La influencia de Kafka en la música y el cómic
Pablo González Tejero
"The Trial / Le procès" (1962). Orson Welles
Coproducción italo-germano-francesa a partir de la novela "Der Prozeß" (1925) de Franz Kafka (1883-1924) adaptada por Pierre Cholot, y producida por Alexander Salkind. Protagonizada por Anthony Perkins (Josef K.) y un gran plantel (Romy Schneider, Jeanne Moreau, Elsa Martinelli) es una de las mejores películas de Welles
Frans Masereel: "La Ville"
Albert Morancé. Paris. 1925
Franz Kafka: "The Castle" (Das Schloß)
Adaptado a novela gráfica por Jaromir 99
Jaromír 99 (1963) es diseñador, cantante y letrista de Priessnitz, grupo rock de Jeseník. Ha adaptado a novela gráfica El castillo de Kafka y ha recibido el Premio Muriel por su cómic Bomber
Franz Kafka: "Dönüşüm" (Die Verwandlung)
Ilustrada por Peter Kuper
Franz Kafka (1883-1924) fue un escritor que murió muy joven, vivió solo 40 años, y lo hizo siempre en el mismo sitio, en la ciudad de Praga. A pesar de su aparente estabilidad es probable que se sintiera en numerosas ocasiones un tanto advenedizo, primero, porque a pesar de que era un ciudadano checo, su lengua principal era el alemán, y segundo, pertenecía a un grupo minoritario, que era la comunidad judía, pero no practicaba esta religión, aunque sí que estuvo muy influenciado por su cultura, por esa tradición suya tan grande de cuentistas, así como por el teatro de humor absurdo; es un humor muy similar al que podemos encontrar en las películas de Woody Allen. También está influenciado por la tendencia tan característica del Antiguo Testamento a la auto-humillación o al sentimiento de culpabilidad, que son la base de muchos relatos, como por ejemplo de La metamorfosis (Die Verwandlung).
Franz Kafka: "Der Prozeß"
Die Schmiede. Berlin. 1925
Después de todo lo que se ha escrito sobre Kafka es muy probable que lleguemos a la conclusión de que no se le puede etiquetar de ninguna manera y que por encima de todo es literatura.
En cuanto a Kafka como escritor profesional, deberíamos tener en cuenta que él no lo hacía por dinero, tenía sus trabajos, sino que la escritura era una actividad que practicaba de una forma ineludible, no podía evitarlo, daba sentido a su existencia. Algunos han querido ver la obsesión que tenía por escribir en ese pasaje de La metamorfosis en el que están desmantelando la habitación de Gregor, y el narrador nos dice que se podían llevar si querían el baúl, pero en cuanto al escritorio, ¡de ninguna manera!
También es curioso saber que le dijo a su amigo Max Brod (1884-1968), su albacea, el amigo elegido para cumplir su última voluntad, que quemara todo lo que había escrito excepto algunos relatos, y lo que ha dicho Max Brod es que a lo que realmente aspiraba Kafka era a hacer una prosa que fuera verdaderamente convincente, incluso, si no lo conseguía, debía pagar un precio por ello.
Parece ser que el primer relato que escribió que cumplía sus expectativas fue La Condena (Das Urteil), que escribió en 1913.
También ha señalado Gonzalo Hidalgo Bayal, -un escritor español que ha escrito la novela La paradoja del interventor que está muy influenciada por El castillo-, que las obras de Kafka suelen nacer de un impulso original, un impulso, además, que brota en momentos como sus ensoñaciones o en episodios de insomnio, que parece ser que eran bastante habituales en Kafka.
A veces, cuando ese impulso se debilita esto repercute directamente en su escritura, de tal manera que a veces no llega a escribir los finales, o incluso los finales que hace no le convencen, como parece ser que ocurrió con el final de La metamorfosis. En cualquier caso, cuando leemos los textos de Kafka nos damos cuenta de que hay un gran intento por parte del autor por plasmar sus ideas, su pensamiento, su conciencia, no en un libro que sea de carácter discursivo, como pudiera ser un ensayo, sino en crear un universo propio en estas historias de ficción, y ahí radica gran parte de su mérito. Ese impulso, esa agitación interna que luego se transforma en literatura, se metamorfosea, valga la palabra, en textos que son de una prosa tremendamente fría, distante, como lo son también sus personajes, sujetos que suelen ser incapaces de amar, como por ejemplo lo demuestra la relación que se establece entre Lenny, la enfermera de El Proceso y Josef K, una relación un tanto malsana, o ese encuentro brusco, en el suelo, sobre los charcos de cerveza que ocurre en El castillo entre Frieda y el agrimensor. Son personajes que no son transparentes, sino densos, de la misma manera que la escritura de Kafka también lo es, y eso igualmente lo podéis comprobar en la manera que tiene de introducir los diálogos, que están insertos en la línea del narrador, lo que puede hacer que la lectura sea un poquito más dificultosa.
Por otro lado, los argumentos de las obras de Kafka son bastante sencillos, se pueden resumir con facilidad, y además acota el campo de conciencia de los personajes, es decir, lo que pone en la mente de los personajes suele ser algo muy concreto, y tiene que ver con lo que les va a ocurrir en el futuro, con su devenir, ellos no se detienen en el pasado, no son nostálgicos. La sensación que tenemos es que lo que van haciendo es similar a un recorrido que llevan a cabo por un espacio un tanto laberíntico, una llanura en la que uno no es capaz de orientarse, como por ejemplo pueden ser esos pasillos del transatlántico donde ocurre el relato El fogonero (Der Heizer), o esa Praga irreconocible, una ciudad tan monumental y tan maravillosa que no llegamos a identificar en una novela como El Proceso, o ese castillo supuestamente ubicado en lo alto de la aldea que no llega a ser un castillo sino simplemente un cúmulo de casas que nos hace sentirnos desubicados y perdidos a la par que al protagonista.
A pesar de esa aparente monotonía, las historias de Kafka están pobladas de numerosos personajes secundarios que llevan a cabo mucho lenguaje gestual, el cual es descrito de una manera muy clara, pero su significado queda abierto a nuestra interpretación, lo que aporta mucha riqueza a los relatos. Un buen ejemplo podría ser todo el coro de personajes que rodea y perturba al protagonista de El fogonero, o esa escena final del libro El Proceso en la que los subalternos tienen a Josef y no saben muy bien qué hacer con él cuando se supone que le tendrían que matar.
La prosa de Kafka no es algo que esté hecho realmente solo para disfrutar, para entretener, sino que lo que busca su autor es arañar, rasgar, quiere despertar nuestras conciencias y hacer que caigamos en la cuenta de las mentiras que rigen el mundo y hacen que nuestra existencia sea nimia o absurda.
Encontrar una música que corresponda con esta literatura no es algo fácil, y más aún si tenemos en cuenta que Kafka decía que no tenía ningún instinto musical. Su amigo Max Brod además añade que cuando lo llevaba a los conciertos, las impresiones que Kafka recogía no eran tanto de lo que había escuchado sino de lo que había visto.
Puede que su relato más fácilmente musicable sea La metamorfosis, ayuda ese final dramático de Gregor, pero aún así esta fábula es como una pesadilla contada a la luz del día, narrada como si fuera un informe técnico, aunque lo cierto es que posiblemente sea el único relato en el que vemos que un personaje disfruta con la música, pero un personaje que se ha convertido en un animal, y es entonces cuando recupera un instinto que otros personajes como Josef K, el agrimensor o el médico de Un médico rural (Ein Landarzt) no tienen.
Entonces, una música que fuera acorde con estos relatos tendría que ser un poco ambigua. Tendría que ser una música que fuera sombría, pero al mismo tiempo que no inspire tristeza; una música austera, pero que no sea sencilla; una música que sea lírica, pero que no llegue a transmitir dulzura; una música que sea tranquila pero que tampoco nos inspire paz.
Precisamente con estos calificativos se ha descrito la obra del compositor húngaro György Kurtág (1926), quien también ha musicalizado textos de Kafka.
György Kurtág (1926)
Gran compositor húngaro
Para Kurtág el acto compositivo es una tarea que se lleva a cabo con rigor, elimina todo lo superfluo; por otro lado, su música implica desentrañar significados sobre la existencia humana. Cuando vemos a los músicos interpretar sus obras parece que se debaten con el instrumento por querer sacar un sonido, y nos puede venir la imagen de un ser humano renqueante, tambaleante, ante algo que siente que lo amenaza o le produce cierto miedo.
De lo que compuso, yo hoy me quiero quedar con esa obras que hizo solo para viola, porque la viola es un instrumento muy especial.
La viola, a diferencia del violín o el violonchelo, es un instrumento que tiene una tara, y es que para la afinación que tiene las cuerdas deberían ser más largas y el cuerpo del instrumento más grande. Al ser de una dimensión más reducida, lo que ocurre es que el sonido se apaga con más facilidad, no vibra. Para hacerla sonar tenemos que llevar a cabo un ataque mucho más preciso.
Por poner una analogía que a lo mejor os ayuda, es como si tenemos una guitarra eléctrica que no tiene cuerpo de resonancia; si la enchufamos al amplificador y no le ponemos un poco de reverberación, para que suene bien, como os digo, ese ataque tiene que ser mucho más preciso.
Por eso a veces la viola nos puede producir la sensación de que suena como un gemido o como un quejido. Por otra parte, el rango de notas que tiene es medio, no es tan agudo como el del violín ni tan grave como el del chelo, por eso nos recuerda más a la voz humana. Y si además a este instrumento le aplicamos unas técnicas extendidas como las que utiliza Kurtág, como pizzicatos, que consisten en tocarlas con los dedos, como si fuera una guitarra, en lugar de hacer sonar las cuerdas con el arco; vibratos muy fuertes, glisandos, que se hacen en arrastrando los dedos por el diapasón, armónicos, etc..., realmente podemos llegar a conseguir que la viola casi hable.
Kim Kashkashian: "Performance"
György Kurtág: "Kafka Fragments"
SHONORITIES
"Recobrarse de un estado de decaimiento tiene que ser fácil [...] Lo mejor que se puede hacer es soportar todo con calma, comportarse como un peso muerto [...] no dejarse llevar a dar un solo paso innecesario; mirar a los otros con mirada animal […] Un movimiento característico de tal estado es recorrer las cejas con el dedo meñique."
2 comentarios:
Genial
Felicidades Pablo. Qué lección de literatura y música
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