignidad en el aula, con el agravante del abandono de la dirección del centro, y la indiferencia de sus compañeros?. Y, por otro lado, una película tan anarquista como "Zéro de conduite" (1933) de Jean Vigo, en la que los profesores de un colegio estricto por sus castigos se enfrentan a la "rebelión" de cuatro alumnos que han recibido un "cero en conducta". La imagen de los chicos en el tejado tras una batalla de almohadas contiene tanta poesía como furiosa crítica antiburguesa.
Quizás recordemos aquellas palizas que los alumnos de los colegios religiosos recibían por parte de los curas, por no hablar de los abusos, tal como vemos en la película "F. E. N." (1980) de Antonio Hernández. Generaciones de niños traumatizados por la brutalidad del sistema educativo, público y católico. Pero todo aquello ya pasó, y, en la ley del péndulo, hoy son los profesores los que tienen miedo. Depende de qué colegio o instituto te toque, y del grado de implicación de la directiva, pero, en general, las escuelas públicas del llamado mundo occidental son un semillero de ignorancia y violencia. En el Reino Unido nadie quiere ser maestro, y en Estados Unidos hay que llevar chaleco antibalas.
Y como no es la verdad sólo destrucción sino asimismo creación, menciono dos películas en que el camino de la infancia queda marcado por los buenos maestros (en el buen sentido de la palabra, buenos): "Первоклассница" (Pyervoklassnitsa) (Alumna de 1º Grado) (1948) de Ilya Frez, la historia de la niña Marusya Orlova (Natalya Zaschipina) que descubre la escuela. Una niña aprendiendo por primera vez es una "epifanía", una "manifestación" del poder del alma humana de transformarse bajo el ejemplo de la verdad, el bien y la belleza, encarnados en la Maestra, Anna Ivanovna (Tamara Makarova). Durante la filmación los niños actores del colegio nº 201 de Moscú pensaban que su "maestra" se llamaba verdaderamente Anna Ivanovna. Tal simbiosis entre el arte y la vida se vive en la escuela cuando un "maestro bueno" alumbra tu camino, con su voz, su mirada, la poesía, el canto y las salidas a la naturaleza.
Y lo mismo experimentamos en "二十四の瞳" (Nijū-shi no Hitomi) (24 ojos) (1954) de Keisuke Kinoshita. Un film dramático clásico japonés basado en la novela de la escritora Sakae Tsuboi (1952). Es la historia de una maestra, Hisako Ōishi (Hideko Takamine), que llega a un pequeño pueblo costero. Sus costumbres modernas -monta en bicicleta- despiertan rumores en los habitantes del lugar. A lo largo de la película (y la novela) los niños van creciendo, y así pasan veinte años, en los que arriba la guerra y la derrota, y la renuncia a su cargo por la presión militarista. Lo más inolvidable del film es el fuerte vínculo de afecto que se desarrolla entre alumnos y maestra, lo que me reafirma en mi idea, adquirida tras 32 años dando clase, según la cual enseñar es dar amor. La filiación platónica de esta manera de entender la educación es clara. En "El Banquete", el filósofo ateniense conectó el saber con el amor, a través de la búsqueda de la belleza. Solo conocemos lo que amamos. Amamos el saber, porque el saber es bello y bueno. Y no es una cursilada esto. Es lo más preciado de nuestro paso por la escuela.
¿Y qué utilidad tendrá todo este amor y todo este sufrimiento? Niños apartados de su familia y "encerrados" en escuelas e institutos contra su voluntad para aprender cosas que no desean, ¿que no necesitan? ¿Quién determina esto?
Nuccio Ordine (1958-2023) publicó "L'utilità dell'inutile. Manifesto" (2013), donde reivindicó la búsqueda de la belleza y los saberes humanísticos en un mundo mercantilizado donde todo se mide en términos económicos de beneficio material:
"Nell’universo dell’utilitarismo un martello vale più di una sinfonia, un coltello più di una poesia, una chiave inglese più di un quadro: perché è facile capire l’efficacia di un utensile mentre è sempre più difficile comprendere a cosa possano servire la musica, la letteratura o l’arte"
(En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte)
"Que la escuela centre su atención solo en lo «útil» no es preparar a los alumnos para la vida, sino prepararles la vida para que resulte útil a otros". Encontré esta reflexión en Carlos GaMart (https://twitter.com/CarlosGaMart). Quino pone en boca de Mafalda la misma idea: "¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?". La linda ingenuidad de la niña rebelde pone muy nerviosos a los adultos.
Y ahora seré polémico, "sin querer complacer al lector", o al "pensamiento políticamente correcto" (obediente al sistema): el sistema educativo no puede conciliar los martillos y las sinfonías. Desde que la informática, las tecnologías y las emprendedurías han ido desbancando a la música, la historia del arte, el griego o la filosofía, la función de la educación de transmitir el amor por la verdad, la belleza, o, incluso, el bien, ha dado paso a las competencias digitales y emprendedoras que forman "mano de obra" acrítica y resignada (su frase favorita es: "Esto es lo que hay") y no personas "cultivadas".
... Volver a ser un niño... Jugar, contemplar, soñar. Todo ello es "inútil" para el capitalismo. No producir, sino crear; no ganar, sino aprender. ¿Y no es el origen de la ciencia la pura contemplación? ¿No fue el "soñar" infantil el origen de la imaginación creadora de los artistas? Las matemáticas -a medio camino entre la ciencia y el arte- buscaron la belleza geométrica y la simetría. El matemático Pál Erdős (1913-1996) escribió platónicamente: "¿Por qué son bellos los números? Es como preguntar por qué es bella la novena sinfonía de Beethoven. Si no ves por qué, nadie te lo puede decir. Yo sé que los números son bellos. Si no lo son, entonces nada lo es".
Lo diré de nuevo: cuando un estudiante que desprecia -o, peor aún, desconoce- a Brahms obtiene matrícula de honor, al graduarse en el instituto, algo está mal en el sistema. Y creo que la ciencia -no la tecnología- está en el mismo carro que las humanidades. Son lo que los griegos llamaban "ἐπιστήμη" (episteme), "ciencia" de las causas, de los principios, por oposición a "δόξα" (doxa), u "opinión", lo que "parece" verdadero, sin que sepamos por qué, sin que podamos conocer sus causas. Toda la tecnología es aplicación de conocimiento científico. Los médicos estudian biología y química. Los ingenieros, física y matemáticas. Los emprendedores, economía y matemáticas. Y los traductores, lingüística. El sistema educativo, cuando se siente "culpable" por ser "teórico" reconoce que es demasiado "científico". Un profesor no es más que el elemento débil en la cadena de perpetuación de la dominación político-económica. Ahora le dicen: no enseñes sintaxis, es inútil, lo importante es el inglés práctico; no enseñes lo que no pueda tener aplicación práctica: mejor y más útil el alemán de "camarero", sin acusativo ni dativo. ¿A quién le importa la concordancia y corrección sintáctica? ¡Pero si hasta han cambiado el nombre de la carrera universitaria (grado): ahora no se llama "Filología Inglesa" sino "Estudios Ingleses"! Siento decir que los profesores de inglés son hoy tan ajenos a la Lingüística, o sea a la ciencia, la sintaxis, como a la Literatura, o sea el arte. No es posible que puedan sentirse como profesores de Humanidades, porque preparan para aprobar una titulación de la Escuela de Idiomas, y no para sentir la belleza, la emoción y la revelación al leer un poema de William Shakespeare o John Keats.
En la nueva ley educativa española (LOMLOE, 2022), el saber "teórico", es decir, "inútil" y "culpable", abstracto, complejo, es sustituido por "situaciones de aprendizaje", definidas oscura y confusamente como un "conjunto de situaciones y actividades que implican el despliegue, por parte del alumnado, de actuaciones asociadas a competencias clave y competencias específicas, y que contribuyen a la adquisición y desarrollo de las mismas". La palabra "ciencia", "saber", "concepto", "teoría", "ley" o "argumento" desaparece, en detrimento de "competencia" y "habilidad".
Lo que el "poder económico-político" ha determinado que es "útil", las "competencias", sustituye a los "saberes" (¡ciencias y artes!) "inútiles". Y entre los "saberes" (?) "inútiles" está la Philosophia (φιλοσοφία), la materia, asignatura, ciencia, o lo que sea, que he enseñado más de 30 años -con escaso resultado-, y que ha sido perseguida por todos los gobiernos y sus amos, los bancos y fondos de inversión. Hace años que escribí una encendida defensa de la utilidad de la filosofía. Una utilidad no mercantil, es decir, no convertible en dinero:
"Y llegando a la tan famosa pregunta de los que desconfían o rechazan la filosofía: "¿Para qué sirve?" (su utilidad), respondo:
"La labor del profesor de filosofía es la más entusiasta de cuantas puedan darse porque dentro de cada uno de nosotros existen unas preguntas vitales, un afán de saber, una voluntad de verdad, que nos eleva de nuestra condición animal, o peor, "mecánica", de consumidor, productor, emprendedor, deudor, seguidor y súbdito.
Y la filosofía es útil porque útil es pensar en nuestro proyecto de vida; útil es saber qué es el mundo, quiénes somos, quiénes nos dominan, qué es nuestro lenguaje y qué son nuestros valores, normas, fines y dilemas morales. La verdad es nuestro afán, sea una verdad sistemática o parcial, crítica o legitimadora del orden. Dice mi profesor Francisco Jarauta que el ser humano no tiene como horizonte la felicidad sino la verdad. Y ese afán de saber que recuerda Aristóteles al comienzo de su "Metafísica" es útil en la medida en que es necesario, porque lo necesario racional es lo único realmente necesario. Y además es la expresión de nuestra libertad. Solo porque disponemos de la capacidad de pensar somos libres -en la medida que lo seamos-. Kant expresa esa libertad racional en la palabra "autonomía". Somos humanos si ejercemos nuestra "autonomía", nuestra capacidad de darnos normas a nosotros mismos, no viviendo a merced de las normas que vienen del mercado, la iglesia, el gobierno, los medios de comunicación o nuestros deseos ciegos y egoístas.
Para eso sirve la filosofía, para ser humanos. "Atreverse a pensar", el lema ilustrado que nos dio Kant, eso es la filosofía. "Atreverse" es acto de la voluntad, pero una voluntad racional, porque la razón surge cuando se piensa contra algo. El poder negador de la razón es la expresión de su utilidad.
La razón se atreve a pensar contra los sentidos, los mitos, las tradiciones, los dogmas y métodos cosificadores de las ciencias naturales, los valores económicos, contra los prejuicios morales...
Y esa es la verdadera utilidad: hacer de nuestra "conciencia reflexiva" juez, fiscal y testigo de una realidad que pueda negarse (y superarse / transformarse) en la medida en que está alienada, manipulada, ocultada, sometida.
La "reflexión" como el sol que alumbra más allá de lo necesario para la vida limitada de quienes nacen para estudiar lo que les mandan, trabajar en lo que les dejan, gastar en lo que puedan, y morir sin molestar".
Por estas palabras recibí ataques. Y, "ladran, luego cabalgamos". La prueba del éxito es tener enemigos. Hoy desconfiar de las fundaciones educativas promovidas por bancos (ej: Aprendemos Juntos 2030) es una consecuencia directa de comprender y denunciar la instrumentalización de la educación al servicio de la economía. ¿A los bancos les preocupa la belleza de lo "inútil"? ¿O les interesará más la crítica de la alienación económica y la desigualdad que ellos encarnan?
(...) SIGUE DENTRO DEL LIBRO RECIÉN PUBLICADO,
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1 comentario:
La conciencia reflexiva la comprende como un atravesar el espejo al interior para volver a atravesarla al exterior , es como cuando se da un buen golpe se toma impulso yendo al origen para luego abrir camino hacia el futuro.
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