domingo, 10 de marzo de 2024

Individuo & Totalidad (XIII). El ser humano y la ciudad. Francisco Huertas Hernández

Individuo & Totalidad (XIII)
El ser humano y la ciudad
Francisco Huertas Hernández

Edificio Pirámide
Alicante
4 de marzo de 2024
Fotografía: Francisco Huertas Hernández

 La ciudad es el espacio condensado de las experiencias humanas. Caminar por la ciudad es reflexionar sobre la identidad espacio-temporal del hombre. El "flâneur", el caminante urbano que mira sin prisa lo que la ciudad esconde de tan patente que se muestra, representa el nuevo "espectador" de la estética contemporánea: la belleza de la arquitectura y el urbanismo escondida tras la funcionalidad y la planificación racional del suelo, las actividades económicas, educativas y de ocio

 Charles Baudelaire (1821-1867) reflexiona: "Pour le parfait flâneur, pour l'observateur passionné, c'est une immense jouissance que d'élire domicile dans le nombre, dans l'ondoyant, dans le mouvement, dans le fugitif et l'infini. Être hors de chez soi, et pourtant se sentir partout chez soi ; voir le monde, être au centre du monde et rester caché au monde, tels sont quelques-uns des moindres plaisirs de ces esprits indépendants, passionnés, impartiaux, que la langue ne peut que maladroitement définir. L'observateur est un prince qui jouit partout de son incognito" (Para el perfecto flâneur, para el observador apasionado, es un inmenso placer instalarse en lo múltiple, lo ondulante, lo móvil, lo fugaz y lo infinito. Estar lejos de casa y, sin embargo, sentirse en casa en todas partes; ver el mundo, estar en el centro del mundo y permanecer oculto para el mundo, éstos son sólo algunos de los placeres de estos espíritus independientes, apasionados e imparciales que el lenguaje sólo puede definir torpemente. El observador es un príncipe que disfruta de su incógnito en todas partes)

 En Baudelaire aún falta la definición urbana del flâneur, que aportará Walter Benjamin (1892-1940) tomando París como ciudad referente. Mientras que en Baudelaire, el "flâneur" no es más que un "dandy" curioso del movimiento urbano, en Benjamin, siguiendo a Edgar Allan Poe, "der Flaneur sich ganz vom Typ des philosophischen Spaziergängers entfernt und die Züge des unstet in einer sozialen Wildnis schweifenden Werwolfs annimmt, hat Poe zuerst in seinem "Mann der Menge" auf immer fixiert" (el flâneur se aleja por completo del paseante filosófico y adopta los rasgos del hombre lobo que vaga inseguro en un desierto social que fue fijado para siempre por primera vez por Poe en “The Man of the Crowd"). Un individuo sumergido en la vorágine de la ciudad, que pasea bajo las Galerías Comerciales, se apretuja en el ferrocarril metropolitano, se admira de la luz eléctrica y se disuelve entre las multitudes anónimas que abarrotan las aceras.

 No obstante, hemos aceptado un significado de "flâneur" como el espectador pasivo, pero agudo de la vida urbana, que encuentra belleza en los detalles aparentemente insignificantes de la ciudad y que está fascinado por la efímera y cambiante naturaleza de la metrópoli. En esta concepción se aúnan Poe, Baudelaire, Benjamin y Simmel

 La experiencia del hombre en la ciudad depende de la actividad del sujeto. Si el humano recorre el espacio urbano para cumplir un fin económico, la ciudad es un medio que pasa desapercibido, un "lugar de paso" entre el hogar y la fábrica, el colegio y la casa, el domicilio y la tienda. Pero si la persona deambula por la ciudad mirando, curioseando, escudriñando sin un fin económico, sin una utilidad, entonces ese "barutear" o "andar baruto" (que no tiene sujeción, andorrero, andar errante sin saber donde ir, sin meta o finalidad), como se dice en Toledo, permite una contemplación de lo anodino, consabido, trivial, gastado e insignificante que tienen las calles, los edificios, los solares vacíos, los escombros, casas en ruinas, oquedades umbrías de barrios insalubres y feos, que, de pronto, bajo la "mirada baruta", se ha vestido de una modesta y efímera belleza de lo desvalido y menospreciado.

 El paseante urbano, armado con su teléfono celular puede fotografiar esos recovecos del alma oscura de las urbes. Paisajes con figuras. Porque, a diferencia de la naturaleza, la arquitectura de la ciudad exige la presencia de personas. E, incluso, de animales (perros y gatos son animales ciudadanos) y plantas (jardines botánicos condensan más variedad que un ecosistema natural). La ciudad, como espacio ordenado geométricamente, de funciones comerciales y lúdicas, hace coexistir al pájaro del parque, al perro de pedigree paseando a su dueño, al tendero exótico venido del más lejano continente, al mendigo visible, a la prostituta invisible, al escolar rebelde, al ejecutivo apresurado, a la abuela coqueta, todo tipo de "decrépitas criaturas dispersas" o "seres fungiformemente anónimos", como diría un antiguo colega. La ciudad nos convierte en "masa", porque multiplica nuestro número. Jorge Luis Borges no vio que no son los espejos y la cópula los que multiplican el número de los hombres, sino las ciudades. Esas megalópolis del planeta donde en un suburbio de chabolas se amontonan un millón de seres racionales con una vida ínfima y antirracional. 

 El tamaño de la ciudad es la medida de nuestra alienación. Verdad es que las regiones metropolitanas ya han superado en población a muchas naciones, y que la riqueza de los espacios urbanos es mucho mayor que la de la mayoría de los estados. Pero cuanto más grande es la ciudad más empequeñece al individuo. La totalidad de la ciudad subsume al individuo y lo convierte en estadística. El hospital o el tanatorio, el parque o la universidad, el Mall o el intercambiador de transporte ignoran la identidad personal de sus usuarios. En el metro, en el subte, la gente no se habla, y casi no se mira, pues no meterse en líos implica aislarse de los otros, en espacios donde apenas es posible separarse físicamente.

 Y, sin embargo, esa ciudad, contemplada en su belleza herida, o intermitente, cual semáforo, esquiva como un gato del puerto, que encierra más árboles que un bosque, más historia que un imperio olvidado, más riqueza que un arcón de oro sumergido en el mar, esa ciudad que puede ser recorrida como flâneur, niño que se fuga de la escuela, ejecutivo de gimnasio y hamburguesa, meretriz de esquina y farola, drogadicto de descampado, profeta apocalíptico de plaza y rambla, locos de andén ferroviario, dioses clonados de días laborables, todos huérfanos de Paraíso y sueño, esa ciudad es nuestra única identidad, ya.

Francisco Huertas Hernández
Domingo, 10 de marzo de 2024

Calle Valencia
Alicante
4 de marzo de 2024
Fotografía: Francisco Huertas Hernández

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es tu nuevo libro? Hay muchos materiales acá que pueden ser óptimos para la reflexión

ACORAZADO CINÉFILO dijo...

Gracias lector. Pues no sé. Yo voy escribiendo, y ya se verá