sábado, 20 de junio de 2020

A los últimos hombres. Nihilismo. Jorge Nogueroles Aragonés. Reflexión filosófica


A los últimos hombres
Nihilismo - Reflexión filosófica
Jorge Nogueroles Aragonés


"Бесы" (2014). Владимир Хотиненко
"Besy" (2014). Vladimir Jotinenko
Алексей Нилыч Кириллов (Алексей Кирсанов) - Aleksey Nilych Kirillov (Aleksey Kirsanov)
Mini serie rusa que adapta la novela de Fiodor Dostoievski (Фёдор Михайлович Достоевский), "Los endemoniados" (Бѣсы) (1871-1872). La oscura novela es una diatriba contra los nihilistas de 1860. El ingeniero Aleksey Kirillov, de veintisiete años, está dispuesto a suicidarse y que su acto sea valioso para los objetivos de la sociedad. Representa un ateísmo cuyas consecuencias -auténticamente nietzscheanas- son la exaltación de la voluntad propia hasta su límite: el suicidio. Negar la existencia de Dios te convierte en Dios. Una idea totalmente de Ludwig Feuerbach (1804-1872): "La esencia misteriosa de la religión es la unidad de la esencia divina con la humana... Dios es la esencia humana" pero alienada, despojada de la naturaleza humana y proyectada hasta el infinito en el ser ilusorio denominado Dios. El hombre atribuye a Dios sus cualidades y refleja en él sus deseos no realizados. Así, enajenándose, da origen a su divinidad

Иван Платонович Каляев - Ivan Platonovich Kalyayev (1877-1905)
Poeta ruso. Miembro del Partido Socialista Revolucionario. Intervino en el asesinato del Gran Duque Sergei Alexandrovich. Detenido, fue declarado culpable de asesinato y ahorcado. Este incidente inspiró la obra de teatro de 1949 escrita por Albert Camus "Les Justes"


 Hace poco llegaron a mis oídos infaustas palabras. Quedaron en mí incrustadas, como una maldición. Emergieron, entonces, de la herida que éstas provocaron, cuestiones a borbotones que no cesan de perseguirme. ¿Se puede amar algo abstracto? ¿Y odiarlo? Pareciera que ni ingeniando una respuesta apropiada, sobria, va a abandonarme este profundo pesar. Esta tristeza que paulatinamente muta hacia la aversión. Lo que aquí se muestra, pues, cabe entenderlo como fruto de un desahogo, el cual creo que, como ocurre con toda situación límite, al menos guarda algún componente auténtico, si acaso verdadero.

 ¿Cómo,
tranquilamente, puede sentenciarse que «la humanidad debe extinguirse»? Y, sobre todo, presa de la rabia y la perplejidad, me pregunto ¿por qué quienes hacen gala de su barbarie nunca predican con el ejemplo? A decir verdad, palabras tales son demasiado graves como para enarbolarlas a la ligera; se requiere, me parece, una fuerte convicción en ellas, por una parte, y por la otra, que provengan de la boca de alguien cuyo mundo se manifiesta desprovisto de sentido. Pero es que eso es lo que hacían los nihilistas rusos fin de siècle: el mundo, recién desembarazado de Dios, resultaba silente, y el sufrimiento de los desamparados parecía lo único real. En un momento de ensueño, del cual no despertamos hasta un siglo después, la maldad, danzando como danzaba, insidiosamente, en la palma de la absoluta contingencia, adquirió valor. Por entonces, jóvenes como Kalyayev, Voiranovski, o, como aparece en la novela decimonónica, Endemoniados como Kirillov, abrazaron su propia muerte antes que el asesinato de inocentes. Pese a que eso significara fracasar en su contienda contra el silencio del mundo (¿quién, pregunto, no termina fracasando a este respecto?), los nihilistas del siglo XIX fueron mucho mejores que los del XX. Campos de trabajo, matanzas coloniales y el Zyklon B lo prueban.
 El amor al «nuevo hombre soviético» fue una enorme mentira. Simplemente no puede amarse aquello que no está presente, ni tan siquiera creyendo obstinadamente en su existencia futura, salvo que al amante no le importe embaucarse con fabulaciones. De diferente manera pero con resultados igual, si no más horribles, late en el trauma de la Modernidad el despiadado odio a la alteridad, a la forma y la imposición de una moral gangsterista. Bajo una sombra como la del Führer, solo el poder de matar y envilecer salvaba el alma servil de la nada. La consecuencia directa fueron los campos de exterminio.

 La respuesta, después
de todo, es que sí. En este caso, puede amarse y odiarse lo abstracto. Aunque solo en el letargo y en la profundidad de un sueño. Solo cuando quimeras se fusionan con la realidad y distinguirlas resulta imposible. Así sucede la vida para el adormecido.
 Pero todo
 cambia con el despertar. Bajo la cegadora luz de un mundo nuevo, que sin embargo siempre estuvo presente, uno percibe verdades inefables pero necesarias. Tras la consternación que esto implica, sabe uno que ya no quiere más Calígulas y sí más Quereas. Que los valores, que desde almas necróticas son tachados de falsos por incondicionados, constituyen el puente entre uno y el mundo, entre uno y el otro. El abismo, entonces, queda soslayado y nuestro llanto de angustia se calma.
 No obstante, de nada sirven estas prédicas para el aislado. El cuerpo de su existencia es el vacío, que tan bien conoce en su agonía y cuya ilimitada extensión no cesa en señalar con vehemencia. El mundo es suyo, pero, para él, el mundo es nada. De este modo, lo que le subyace no es más que un incandescente autodesprecio, y su reflejo supone una hostilidad que se asoma más allá de las fronteras de lo meramente psicológico. El mal, parte constituyente del mundo, abandona la parcela que objetivamente le corresponde y en un estallido de desmesura se totaliza. Abarca absolutamente la dimensión ontológica. Entonces, justo ahí, la misantropía es ley y el crimen posible. Vida que muerte, muerte que vida… todo se iguala a fin de cuentas. ¿Por qué esforzarse para vivir cuando el valor de todas las cosas es el mismo, a saber, nulo? Encontrarlo resulta imposible: nadie puede asombrarse ni deleitarse bajo la asfixiante atmósfera del horror vacui.

 De modo análogo, si lo que subyace
 al misántropo es el autodesprecio, el filántropo se apoya en el narcisismo. En último término, la diferencia entre ambos es que con el último el trato es posible y, por qué no, agradable en ocasiones. Los primeros, en cambio, gangrenan la vida. Parecen creer que el sentido de la vida es un don del que, sin más, no participan, cuando ciertamente la vida es lucha y su sentido una conquista. Empatizo con el hastío del que está exhausto: ser hombre es no lograr; y de la misma manera, me compadezco del que definitivamente decide abandonar la lucha. Pero se me revuelven las tripas ante la pose estética y vacua del que odia todo y no intenta nada, del que se degusta egóticamente ante la incomprensión que dice padecer y encuentra en semejantes exageraciones la legitimidad para comportarse bajamente. Sospecho que ahí, por la promesa tácita de una rápida germinación, yace la semilla del crimen ¡Cuántos últimos hombres más hacen falta para que lleguen tiempos creadores! ¿No hemos tenido suficientes a lo largo de los últimos siglos? Mientras tanto, para los que acabamos de amanecer, y hasta que volvamos a adormilarnos: comprendamos, comprendamos y comprendamos. Estimulemos la simpatía por el prójimo y domeñémosla hasta hacerla imperturbable. La magnanimidad está de nuestro lado.

Aforismos. Cultura y valor. L. 
Wittgenstein:
«[84] El trabajo
 filosófico –como en muchos aspectos sucede en la arquitectura– consiste, fundamentalmente, en trabajar sobre uno mismo. En la propia comprensión. En la manera de ver las cosas. (Y en lo que uno exige de ellas)»

Imágenes y Texto de Imágenes: Francisco Huertas Hernández



3 comentarios:

Unknown dijo...

Genial

Unknown dijo...

El nihilismo es un síntoma. La enfermedad está en otra parte. Existe un nihilismo hedonista que deconstruye lo axiológico y nomotético para anegarse en el mar virtual digital

ACORAZADO CINÉFILO dijo...

Gracias Jorge. Publicar textos de mis antiguos alumnos es un orgullo difícilmente descriptible. Éste es denso y algo elíptico, pues como pasa con los mejores escritos no se dan al lector por entero sino que esperan su esfuerzo, su complicidad. La base de esta reflexión es una experiencia de malestar psíquico y, probablemente, tenga un doble origen: la vida y la cultura. "¿Amar lo abstracto?". Las ideas, quizás. Los ideales, tal vez. La "nueva humanidad", a lo mejor. Con el trasfondo de la novela de Dostoievski, el nihilismo como actitud que arremete contra el silencio del mundo armando la algarabía de la acción directa. Te pronuncias acerca del "engagement" humano: empatizas con el hastío del exhausto y con el rendido tras la lucha, pero execras la pose vacua del que alardea de negatividad pero permanece de perfil en la vida. Los últimos hombres, esa metáfora nietzscheana, están marchitándose a la espera de una nueva floración. Hay, sospecho, una denuncia de la estetización impotente de la vida. No sé yo si la bofetada que Pablo Neruda le dio a Octavio Paz tras decirle que su camisa estaba más limpia que su conciencia tiene que ver con esto. En todo caso, en una reflexión filosófica como la que nos entregas, el lector deberá seguir escribiendo lo que solo entre líneas se intuye, y el actor tendrá luego que actuar en sus días y sus noches, buscando que la simpatía del prójimo y la magnanimidad (esa virtud aristotélica) convoquen nuestros actos al festín de la esperanza