¿Quién en su infancia no ha coleccionado sellos? Guardar sellos en la caja del Cola Cao es uno de los recuerdos más imborrables de la infancia. Cuando uno es niño contempla el mundo con curiosidad y envidia. El mundo algún día será suyo. Y los sellos son uno de los símbolos más visibles de ese mundo aún desconocido, infinito y mágico. La mezcla de sentimientos que embargan al niño que colecciona sellos es inversamente proporcional a la del adulto que los desprecia. Mientras en aquél todo es sorpresa, admiración, esperanza, paciencia, diversión, confianza, amor ; en éste, todo se ha vuelto cansancio, hastío, desesperanza, impaciencia, fastidio, sospecha, odio. El mundo que prometía la felicidad en los sellos, es, para el hombre, sufrimiento inútil indiferente a las fronteras y las monedas.
El niño no ha comprendido aún que la diversidad de idiomas, de países, de rostros en efigie, de las estampillas de correos son una manifestación de la incapacidad humana para entenderse.
El sello, crisol de costumbres, de conocimientos, con sus vistosos colores y sus motivos nacionales, es resultado de cruentas guerras, que, permiten el surgimiento de estados que pueden emitir moneda y timbre, manifestaciones de identidad patriótica.
Cuando uno es pequeño queda deslumbrado por el
juego de los pequeños papeles impresos y dentados que combinan deportes,
ceremonias, fiestas, artes, fauna, flora, efigies de célebres políticos,
batallas, inventos y descubridores. Este lo tengo. Este no lo tengo. Tener o no
tener. Eso es todo.
Pero estos instrumentos de franqueo están muertos. El matasellos les ha matado.
Recuperar la filatelia es volver a ser un niño; quien nunca abandona el coleccionismo de sellos no crece, no llega a la madurez. Recuperar la filatelia y sus motivos; viajar desde la mesa camilla a todos los países, pues parece que no hay país sin sello, viajar desde la salita por todas las épocas de la humanidad, llegar a la antigüedad más remota llena de monumentos, de restos arqueológicos, que testifican la pervivencia de las naciones, aunque esto no sea más que ilusión. Viajar al futuro a través de los inventos más actuales que nos llevan al espacio, a las lejanas galaxias.
¡Cuánto alimento del alma encierran los sellos
para el niño ávido de saber! ¡Qué niño no ha imaginado que la escuela sólo
tuviera una asignatura: la ciencia de los sellos! En ella todo
lo humano está recogido, todo lo que ha visto, soñado o conquistado el
ser humano está allí: ilustrado. La verdadera ilustración comenzó con los
sellos. El conocimiento traspasó fronteras en cartas y paquetes cuyo valor
nunca superó al de las estampillas de franqueo que les trajeron a nuestras
manos.
Recordemos que cuando éramos pequeños nos premiaban dándonos el sello, que, a la larga, permanecía, mientras la carta acababa sus días en la chimenea. Para el niño está muy claro lo importante. Incluso cuando ya ha aprendido a leer, esta nueva capacidad le lleva siempre al sello, nunca a la carta. El sello es y era el alma de la carta.
4 comentarios:
Precioso
Que bonita descripción.Me trae recuerdos de mi infancia y adolescencia, cuando aún se usaba el envió de cartas. Coleccioné mucho tiempo estampillas y las guardo con mucho afecto y nostalgia. Miriam.
¡Ay, qué bonito cuentas!
Gloria Gispert Pou escribe:
Se perdió el género epistolar pero creo que muchos guardamos alguna carta de amor, de confidencias que escribíamos sin miedo a ser reveladas, eran nuestros secretos compartidos desahogados en un papel, luego íbamos a correos y le poníamos los sellos. Tuve amigos por correspondencia de los que, sin conocer en persona , conocía sus almas y sus sufrimientos y alegrías. Mucho han perdido estos tiempos de prisas e inmediatez... Sí, coleccioné sellos que me hacían viajar a lugares remotos, conocer personajes a los que investigaba y a veces leía, con algunos hice viajes extraordinarios: Verne; con otros empecé a pensar distinto. Llegó a mi colección un sello de un país desconocido cuyo nombre me enamoro: Zanzibar, tenía 9 años y decidí que de mayor viajaría allí; fue uno de mis viajes que jamás olvidaré. Buenos días Francisco Huertas Hernández, gracias por hacerme rememorar, fui feliz haciéndolo
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