Diario de Ávila (9). 1995
No sólo de Kant vive el hombre. Vida, deseo, felicidad, soledad
Francisco Huertas Hernández
Ávila, jueves 13 de julio de 1995
No sólo de Kant vive el hombre. Se necesitan otras cosas, otros seres, otras vivencias. En realidad, Kant no sirve para vivir; supongo que sólo para pensar sobre lo que está en los márgenes de la misma vida, en los arcenes de lo que necesitamos y que no es inferiormente empírico ni patológico, y, aunque así fuera es constitutivo del ser humano.
Hablo del deseo orientado por fines materiales, de la lava del corazón y otras partes inconfesablemente conocidas. Todo esto no es palabrería, o no sólo.
Cuando C. habla de su novio, siento, de pronto, un golpe seco en no sé qué circunvolución cerebral, en no sé qué ventrículo del corazón, siento un pinchazo en el alma y se me nubla la vista. No es C. ni su novio lo que me acogota, es el cumplimiento (empíricamente repetido) de una ley que me impide albergar la más mínima esperanza, como en el friso que daba entrada al Infierno: “Lasciate ogni speranza”.
Siempre es igual: “Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate”.
La mariposa que alza el vuelo en el atardecer no es más que un gusano que comió carroña, que se comió mi sueño, mi felicidad.
Kant es importante, estaría dispuesto a reconocerlo, aunque olvidase una crítica psicologista (meramente empírica) de sus condiciones de vida, de su existencia mundana, pero, ¿por qué he de valorar su importancia cuando nadie me otorga ni una migaja de esperanza, de futuro, de deseo? ¿Cómo voy a creerme que el único fundamento de determinación de mi voluntad (pura) ha de ser la ley moral meramente formal bajo la forma de imperativo que me conmina al deber independientemente (contra) de mis inclinaciones (patológicas)?
Puedo entenderlo pero no puedo aceptarlo. Kant se burla del anhelo de felicidad de los hombres, y lo sitúa en el horizonte de la progresión infinita por el cual la voluntad va acercándose a la ley moral, a la santidad. ¿Cómo puedo yo burlarme de quienes me arrebatan la vida? ¿Cómo abominar de la felicidad si creo que la invocación de un uso práctico de la razón pura es una superchería de quien no pudo gozar de la felicidad (empíricamente condicionada, desde luego)?
Colegio de Huérfanos Ferroviarios
Ávila
Postal antigua & Vista de 2015
Hoy, Fundación Cultural Santa Teresa - UNED
Es abyecto e innoble pensar que lo empírico es la vida, que lo meramente orgánico es la vida, que sólo se vive a través del cuerpo y los músculos y la piel, y, que, aunque, se sueña desde el alma, el sueño pasa por el cuerpo y por lo empíricamente condicionado.
Renuncio a la ley moral que emerge mecánicamente como un robot desde la conciencia vacía y que me exige que me sacrifique y que renuncie a la vida y al deseo y a ser deseado, y que olvida la noción de Spinoza de esencia, el querer perseverar en su propio ser, y eso sólo es posible (como bien se entiende en mi teoría de la risa) cuando el deseo del otro te vivifica y te acrecienta, y, entonces, uno es más, y quiere aún ser más, y no sólo seguir siendo una mónada triste y cerrada.
La voluntad es el deseo, y el deseo el espejo que te devuelve tu propio deseo, el viaje de la voluntad que se dirige al objeto que es vivificado, y, como sujeto vivo y amado, devuelve acrecentada la voluntad-deseo.
Aunque todo deseo es como onda que se propaga desde el centro en todas direcciones; el centro debe ser también onda de otro centro, si no el centro no es más que el vacío del cual parte la energía, pero que no recibe ninguna.
Todo debe “ex – centrarse” en la anulación del deseo. El deseo anula el centro.
Residencia Santo Tomás
Real Monasterio de Santo Tomás
Plaza de Granada, 1. Ávila
El refectorio en el que comíamos era una sala grande y sus platos eran pésimos. Tuve algún problema de salud. La subida al centro por empinadas calles en cuesta, y conforme julio se hacía tórrido en las horas de sol, era fatigosa.
En una habitación como ésta estuve ese verano de 1995. Austera y no muy calurosa. Propicia al recogimiento, una actitud muy abulense. Aquí escribí este Diario del que no podréis leer más que algunas páginas que no contengan excesivos ayes
Después de cenar
Dice el expresivo matemático joven que puedo cambiar a Kant por la fiesta de la U.N.E.D. Hago un cálculo de lo que me esperaría en tal situación y valoro la edad aproximada y condición, carácter, expectativas, y cosmovisión de los que supuestamente integran el grupo. Son jóvenes, divertidos, guapos y bullangueros. Todo lo contrario que yo (aunque yo tenga el estigma de parecer un joven que no soy) Resumiendo: no debo ir. Y no iré. Lo del jueves pasado fue, en todo caso, entre grotesco y surrealista. Y lo pasé bien, bastante bien; en realidad, a medio camino entre observador y convidado de piedra. Pero hoy no podría hablar (es lo único que sé hacer) y tendría que humillarme ante esta juventud ajena y disipada. No, definitivamente no: uno debe conocer sus límites y posibilidades, tener dignidad, y no malgastar tiempo, salud, dinero y autoestima, en compañía de cualquiera. Ya no está uno para tonterías: se trata de aproximarse a aquellos de los que poder aprender y a los que poder comunicar.
He hablado del deseo, he hablado de C., he hablado de ese caleidoscopio de seres fungiformes que me rodean y que no me respetan, y no recuerdo el instituto Azorín, no recuerdo a los colegas del trabajo. No recuerdo que en mi trabajo me he hecho respetar, y que algunos han pensado que yo, incluso, era divertido y generoso y bondadoso, quizá tonto y lerdo. Y ahora, llego aquí, ven mi cara, y me desprecian, me tratan como a un gusarapo. No es neurosis, es la realidad.
Leí el libro de Adler -"El carácter neurótico" (Ed. Paidós)-, o pésimamente escrito, o pésimamente traducido, y no he dejado de ser el que era (o un desgraciado o un neurótico: es decir: un desgraciado, a fin de cuentas) Claro que soy el de la tómbola de Saldaña, y el de La Fuentona, y el de la estación de Renfe de Palencia, en la esquina de la cafetería una lluviosa tarde de mayo; pero soy también el profesor de F. de ..., y el conversador de mantel y cubierto, y el compañero de ruta en Cervera de Pisuerga, y los mocordos, y el amigo del D-dos y la Central Park y la Cabuérniga, y el escribidor de poéticas y australes cartas, y el pensador de la risa, y el paseante del Salón y la Huerta Guadián, y el trono de la intimidad cordial y atenta, y el cobarde, el fugitivo, el pusilánime, el egoísta, el mezquino, el estafermo, el enclenque de Blanc-Mesnil. Lourdes pensaba que soy demasiado complejo. Hasta ella se equivocaba: soy excesivamente previsible. Jugamos a las frases en la servilleta (algo estúpido, timorato, decimonónico, trasnochado), y yo era un dromedario abandonado en un desierto, alguien habló de Domenico Modugno, había muerto, y yo ponía “Sí” en un papel, pero la vida decía no. No es hora de llorar, como les dije a los de E. en la E. el día de la paella en San Juan, pero allí estaba María José, y ella no llora, no se da, es sólo un muro de cortesía y frialdad y algo de timidez, y, luego yo llamo y no viene, y así siempre...
3 comentarios:
Guay
Mi estimado y admirado profesor: Cuánta vida hay en tus líneas! Kant es sólo para leerlo y retomarlo de cuando en cuando.
Antes que la moral, la persona.
Oh, muchas gracias
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