domingo, 21 de junio de 2020

Sobre "Rayuela" de Julio Cortázar. Francisco Huertas Hernández


Sobre "Rayuela" de Julio Cortázar
Francisco Huertas Hernández


Julio Cortázar: "Rayuela"
Libro Amigo. Editorial Bruguera. Barcelona. 1979
Fotografía de mi ejemplar. La lectura de esta novela comprada, creo, en la librería Sáez de La Unión en 1980, muchos años después, sobre 1985 o 1986, fue un acontecimiento fundamental en mi vida, comparable al descubrimiento de los Beatles, Vainica Doble, King Crimson, Shostakovich, Mahler, Beethoven, Antoine Doinel, el Quijote o Anna Karenina. En la novela de Cortázar, que en esta edición tiene la cubierta más hermosa imaginable, estaba todo: la cultura y la vida. En mi lectura hubo malestar, el mismo que Oliveira destilaba, pero también deslumbramiento. La aleatoriedad, la fatalidad, la música contemporánea, el jazz, los libros, el Club de la Serpiente, Gregorovius, los puentes de París, Morelli -"allez, pépère, c'est rien, ça!"- los recortes de prensa, los circos, los manicomios, el amor, Talita, la Maga... ¿Quién puede componer una summa cordial con elementos tan dispares?


 “Rayuela”, la novela inabarcable de Julio Cortázar, fue el libro que más influencia tuvo en mi vida. La compré con dieciséis años, extasiado por la portada verde en la que se veía un sobre remitido desde Argentina a París, o al revés, quizá. Era la edición de Bruguera. Intenté leerla pero fue imposible. Tenía aire de laberinto con esa tabla de números para seguir los capítulos en un orden incomprensible, aparentemente caótico. Recuerdo que los personajes vivían en París, pero no pude averiguar mucho más. Era literatura de vanguardia. Años más tarde, habiendo cumplido yo los veintidós, un gran amigo me hablaba sin parar de Cortázar y despertó en mí el ansia de leer por fin aquel libro inmenso y con seguridad mágico. Volví a “Rayuela”, y la devoré. Había madurado, había aprendido cosas que necesitaba para entenderla. Quedé impresionado. Todo era sorprendente, profundo, revelador. Por aquellos días yo terminaba la carrera de Filosofía, y esos vagos y, a menudo, ajenos conceptos metafísicos, se hicieron reales, vivos, en los personajes de Horacio Oliveira, la Maga, Traveler, Talita, Morelli. Leí “Rayuela” como una novela filosófica, iniciática, existencial. Jamás me interesó la interpretación de los pedantes: la de la novela erudita, intelectual, enciclopédica, llena de citas y referencias estéticas. Esto sólo era un medio, no un fin. Tampoco entendí la obra como un juego, como un collage vanguardista, un pasatiempo. No. Rayuela era un libro que te golpeaba, que te tiraba al suelo. Era dolor y fracaso. Era búsqueda de salvación. Amor y soledad. Vida. Y una conciencia desgarrada incapaz de entender la vida desde sus conocimientos y sus viajes: Oliveira. Horacio Oliveira era un antihéroe existencialista heredero de Meursault y Antoine Roquentin, los protagonistas de “L`étranger” y “La nausée”. Lo que diferenciaba a Oliveira era su aire cínico y pedante, pero eso era un mecanismo de defensa contra su pánico a una vida que le era ajena, la vida espontánea, que fluía como un torrente desbocado, de la Maga. Me identifiqué con Oliveira, aunque, en su aspecto externo, éste era un triunfador. Supongo que Cortázar se retrataría en él. Oliveira estaba perdido pero no trabajaba –vivía de rentas-, tenía amantes, amigos, y una cultura lo bastante amplia para divagar en el Club de la Serpiente e impresionar a la Maga, una uruguayaza Lucía. Era un vividor. En este sentido la novela era una crónica de los avatares de un señorito argentino en París. Y por eso, quizás, Cortázar ajustaba cuentas y le condenaba.

 La obra rebosa un lenguaje
poderoso, flexible, brillante, cincelado, y, sin embargo, ausente de retórica. Y las imágenes inolvidables de los puentes del Sena, los encuentros al azar, el concierto experimental de Berthe Trèpat, el encuentro de Oliveira y la pordiosera. Y luego un Buenos Aires irreal, simbólico: una ciudad de circo y manicomio, adonde Horacio fue siguiendo los trabajos de Traveler y de Talita, uno de los personajes más hermosos de la literatura. Los malos lectores de Rayuela adoran a la Maga, pero ignoran a Talita, el verdadero amor de Oliveira. La escena en el tablón, colgados entre dos ventanas, jugando a las palabras, es onírica, aunque realista; es alegórica, pero transmite algo que las palabras no pueden por sí solas. Es una imagen imborrable. El final, cuando Oliveira se vuelve loco y se encierra preparándole una trampa con piolines a Traveler, también es inolvidable, porque ni siquiera es un final, ya que la novela es una obra abierta. En los capítulos prescindibles, a modo de notas, de fragmentos, aparece el alter ego de Horacio, un tal Morelli, un escritor olvidado que muere en un accidente de tráfico. Oliveira intenta reconstruir su obra. La fuerza arrebatadora de “Rayuela” está en sus símbolos, en la soledad de sus personajes, y en una construcción misteriosa donde el azar es orden y el orden puro azar. Pero todo tiene un sentido aunque la vida no lo tenga. Las conversaciones sobre jazz o Mondrian son parte de lo anterior, y no interesan por sí mismas. Esto es lo que recuerdo de este libro que cambió mi vida. Unos años después leí otras dos novelas, superiores como novela a ésta, que me deslumbraron y abrieron otras puertas a la comprensión de la vida: “Anna Karenina” y “El Quijote”. Sin embargo, “Rayuela”, no fue superada en su terreno a mis ojos de lector: el universo de unos personajes de nuestro siglo que luchan por amar y entender la vida entre el juego y la erudición, sometidos a las leyes del azar y del destino. Cervantes, Tolstoi, Cortázar, coinciden, al fin, en narrar la lucha por vencer la soledad, el miedo, por comprender y salvarseEso es todo.

Francisco Huertas Hernández
Jueves, 2 de agosto de 2001
                                                                                


2 comentarios:

ACORAZADO CINÉFILO dijo...

Hay acontecimientos en la vida que van más allá de la propia vida. Los que descubren el amor, la sabiduría, la bondad, las fuentes del Nilo o la isla de Pascua, y el arte. A todos los que auguran y desean la muerte de los libros y su sustitución por archivos digitales les deseo buen viaje a la nada. Pero mientras quedan los libros, esos objetos de papel, como esta edición de "Rayuela" que compré hace tantos años, y que fue mágica tres veces. Primero como tesoro expuesto en la vitrina de una librería durante días y noches. Luego, cuando entré en la librería y pasó a mis manos, y abrí, olí, toqué, escuché y miré esos tipos de imprenta y supe que aún mi alma no estaba lista para el viaje. Finalmente, años después cuando mi espíritu ya pudo transitar sus páginas entre botellas de whisky, cartas de póker y canciones de Nacha Pop. Me recuerdo leer compulsivamente sin dormir, obsesionado, en el tren, a cualquier hora. Y copiar, copiar párrafos, capítulos completos en mi libreta de citas. Yo era Oliveira. Si los libros traen una buena nueva es, sin duda, un espejo que nos abisma, y nos pierde dentro de nosotros gracias a las palabras de otros. Nos pierde allá donde nos ganamos: en la eternidad de la plenitud

Sin perder la esperanza de un mundo mejor dijo...

Busqué la tumba de Cortázar en el cementerio de Montparnasse para rendirle homenaje como si fuera un gran amigo, por la huella que dejó Rayuela y lo que determinados libros te marcan.