Sobre "Rayuela" de Julio Cortázar
Francisco Huertas Hernández
Julio Cortázar: "Rayuela"
Libro Amigo. Editorial Bruguera. Barcelona. 1979
Fotografía de mi ejemplar. La lectura de esta novela comprada, creo, en la librería Sáez de La Unión en 1980, muchos años después, sobre 1985 o 1986, fue un acontecimiento fundamental en mi vida, comparable al descubrimiento de los Beatles, Vainica Doble, King Crimson, Shostakovich, Mahler, Beethoven, Antoine Doinel, el Quijote o Anna Karenina. En la novela de Cortázar, que en esta edición tiene la cubierta más hermosa imaginable, estaba todo: la cultura y la vida. En mi lectura hubo malestar, el mismo que Oliveira destilaba, pero también deslumbramiento. La aleatoriedad, la fatalidad, la música contemporánea, el jazz, los libros, el Club de la Serpiente, Gregorovius, los puentes de París, Morelli -"allez, pépère, c'est rien, ça!"- los recortes de prensa, los circos, los manicomios, el amor, Talita, la Maga... ¿Quién puede componer una summa cordial con elementos tan dispares?
La obra rebosa un lenguaje poderoso, flexible, brillante, cincelado, y, sin embargo, ausente de retórica. Y las imágenes inolvidables de los puentes del Sena, los encuentros al azar, el concierto experimental de Berthe Trèpat, el encuentro de Oliveira y la pordiosera. Y luego un Buenos Aires irreal, simbólico: una ciudad de circo y manicomio, adonde Horacio fue siguiendo los trabajos de Traveler y de Talita, uno de los personajes más hermosos de la literatura. Los malos lectores de Rayuela adoran a la Maga, pero ignoran a Talita, el verdadero amor de Oliveira. La escena en el tablón, colgados entre dos ventanas, jugando a las palabras, es onírica, aunque realista; es alegórica, pero transmite algo que las palabras no pueden por sí solas. Es una imagen imborrable. El final, cuando Oliveira se vuelve loco y se encierra preparándole una trampa con piolines a Traveler, también es inolvidable, porque ni siquiera es un final, ya que la novela es una obra abierta. En los capítulos prescindibles, a modo de notas, de fragmentos, aparece el alter ego de Horacio, un tal Morelli, un escritor olvidado que muere en un accidente de tráfico. Oliveira intenta reconstruir su obra. La fuerza arrebatadora de “Rayuela” está en sus símbolos, en la soledad de sus personajes, y en una construcción misteriosa donde el azar es orden y el orden puro azar. Pero todo tiene un sentido aunque la vida no lo tenga. Las conversaciones sobre jazz o Mondrian son parte de lo anterior, y no interesan por sí mismas. Esto es lo que recuerdo de este libro que cambió mi vida. Unos años después leí otras dos novelas, superiores como novela a ésta, que me deslumbraron y abrieron otras puertas a la comprensión de la vida: “Anna Karenina” y “El Quijote”. Sin embargo, “Rayuela”, no fue superada en su terreno a mis ojos de lector: el universo de unos personajes de nuestro siglo que luchan por amar y entender la vida entre el juego y la erudición, sometidos a las leyes del azar y del destino. Cervantes, Tolstoi, Cortázar, coinciden, al fin, en narrar la lucha por vencer la soledad, el miedo, por comprender y salvarse. Eso es todo.
Francisco Huertas Hernández
Jueves, 2 de agosto de 2001
2 comentarios:
Hay acontecimientos en la vida que van más allá de la propia vida. Los que descubren el amor, la sabiduría, la bondad, las fuentes del Nilo o la isla de Pascua, y el arte. A todos los que auguran y desean la muerte de los libros y su sustitución por archivos digitales les deseo buen viaje a la nada. Pero mientras quedan los libros, esos objetos de papel, como esta edición de "Rayuela" que compré hace tantos años, y que fue mágica tres veces. Primero como tesoro expuesto en la vitrina de una librería durante días y noches. Luego, cuando entré en la librería y pasó a mis manos, y abrí, olí, toqué, escuché y miré esos tipos de imprenta y supe que aún mi alma no estaba lista para el viaje. Finalmente, años después cuando mi espíritu ya pudo transitar sus páginas entre botellas de whisky, cartas de póker y canciones de Nacha Pop. Me recuerdo leer compulsivamente sin dormir, obsesionado, en el tren, a cualquier hora. Y copiar, copiar párrafos, capítulos completos en mi libreta de citas. Yo era Oliveira. Si los libros traen una buena nueva es, sin duda, un espejo que nos abisma, y nos pierde dentro de nosotros gracias a las palabras de otros. Nos pierde allá donde nos ganamos: en la eternidad de la plenitud
Busqué la tumba de Cortázar en el cementerio de Montparnasse para rendirle homenaje como si fuera un gran amigo, por la huella que dejó Rayuela y lo que determinados libros te marcan.
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